—¿Cómo se modifica y modificará el sector del “real estate” a partir de la irrupción del coronavirus?
—El virus hizo que la gente premiara la vida al aire libre. En este lapso la más afectada desde el punto de vista del hábitat fue la ciudad.
—¿La o las ciudades?
—La ciudad genéricamente: las ciudades. Es el mayor foco de infección de por sí. Además, la reclusión en los departamentos en las cuarentenas generalizadas llevó a la inmovilidad en la ciudad. Por sí mismo el núcleo urbano otorga grandes servicios: hay restaurantes, cines, museos. Es una aglomeración de gente que se cortó por el coma inducido de la pandemia. Las personas se encontraron recluidas en un hábitat pequeño, los departamentos, sin los beneficios de la ciudad. El avance tecnológico hizo que haya cada vez más servicios a través de internet. Ahora se puede trabajar desde cualquier latitud. Hoy hay personas que trabajan en empresas radicadas en otro país, al que no fueron nunca o van muy esporádicamente.
—Cuando construiste Nordelta, ¿imaginabas algo así?
—No, para nada. Empezamos con las obras a fines del 98. La primera casa de Nordelta se terminó en 2000. En ese momento se instaló la primera familia. Tanto en Nordelta como con Puertos/Escobar lo que se buscó desde un comienzo era contar con los beneficios del aire libre, de la menor concentración de gente, y traer en simultáneo los beneficios de la ciudad en cuanto a servicios. Y los colegios. Nordelta tiene siete. Ahora Puertos tendrá su tercer colegio. A eso se suma el centro comercial y el médico.
“El Conurbano representa un problema social, político, ético y económico.”
—¿Qué cantidad de habitantes hay?
—Más de 40 mil habitantes. Unas 14 mil familias, entre departamentos y casas. Estamos en el proceso de construcción de los últimos cuatro barrios. Más o menos serán finalmente unos treinta barrios. Después nos falta completar la parte de los multifamiliares: departamentos y oficinas. Serán aproximadamente 80 mil personas.
—Casi una ciudad.
—Claramente. Una ciudad que se fue construyendo a través de estos primeros veinte años, y seguirá construyéndose. Al principio no había nada. La concepción es una sumatoria entre barrios, departamentos, colegios, oficinas, una dependencia el día de mañana del municipio, un centro de monitoreo y de control, un programa de sustentabilidad. Todo eso se da en la medida en que escala. Hay algo orgánico: al principio es solo un órgano, al que después se adicionan otros, como la aparición del centro comercial o del primer supermercado. Y está pensado desde un comienzo en un máster plan que varió apenas un 10% de lo concebido.
—¿Qué otras modificaciones se producirán a partir del coronavirus?
—Ya hay modificaciones. Hay que pensar si ese cambio quedará o no, cuánto permanecerá residualmente. Es un fenómeno internacional. Miami es un estado receptor de la pandemia del virus. La gente migró de Nueva York, incluso de California, porque hay menos densidad, espacios abiertos, un clima más favorable y la gente puede trabajar a distancia.
—Sucede como en la época de la Edad Media, que la gente se escapaba de las ciudades supuestamente infectadas.
—Parte es eso. A lo que se suma el proceso de mayor valoración de ese estilo de vida: con más aire libre, verde, agua. Uno puede preguntarse si eso llegó para quedarse.
—Si los que se mudan a Miami seguirán trabajando para Nueva York, por ejemplo.
—Hay gente, por ejemplo, que se fue a Tulum, que ni siquiera es Estados Unidos. Hay un vuelo Nueva York-Tulum, México, bastante fácil, sin escalas. La población mundial secularmente se concentró en las ciudades y la pandemia revirtió esa tendencia en un año. Estamos en una época de transición. Pero la ciudad como concepto tiene un gran desafío, se tiene que reinventar. Tiene que seducir nuevamente. Primero, con una baja de los precios, porque es cara también. Hay un tema económico. Debe bajar impuestos. Los inmuebles tienen que bajar. Hay que favorecer las áreas verdes, los espacios abiertos. Se debe pensar la densidad. En Nueva York, la calle 57 tiene edificios que miden 400 metros de altura en un terreno de 4.000/5.000 metros. Es un disparate. Produce contaminación sonora, de tráfico y saturación por la cantidad de gente.
