OPINIóN
más de un año después

Un gobierno con los cordones desatados

Al margen de las urgencias y presiones del contexto, los errores no forzados y los teléfonos descompuestos se convirtieron en un drama para la Casa Rosada.

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Promesas. Los sucesivos anuncios de vacunas que no llegaron golpearon la credibilidad del Presidente quien, el mismo día que los ministros Trotta y Vizzotti defendían las clases presenciales, decidió impedirlas. | presidencia

Desde la irrupción de la pandemia, las administraciones públicas de cada rincón del planeta han pasado a definirse –y ser juzgadas– por su desempeño frente a la crisis sanitaria. En Argentina, ocurrió algo curioso. Si bien implicaba un cimbronazo para una gestión que acababa de apoyar los pies en la Casa Rosada, también le dio una razón de ser y ofreció una especie de nuevo pacto entre la clase política y la población frente a lo desconocido y las ruinas del pasado reciente. De ese pujante comienzo, sin embargo, hoy parecen quedar pocas garantías. 

Más de un año después, la luz que se utilizó para marcar el camino ya no ilumina como antes. Y no es necesario alejarse del riñón del oficialismo para encontrar algunas respuestas. El coronavirus ha obligado indefectiblemente a tropezar y recular en medio de una profunda y creciente angustia social que solo pretende respuestas concretas y efectivas, un escenario aprovechado por la oposición hasta niveles obscenos de populismo (de derecha), pero el equipo de Alberto Fernández hoy parece más amarrado que nunca a su pantano de errores no forzados.

Que en las entrañas del Ministerio de Salud de la Nación se haya destapado un vacunatorio vip al que accedían figuras políticas, amigos y familiares del poder sin turnos ni protocolos establecidos previamente no se trata de un mero abuso de posición. Primero, hay una vejación a la condición humanitaria, agravada por un contexto dramático en el cual las dosis escasean. Segundo, el resumen de la cuenta arroja que se inocularon personas afines de forma clandestina y con privilegios por encima del resto en un gobierno plagado de retóricas de corte nacional y popular.  

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En términos políticos, esto último no representa un detalle menor a la hora de pagar los platos rotos. No lo borra ni el despido del titular de la cartera sanitaria –el mismo que dijo “el mundo está hablando del modelo argentino”– y mancha cualquier acierto posterior. Incluso, con la intención de mostrar repudio, pero al mismo tiempo fortaleza, hasta el propio Alberto Fernández confundió los caminos y terminó arrojando una frase poco feliz: “No hay ningún tipo penal en Argentina que diga será castigado el que vacune a otro que se adelantó en la fila”. Estaba lejos del país, de gira por el Bicentenario de México, en medio del escándalo nacional. 

Teléfonos descompuestos, errores no forzados. La presencia del Presidente al mando de las cadenas nacionales sobre la situación del coronavirus, a las que cubrió con un manto de aula escolar por su bagaje docente, logró un impacto muy positivo casi de inmediato. Algo exagerado por los propios, pero con una gran adhesión social en términos generales. Gracias a ese sprint, y la bandera clavada de “Alberto nos cuida”, el Gobierno consiguió resto y comenzó a escuchar esa otra voz que le pedía mostrar más su desempeño por fuera de la pandemia. Así, se abrió el juego a una serie de excursiones en busca de nuevas coronaciones. 

Tal envión supuso que la espalda estaba ancha y colocó las expectativas en alza. Para dar un nuevo golpe de efecto, los cañones apuntaron con destino a Vicentin. La agroexportadora argentina, sexta en ventas al exterior del rubro en el país, acarreaba una deuda millonaria con el Estado facilitada durante la gestión anterior por sus cercanías con el macrismo y un oscuro porvenir. Para salvarla del ocaso y el alcance de multinacionales extranjeras, se anunció con bombos y platillos la intervención, un plan que se completaría con la expropiación posterior.

Opositores y el sector rural, que nada habían dicho de los espurios créditos que Vicentin obtuvo del Banco Nación en tiempos de Macri, pusieron el grito en el cielo en respuesta con la conocida premisa de “Argenzuela” y una “kirchnerización de Alberto”. Irresoluto, el oficialismo apenas aguantaría la embestida y finalmente daría marcha atrás. Como resultado, el caso no solo representó una derrota política y un manchón en la imagen del Ejecutivo, también marcó un punto de quiebre en su estabilidad. Desde entonces, la comunicación pasaría a ser uno de los mayores dramas. 

Confinamiento y pobreza. El crédito acumulado en las conferencias de Alberto, en paralelo, comenzó a reducirse ante las antipáticas renovaciones que implicaron los períodos de confinamiento, sustanciales para la preparación del sistema sanitario, pero cada vez más disociadas de un escenario económico asfixiante que desangraba desde el vamos y comenzaba a colisionar con la política de salud. Tal vez haya sido la única maniobra que Argentina, un país de estructuras con carencias y márgenes acotados, contó a mano en un comienzo. Sin embargo, con la estrategia pírrica de “salud o economía”, hubo una posición rígida demasiado larga que acabó por comprometer sus frutos. 

