Se podría decir que desde los años 60 seducir ha sido un vector individualista ya que ha sido un vector vigilante: culto al cuerpo, estrategia de las apariencias.
Como así lo define Gilles Lipovetzky, comenzó a entrar en juego la propia imagen de si con mayor gestión del propio goce y menor dependencia de la norma social.
Hacia los años 80, el epicentro hasta nuestros días ha sido el hedonismo con una mayor conquista de la autonomía y de una existencia cambiante. La comunicación queda atrapada en la forma moda; publicidad de marcas y servicios donde los productos se convierten en seres vivientes. Se resalta en este período una mayor extracción emocional, se exhibe la vida privada, el show business (encuentros festivos, slogans de tonalidad afectiva). Se transforma en una cultura del consumo para el goce inmediato con el código de la rapidez “cambiar por cambiar”.
Es la era del narcisismo con el correspondiente encanto por los medios electrónicos
Es el festival de los artificios donde el eje es la estética, donde hay una fascinación por lo directo, los hechos, las novedades. La imagen del cuerpo es fragmentada con una mayor preocupación por distintas partes del cuerpo. Esto nos rebela que lo que verdaderamente se destaca es la “autoseducción” donde no hay un otro. Es la era del narcisismo con el correspondiente encanto por los medios electrónicos. A través de las redes se juega a hablarse, a comunicarse pero es una autoseducción vacía de lenguaje donde no hay receptor ni emisor sino dos terminales Por lo tanto prima lo digital sobre la relación dual; luego las formas de encuentro son segmentarias, cambiantes y sin registrar al otro. En dicha comunicación se autoseduce a si mismo, todo indica una ruptura de la comunidad con el consiguiente déficit de comunicación intersubjetiva y como consecuencia una dificultad para comprenderse. Se habla de sí mismo y no se escucha al otro.
La disolución de entidades sociales, diversificación de gustos y la exigencia de ser uno mismo, dan como resultado crisis en la comunicación: no padecemos por el ritmo y organización de la vida moderna, padecemos a causa de nuestro apetito insaciable de realización privada. Por lo tanto mayor deseo de independencia, trae aparejado mayor incomunicación y conflicto inter e intrasubjetivo. En consecuencia el ser humano no se conecta consigo mismo en el sentido de autoconocimiento y en mayor medida no reconoce a otro, por lo tan no puede escucharlo.
Es la era del narcisismo donde lo que se procura es la búsqueda de un yo ideal que supla las carencias e imperfecciones a las que ha estado sujeto el individuo, donde el otro no existe sino a imagen y semejanza. Es la vuelta de la libido sobre el yo y su transformación en narcisismo. Se ama solo aquello que hemos sido o aquello que posee perfecciones de las que carecemos.
La disolución de entidades sociales, diversificación de gustos y la exigencia de ser uno mismo, dan como resultado crisis en la comunicación
De todos modos, es necesario rescatar los aspectos positivos de la hipermodernidad (Lipovetzky) en cuanto la autonomía del individuo de poder elegir libremente sin sujetarse a normas o dogmas. Es una sociedad actual que tiende a la destradicionalización donde el individualismo responsable, a diferencia del individualismo egoísta (corrupción, desentendimiento de los otros, mafias), permite construir la propia vida. Esto trae aparejado paradójicamente que mientras más reconocidas las personas como libres, sufren más angustias y depresiones.
Sería importante que en la hipermodernidad se eleve tanto en la escuela como en la universidad, el intelecto de los sujetos, se desarrolle e invierta en la inteligencia humana, en el patrimonio artístico, en el saber científico y se incentive un ritmo menos acelerado que permita dedicar tiempo a los otros para poder escucharlos y de este modo salir del utilitarismo tan desarrollado en la Sociedad de consumo.
*Psicóloga UBA especialidad psicoanálisis.