—¿Las ciudades serán más chicas?
—Deberían ser menos densas, con menor aglomeración, con menos gente. Buenos Aires en ese sentido está relativamente bien posicionada frente a ciudades como San Pablo, Nueva York, o ciudades asiáticas. No obstante sufre el proceso del que hablamos. Parte de la gente prefiere vivir afuera.
—Recuerdo una charla que tuvimos el año pasado en el momento de las tomas, sobre el costo de hacer una urbanización. Parece que el fenómeno fue dual, que personas de alto nivel socioeconómico prefirieron mudarse, mientras que personas de menos nivel socioeconómico prefirieron salir de un barrio precario en el centro de la ciudad hacia un descampado, huyendo del hacinamiento.
—Eso es un tema más económico-social. Se produce junto a un muy elevado nivel de marginalidad. Hay gente que no cabe dentro de las villas y desesperadamente toma tierras. Produce un grave problema, porque 500 familias que toman un campo no tienen ningún servicio. No tienen agua potable, desagües, electricidad, gas ni transporte. Se les inunda. Es un manotazo de ahogado. Van a un lugar abierto y sorprenden al propietario. Las tomas son siempre sobre lugares abiertos.
—Hablaste de la situación en la calle 57 de Nueva York. En el Barrio 31 hay casas de seis pisos con calles infinitamente más angostas. ¿En los dos extremos de la posibilidad económica existirían niveles de hacinamiento altos?
—La Villa 31 está localizada en un punto excelente de comodidad hacia los lugares de trabajo y la tierra es gratis. Si la estructura lo aguanta, hacer una losa más es gratis. Agregar losas se transforma en un negocio inmobiliario. Todo ocurre sin planificación urbana. Es una decisión individual económica de una persona por conveniencia, que empieza a vender. Al principio, la Villa 31 tenía menos población. Encima tiene servicios y está excelentemente ubicada. Si no hay un código de edificación, terminará habiendo mayor densidad, porque los dueños le sacan más beneficios al terreno. Debe haber un regulador, como en todas las ciudades que fija los parámetros constructivos.
“Con una inflación del 40% anual es casi imposible pensar en la financiación de un proyecto.”
—El límite sería el hacinamiento. Y aparece el salvavidas de plomo cuando en las regiones no urbanizadas se encuentran con que no hay servicios. ¿Cuánto cuesta convertir campo en ciudad?
—Depende de la infraestructura. Lo primero es ver el nivel del suelo para que no se inunde. También se precisa que existan medios de transporte. Hay que hacer una planificación de la infraestructura del barrio: calles, cloacas, agua, electricidad, gas, e incluso internet. A partir de allí nace una urbanización
—Los intendentes del Conurbano afirman que el 80% del crecimiento de lo que era campo y se convirtió en urbano fue el resultado de tomas o countries. Muchos prefieren que haya countries para no cargar con el costo de desarrollar infraestructura. La lógica de las personas que ocuparon el campo es que una vez que haya suficiente cantidad de población aparecerá el Estado.
—Hay ausencia del Estado. Las urbanizaciones privadas efectivamente suplieron ese espacio. Nordelta ya es una ciudad. Hay una organización jurídico-social-económica que provee los fondos para hacer la urbanización. Nordelta invirtió casi mil millones de dólares en infraestructura.
—Con la inversión de los propietarios.