Las estadísticas arrojaron que, al cabo del 2020, la pobreza del país trepó al 42% y la indigencia al 10,5%, con los niños como grandes damnificados. Números letales para un gobierno de aires progresistas –al menos, en términos discursivos– y motivo de duros cuestionamientos al modelo aplicado. Para colmo, en el momento que la situación empeoró en ambas direcciones (contagios y necesidades), las “paternales” cadenas nacionales del mandatario fueron reemplazadas por fríos comunicados grabados para redes sociales.  

Esto ha hecho pender de un hilo los ánimos. Sobre todo, en un país cruzado desde hace décadas por la desigualdad, la pobreza y la inseguridad. En un barrio popular hay familias enteras que viven en una habitación, sin servicios básicos y a fuerza de changas. De qué manera se puede acusar y hablar de relajamientos sociales, como se ha escuchado desde un poder cuya máxima autoridad fue enganchada varias veces en offside al no cumplir con sus propios protocolos, cuando existen esas realidades en grandes proporciones. Cómo omitir, ya sin nombrar extremos, que una buena parte de los trabajadores depende de ingresos en negro o labores informales.  

En el medio, las tomas de terrenos pusieron sobre el tapete la crisis habitacional que sufre el país y alcanzaron tensión máxima con lo ocurrido en un descampado de Guernica, que terminó con escuadrones policiales avanzando sobre familias empobrecidas y quemando casillas. Por entonces, pese a lo álgido del asunto, la novela que mantuvo pendiente a comunicadores, personalidades e intelectuales que se autodenominan del “campo popular” y a parte de la esfera política oficialista que le responde fue un litigio de tierras en el opulento interior de una de las principales familias terratenientes de la Argentina. 

El núcleo albertista sufrió otra vez la falta de voceros, y personajes periféricos que demandan por encima de lo que el aparato tiene para dar hicieron que parte de sus filas sintieran la obligación de tomar posición en un asunto minúsculo que no les incumbía. Debido a que una de las hermanas atinó a desconocer el legado familiar y puso una estancia a disposición a un grupo de activistas para un proyecto agroecológico, el caso fue romantizado a niveles fantasiosos como si realmente cuestionara los problemas distributivos y pusiese en jaque al sector económico más poderoso del país. Tras días de tire y afloje, la Justicia ordenó desalojar el lugar, acabando con el sueño antes de que comience y, de rebote, decretando una nueva derrota. 

Ajuste y chicanas. Durante los meses venideros, el calor llegó y la pandemia pareció reposar en un segundo plano. Pero el ajuste que sufrieron los jubilados –el mismo día que se celebró la ley del aborto legal– con una nueva tabla que se actualiza sin contemplar la inflación, las tensiones del Ejecutivo con el Poder Judicial –con el fantasma de la corrupción sobrevolando–, la denuncia por fraude a Victoria Donda tras ofrecer un cargo en el Inadi a su empleada doméstica y el velatorio en Casa Rosada tras la dramática muerte de Diego Armando Maradona que acabó con un cierre abrupto con miles de personas agolpadas en las calles, gente herida y corridas, significaron mayores tropiezos aún.

También las protestas de la Policía Bonaerense en diversos puntos de la provincia de Buenos Aires, que mostraron imágenes de uniformados en servicio y con armas que llegaron hasta el frente de la Quinta de Olivos, mientras la ministra de Seguridad de Nación (Sabrina Fréderic) y su par provincial (Sergio Berni) continuaban con el juego de chicanas y repartijas de responsabilidades en los medios. Todo combustible para el ala dura de la oposición representada por personajes sin cargos públicos y, por ende, mayor capacidad de esbozar discursos reaccionarios.   

Con los caminos cada vez más anegados, un as con relevancia internacional salió de la manga del oficialismo: los acuerdos conseguidos por Argentina para acceder a diversas vacunas contra el Covid-19. La noticia ya era muy valiosa per se, pero Alberto Fernández subió el volumen de la épica y aseguró que diez millones de personas serían inoculadas con la Sputnik V de Rusia entre enero y febrero del 2021. Al cabo de dicho plazo, tal promesa no se cumpliría ni por asomo y poco tiempo después la máxima autoridad de la cartera de la salud, Ginés González García, acabaría desafectado con la filtración del ya nombrado escándalo del vacunatorio vip en el marco de su gestión. 

Segunda ola. El estruendo del impacto aún se oía cuando se encadenó la “llegada de la segunda ola”. El temerario devenir expuso una nueva desorganización en el interior del gabinete frente a los micrófonos, con la escolaridad como tema central. El mismo día que tanto el ministro de Educación (Nicolás Trotta) como la –ya no tan reciente– ministra de Salud (Carla Vizzotti) plantearon un escenario algo favorable para la continuidad de las clases presenciales, el presidente Fernández bajó el martillo a último momento y volvió a suspenderlas, además de sumar al combo la desafortunada frase “el sistema sanitario también se ha relajado”. 

El episodio no hizo más que recrudecer el estrés social entre tanta confusión y servirle una nueva oferta a la oposición de pescar en el río revuelto del oficialismo. En medio de una tormenta de crisis siderales, contradicciones expuestas por hipérboles sin sustento y la falta de alfiles que marquen la cancha comunicacional sin sobresaltos, el anunció que dio lugar a la posibilidad de producir vacunas Sputnik V en el país asoma como la enésima oportunidad. En el Gobierno, por el momento, los cordones aún no están atados y nadie se atreve ni siquiera a prever una mínima hoja de ruta de cómo transitará el final abierto e incierto que se avecina.