OPINIóN

El periodismo en decadencia

Nos encontramos con programas de periodismo de dos tipos: los de trinchera, defendiendo a rajatabla una posición política inclusive falseando la realidad, o los que buscan volverse más atractivos hacia las nuevas plataformas de comunicación.

Imagen de la serie Borgen
Imagen de la serie Borgen | Netflix

No leemos ninguna plataforma, ni la de Alberto” Esta frase, por extraño que parezca, la dijo recientemente un periodista especializado en política en un programa del prime time. La dijo cuando un diputado le preguntaba a un panelista del programa si había leído su plataforma electoral.

Por surreal que parezca, con total inocencia y haciendo de cuenta que no había ninguna falta profesional de su parte, el conductor del programa buscaba proteger a su panelista y que continúe la discusión. La misma, justamente, había surgido luego de que el invitado, un diputado nacional y ex candidato a presidente, interrumpiera al panelista cuando éste, a su criterio, quería involucrarlo en categorías políticas que nada tenían que ver con su propuesta política.

Periodismo y democracia

Por supuesto que nadie espera que el votante promedio lea todas las plataformas electorales, las analice, las compare y luego les haga rendir cuentas a los funcionarios por ello. Sería lo más sano para una democracia tal vez, pero claramente es más que idealista pretenderlo. Más aún cuando hay casos de políticos que ni siquiera leyeron las plataformas y programas de sus propios partidos, como más de una vez el periodismo crítico dejó en evidencia. Y es justamente lo que uno esperaría del llamado “cuarto poder.”

Esperaría control, que estén informados, que dejen en evidencia a los políticos que repiten slogans armados por sus asesores, pero que se encuentran vacíos de contenidos y de sustento ideológico. Sacar a los políticos de la zona de confort. Pero lamentablemente, cada vez tenemos menos periodismo incisivo, de investigación, crítico, que incomode a los políticos y a quienes se encuentran en situaciones de poder.

Salvando a esos pocos periodistas que siguen haciendo esa labor de control y rendición de cuentas, papel fundamental en la salud de una democracia, nos encontramos con programas de periodismo de dos tipos: o son de trinchera, defendiendo a rajatabla una posición política inclusive falseando la realidad, o son programas que buscan volverse más atractivos hacia las nuevas plataformas de comunicación, como son las redes sociales, buscando así luchar contra la decadencia de la televisión. De esta manera, funcionan o de propaganda política o poseen segmentos puntuales que por su dinámica están más orientados a redes sociales que a la televisión tradicional. Poco y nada de incomodidad por lo incisivo de sus preguntas podemos encontrar en sus invitados.

El periodismo y la burbuja Buenos Aires

Sí cada tanto vemos incomodidad por lo absurdo de las preguntas o las dinámicas que poseen los programas. Un ejemplo de esto fue cuando a Pichetto le propusieron jugar juegos en un programa de televisión, “como cuando estaba en primaria” a lo que este respondió “yo no jugaba.” No conforme con eso, la pregunta luego rozaba la falta de respeto a la investidura presidencial, por lo que el ex senador tuvo que explicar la importancia de respetar las instituciones en una democracia.

En cierta medida, el sistema político argentino permite o hasta favorece este tipo de dinámicas a la que los políticos se prestan para tener 5 minutos más en el prime time de la televisión o lograr convertirse en trending topic en alguna red social. De alguna manera, la política se esta reduciendo a un show mediático, a algoritmos que crean aldeas virtuales y cajas de resonancia que refuerzan lo que queremos creer en vez de plantearnos interrogantes sobre nuestras creencias.

¿Por qué no investiga el periodismo deportivo?

La comodidad no permite crecer y la falta de reflexión en la población no permite que el pensamiento crítico tenga lugar en los medios de comunicación. Por supuesto que uno no esperaría que todos los programas de periodismo político sean un debate de Slavoj Zizek con Jordan Peterson con un tono monótono y hablando en términos puramente académicos lejos de la realidad del lenguaje cotidiano de la población. Pero tampoco se esperaría entrar en el ridículo o mostrar orgullosos la ignorancia de no leer los programas políticos de los invitados. Como decía Aristóteles, hay que buscar el justo punto medio. Programas entretenidos que respondan a la demanda actual pero sin dejar de abordar temas complejos, posiciones críticas y una búsqueda por la verdad. Y sin caer en idealismos, hemos tenido este tipo de periodismo en el pasado y algunos aún hoy subsisten.

A diferencia de lo que mucha gente pueda pensar, esto no es algo único de la Argentina. En el año 2010, Borgen, una serie danesa, fue lanzada al aire. La misma entre sus temporadas toca este tema, mostrando justamente como se trata de reconvertir el debate político en una suerte de circo televisado. Es decir, hasta en los países nórdicos, famosos en estas latitudes por la fortaleza de sus instituciones y la estabilidad de sus democracias, se mostró sarcásticamente en una novela del año 2010 la transformación de los medios de comunicación de watchdog politics como se los llama en inglés a un mero circo que busca el rating.

El principal problema que esta columna busca remarcar es el hecho de que el periodismo tiene un rol clave en la democracia, de control y rendición de cuentas. Sin esto, la calidad democrática disminuye, los políticos sienten menos presión a cumplir con sus promesas o a preparar propuestas buenas y bien pensadas y se pierde reflexión sobre los problemas que realmente aquejan a la sociedad. Por supuesto, aún subsisten periodistas formados en teoría política y que buscan formarse cada vez más, que hacen preguntas inquisidoras, que incomodan con inteligencia y repreguntando a quienes deben responder ante la sociedad. El problema es que estos tengan cada vez menos lugar en los medios preponderantes de televisión.  

 

* Roberto Nolazco. Politólogo, UCA.