—Lo hacemos nosotros, pero lo financiamos con la venta de terrenos. Es algo orgánico, organizado, planificado, que cumple con las regulaciones sobre infraestructura. En la época de nuestros bisabuelos uno no se imaginaba a los privados haciendo las calles. Lo hacía el sector público. Todo el mantenimiento urbano lo pagan los vecinos a través de la Asociación Vecinal Nordelta o de la Asociación Vecinal Puertos. La seguridad, la limpieza, el mantenimiento de los lagos y los jardines. En las expensas, los vecinos pagan todo. No es una queja, pero la realidad es que después de la inversión de los vecinos el Estado revalúa las tierras. Cobra impuestos provinciales y tasas municipales. Aumenta la población y son fuertes generadoras de empleo. En Nordelta hay un promedio de construcción de unas 360 casas continuo. Como si se mudara una familia por día. Más las edificaciones de departamentos, el centro comercial y los colegios.
—¿Qué es lo que se tendría que haber hecho y no se hizo en el Conurbano?
—Es un problema social, político, ético y económico. Hay más de 40% de pobreza. El problema es la pobreza. Un país que sabe dónde va tiende a tener una tasa de crecimiento que lo hace inclusivo. Genera empleo. Entonces ese empleo cuenta con un sistema de créditos hipotecarios, al que las familias pueden recurrir para construirse su vivienda. Detrás de eso también hubo un plan urbanístico que colonizó o desarrolló gran cantidad de tierras para que toda la gente empleada pudiera tener su vivienda. China produjo una gran migración hacia la ciudad. Generó los recursos necesarios y el círculo virtuoso consecuente. En la Argentina hay un círculo vicioso: cada vez hay más pobres y marginados.
—En China se construyeron en los últimos cincuenta años viviendas para albergar 400 millones de personas. El Estado construyó las calles y la infraestructura.
—También los privados.
—Los privados pudieron construir los edificios porque las personas podían pagar la cuota hipotecaria porque tenían trabajo.
—Y crédito. Las familias de Nordelta invirtieron unos 3 mil millones de dólares. ¡¿Podés creer que en veinte años no ha habido un dólar de crédito bancario?! Se hizo con el laburo propio de cada familia.
—En China lo hizo el Estado, pero los privados dieron crédito porque había trabajo. El problema en el Conurbano sería la migración sin trabajo.
—Exacto. Al país le falta el trabajo y el crecimiento.
—En los últimos setenta años, el Conurbano multiplicó su población geométricamente. ¿Con el teletrabajo se modificará ese esquema?
—En la situación socioeconómica de la República Argentina, el teletrabajo por sí mismo no lo modifica.
“La situación económica se parece a la del final de Macri; pero hay sensación de inseguridad jurídica.”
—¿No varía con las empresas que se mueven hacia el interior?
—Son pocas aún. Lo que es chico en la Argentina es la torta; no llega a la población. Por eso hay tanta pobreza. Por eso el nivel de sueldos de los que están empleados es bajo. El país no está capitalizado, la inversión no llega al 10%. Lo que no funciona es el sistema económico, la organización social y política del país.
—¿El problema de vivienda del Conurbano es síntoma de la falta de trabajo?
—No hay riqueza nacional. El escaso porcentaje de la población que ahorra lo hace en el exterior. Tenemos problemas estructurales endémicos, económicos, sociales, políticos y éticos. Eso hace que la eficacia sea muy pobre. No abastece a las necesidades de las familias argentinas.
—¿Qué harías si se generara una comisión para resolver el problema de la falta de vivienda en el Conurbano?
—Es lo sintomático. Sucede lo mismo con la educación, la alimentación y la salud, entre otros temas. Desde lo urbanístico, técnicamente es sencillo. Los espacios verdes están. No es un problema de espacio, como en Japón. Aquel país lo resuelve a partir de sus recursos. El problema acá son los recursos. Si soy intendente y cuento con recursos, puedo realizar infraestructura y crear nuevos barrios. Como hace Nordelta, un privado buscaría espacios verdes. Hay campos.
—En el campo, el costo de la tierra es nada.
—El costo de la tierra es menos del 5% del valor total de la infraestructura. Aparte se precisa dar transporte a la gente. Cuando compramos Nordelta en 1998 había un acuerdo del ferrocarril con el Estado que iba a electrificar el ramal. Se uniría la estación Bancalari con Victoria. Estamos en 2021 y no sucedió nada. En simultáneo, crecieron villas junto al ferrocarril. Ahí hay una respuesta sobre la falta de inversión pública para financiar un programa urbanístico para la gente sin vivienda. Faltan millones de viviendas en la Argentina.
—¿Un plan de viviendas generaría ese círculo virtuoso?
—Parcialmente. El inconveniente sería la financiación, el pago de la cuota por las familias/empleados, porque no hay crédito en la Argentina. Si no hubiera inflación y la tasa nominal fuese muy baja, las familias con trabajo tendrían acceso a la vivienda. Cuando no hay crédito, las tasas son muy elevadas. Por eso no desarrolló el crédito hipotecario. Chile, Brasil y Uruguay tienen muchísimo más acceso a la vivienda por sus créditos hipotecarios. Estados Unidos, también. El Estado no puede tener el dinero para hacer 3 millones de viviendas. Necesita quien lo financie.
—¿Cuántos empleos da la construcción de una vivienda?
—Diez empleos como mínimo en una casa.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Durante diez meses. En Nordelta trabajan 8 mil personas.
—Si se construyeran 3 millones de casas, habría 30 millones de personas trabajando diez meses o tendrías 3 millones de personas trabajando cien meses. Daría empleo en la construcción para todas las casas que hacen falta en la Argentina.
—Claro, ¿pero cómo lo financiás?
—Se debería contar con una financiación a 15 años.
—Y el empleo para eso también. Hay un 10% de la población que está desempleada, o más.
—El empleo lo tendrían las mismas personas en la construcción de casas y pagarían si se pudiera pagar la casa en 15 años. Los créditos hipotecarios que mencionás son a treinta años. ¿Nunca te tentó presentar un máster plan de solución del problema de la vivienda en la Argentina?
—Se necesita inversión inicial. Puede escalar también, porque hay temas de organización.
“La pandemia revirtió en un año el movimiento secular hacia las ciudades.”
—Lo que le da más sentido a la pregunta. ¿Nunca te tentó?
—El tema es cómo financiarlo, cómo cobrar los créditos. Quién da el capital. En otros países, el sistema financiero, los bancos incluso a veces con ayuda del Estado, tienen líneas de créditos al desarrollador. Algo similar a créditos puente. Cuando está terminada la casa, la familia empieza a pagar el crédito hipotecario. Pero todo eso necesita un sustento. No se puede hacer sin plata. Los bancos no pueden prestar porque no tienen depósitos a largo plazo. Ni a largo ni a corto, en realidad. Estamos frente a un tema sistémico. Con una inflación del 40% anual es casi imposible pensar en una financiación. Se requiere un orden. No vemos los argentinos el beneficio de entrar en el círculo virtuoso. No percibimos que es el mejor negocio político. Se piensa solo en el corto plazo. Todo se articula de acuerdo a la elección que viene.
—¿Qué va a pasar con las oficinas a partir de la pandemia con el homeworking?
—Si bien estamos en un período incierto y en transición, todo dice que la oficina será menos utilizada. No va a dejar de ser utilizada, pero de otra manera, por la flexibilidad que ofrece el trabajo a distancia. Lo mismo que los viajes corporativos. Los hoteles tendrán el público del turismo y menos el corporativo. Si antes había una oficina de mil metros para cien empleados, hoy se demandará una oficina de 500 metros. Hoy, a priori, sobran metros de oficinas. Con el tiempo eso se absorberá. Primero hay que ver si queda en un 50%, si la gente va la mitad de los días laborables a la oficina. Cambiará el uso de la oficina per se con composiciones rotatorias y lugares de reunión. La oficina se utilizará menos. También va a cambiar la calidad del espacio. Pero las reuniones presenciales siguen siendo muy importantes. Cuando termine la pandemia puede ser que la gente tenga mayor propensión a la reunión presencial. Creo que quedará el deseo de trabajar con más flexibilidad, porque uno tiene más calidad de vida...
—Se ahorra el tiempo de transporte.
—Uno tiene más libertad horaria. Los empleados sienten que mejora su calidad de vida con la posibilidad de trabajar a distancia. Eso hace más eficiente al sistema y más productivo.
—¿Cambiarán los museos, también?
—Muy buena pregunta. El turismo continuará. La gente quiere viajar, visitar ciudades, conocer museos. Los viajes corporativos disminuirán. Hay cosas que se solucionan con una videollamada.
—¿Aumentará el turismo tradicional?
—Creo que sí. Los museos tuvimos que aprender. Creamos la parte virtual del museo que nos da la posibilidad con las plataformas. El Malba tiene más de 500 mil personas en Instagram; lo mismo en Facebook y la plataforma propia. Los cursos virtuales, el programa de cine, de educación, las exhibiciones temporarias, conversaciones con autores, discusiones de arte. Hoy es como un Netflix. Lo disfrutan personas de otros países u otras provincias. Tenemos una audiencia más universal que antes y menos gente presencial en el museo. Después de la pandemia, el público irá en aumento con el regreso del turismo. Hay que darle mucha potencia al Malba virtual. Se precisa flexibilidad para adaptarse a los enormes cambios inusitados que vivimos.
—¿Cómo serán el Malba y Nordelta dentro de diez años?
—Imagino Nordelta más terminado. Dentro de poco, entramos en el proceso de terminación.
—¿Llegarán a los 80 mil habitantes antes?
—No. Quizás ese número sea en los próximos veinte años. Tenemos unos 800 mil metros de oficinas y de departamentos, con más aire libre, menos densidad. Eso tarda más en absorber.
—¿Y el Malba?
—Tenía un programa de ampliarse por debajo de la Plaza Perú, tal vez pueda producirse en los próximos diez años. Lo imagino mucho más fuerte virtualmente y más o menos parecido a lo que es hoy físicamente. Cambiarán las muestras. Ya venía un movimiento de más interdisciplina entre el teatro, las artes plásticas: las performances. Quizás los espacios también se modifiquen.
—¿Qué diferencias hay en ser un desarrollador inmobiliario en la Argentina y en Estados Unidos?
—La gran diferencia es el derecho, la ley. En Estados Unidos tenés el mismo estatus legal que el intendente o que el gobernador. Las leyes se cumplen y hay abogados especialistas en real state, en desarrollos. Conocen el código y los derechos del desarrollador y los de la ciudad. Es un diálogo de derechos y obligaciones de cada uno. Si surgen problemas con los permisos, se negocia con el municipio. A veces se precisan aportes importantes para lograr lo que se desea como desarrollador. Pero todo en el marco de la ley.
—¿Cuánto cuesta construir un metro cuadrado “ceteris paribus” hoy en Buenos Aires y cuánto en Estados unidos?
—Es distinto Nueva York que Miami. En Miami aproximadamente, sin el terreno, será unos 3.500/4.000 dólares el metro. Estoy pensando en buena calidad. En la Argentina será más barato, un 25%. Una cosa muy buena no llegará a los 1.300 dólares.
—¿Qué sucede con el precio de venta?
—Lo mejor de Miami puede estar en 20 mil dólares el metro, o más. En la Argentina un muy buen departamento puede valer 6 mil o 7 mil dólares. Depende. Pero falta la tierra.
—Un costo que puede llegar a ser cuatro veces más caro.
—Tres veces, más o menos.
—¿Estás construyendo en Puerto Madero, al lado del Faena?
—Sí, Oceana Puerto Madero. Estábamos por comenzar también un edificio de viviendas en la calle Huergo.
—¿Cambió la perspectiva de tus negocios en “real estate” del gobierno de Mauricio Macri al de Alberto Fernández?
—A partir de abril del 18 se cae el plan económico y comienza a subir el dólar. Ahí el dólar le empieza a ganar a la propiedad. Con este gobierno la situación económica sigue parecida con miles de falencias, pero ahora hay una mayor sensación de inseguridad jurídica. Se debe a los ataques a la Justicia, a las instituciones, a la democracia por parte del Gobierno y del Congreso.
“El escaso porcentaje de la población que ahorra lo hace en el exterior.”
—Sacando la pandemia, ¿los planes de inversión se reducen respecto a lo que habría pasado con Macri en el poder?
—Entramos en este período con un stock de tierras, de terrenos importantes. En la medida que hay demanda, hacemos el desarrollo. En Nordelta y Puertos, estamos desarrollando porque hay buena demanda. En CABA tenemos Oceana Puerto Madero, que era una obra anterior que aparte es una obra muy buena de baja densidad, con una plaza, es una buena opción ante el virus. Con este gobierno y la pandemia estamos por lanzar un edificio en la calle Huergo, a unas tres cuadras de Puerto Madero, que tiene también una plaza y muchos servicios. Lo hacemos en la Ciudad porque creemos que hay demanda. Nos fijamos en la micro, porque contamos con la materia prima del terreno. Nos movemos así. Pero no nos producen beneplácito las noticias sobre nuevos impuestos, regulaciones, o el dólar que sube.
—¿Pensaste en radicarte fuera de la Argentina?
—Mis empresas están para quedarse. No me cabe la menor duda. Me gusta mucho lo corporativo. Deseo que Consultario siga creciendo corporativamente. Lo que yo decida personalmente no afecta a mi empresa. Mi empresa es una generadora de empleo y quiero que siga creciendo.
—En lo personal, ¿pensaste establecer residencia fuera de Argentina?
—Ahora estoy viajando más. En la pandemia estuve en la Argentina y en Uruguay. Después de haber trabajado 54 años, proyecto estar más con un enfoque de fijación de políticas, estrategias, que en el día a día. Así como sigo coleccionando y de común acuerdo con otros voy seleccionando las obras de arte que compro, tampoco estoy en el día a día del Malba.
—Uno de los elementos que se modificaron en los últimos años también es la prolongación de la vida. Hoy se habla de sociedades con personas centenarias como algo absolutamente normal. ¿Cuál es tu relación con la longevidad y tu propio proyecto personal de familia?
—Soy un entusiasta de la vida. Estoy muy agradecido. La vida es un don. Nos dieron ese don y nosotros tenemos que desarrollar toda nuestra potencialidad para disfrutar la vida de manera honesta. Lo único es la honestidad. Es la base de mi filosofía y mi obligación. Vivo cada día con el mismo entusiasmo. No sé cuánto tiempo voy a vivir, nadie lo sabe. Me gusta estar activo. Soy una persona tanto física como intelectualmente inquieta. Asombrada ante la vida. Me gusta aprender continuamente. Uno debe intentar renovarse. Los cambios son grandes y la juventud tiene mucho valor por el avance tecnológico y la innovación. Sabe cosas que nosotros no. Debemos aprender de la juventud. Ese es mi espíritu ante la vida.
—Alberto Cormillot anunció que será padre a los 82 años. ¿Considerás la posibilidad?
—Te voy a contar una anécdota. Tengo un amigo que tiene 85 años y tiene un hijo de 3, que es el déspota de la familia. El tipo está superalegre, Es feliz con su paternidad. No hay que juzgar a la gente; no hay que juzgar a las parejas. Estoy casado con Elina, a quien amo profundamente. Tiene 30 años y yo 74. Para mí es una alegría. Nos llevamos muy bien. Dialogamos en todos los aspectos de una pareja fluidamente. Estoy muy feliz y nuevamente le agradezco a la vida que ella se haya fijado en mí.
“Miami es un estado receptor de la pandemia del virus.”
—¿Te rejuveneció?
—Rejuvenece, porque es una persona más joven. Es alegre, espontánea, vivaz. El amor en sí mismo rejuvenece. La compañía, la complicidad. El amor fecunda la vida. Es mirar hacia adelante. Siempre miro hacia adelante.
—¿Crees en la suerte?
—La suerte existe. Pero creo más en la filosofía de cada uno.
—Sin embargo, decís que sos agradecido.
—Soy agradecido. Nací, estamos vivos, somos seres vivos con inteligencia que tenemos recursos. Tuvimos la suerte de tener los padres que tuvimos, que nos dieron educación. Eso nos da recursos para que, a través de la voluntad, de la paciencia y el esfuerzo y una filosofía no combativa, más armónica y honesta, disfrutar de la vida. Eso agradezco. Los padres que tuve; mis tíos, mis abuelos, mis hermanos. Nunca una pelea, gente honesta, tranquila, buenas personas. Eso me nutrió. Es lo más importante que recibí. Lo único que quiero es una vida armoniosa, honesta, no hacer mal a nadie y disfrutarla a pleno. No sé cuánto voy a vivir. Lo único que deseo es estar bien físicamente, tener buena calidad de vida y disfrutar cada día. Hoy estás y mañana no.
—¿Te imaginás siendo padre nuevamente?
—En estos momentos no está en nuestra agenda. Pero soy sumamente abierto.
—¿Esa experiencia rejuveneció a tu amigo?
—Está refeliz con el chico. Viví entre chicos: siete hijos, 13 hermanos, 75 sobrinos. Mi padre tenía seis hermanos; mi madre, otros seis.
—¿Parte del agradecimiento es devolver en forma de dedicación los dones recibidos por la fortuna, haber nacido con determinado potencial de educación y de recursos económicos?
—Tenemos una responsabilidad social. Una responsabilidad tanto ético profesional, como también solidaria, incluso más allá de lo establecido por la ley. Uno de los pilares míos es el desarrollo del Malba. Otros participan en fundaciones. Con Elina precisamente tenemos la idea de hacer una fundación, que la pandemia ha demorado, la constitución de la fundación per se, pero hemos hecho programas de asistencia en lo que es la salud.
—¿Cuál es tu posición personal en toda la discusión sobre la meritocracia?
—Puse un gran esfuerzo en la vida. Mis padres me dieron la enseñanza de la honestidad, del esfuerzo y la profesionalidad. Mi padre tenía dos títulos. Vengo de una familia de profesionales, pero no de posición económica. Mi padre me enseñó las herramientas. Pero yo me levantaba a las siete de la mañana y llegaba a las nueve de la noche. Tomaba un colectivo, un tren, otro colectivo. Estudiaba, después fichaba, trabajaba, viajaba y hacía el mismo viaje. Ese esfuerzo me fue moldeando. El esfuerzo es muy importante. La disciplina, el esfuerzo nos enriquecen. El estudio es fundamental. Tuve la suerte de haber estudiado. Tuve que hacer un esfuerzo muy grande para estudiar a nivel terciario porque tuve tres hijas de muy joven. Tuve la tentación de dejar la facultad porque tenía un trabajo más o menos bueno. Pero sabía que estudiar esos cinco años me llevaba a un andarivel más alto. Nunca dejé de estudiar economía. Amo la economía. Me permite ver de lo general a lo particular. Soy de virgo. La economía ayuda a mi estructura a pensar.
—¿Hacia dónde va el mundo económicamente? ¿Habrá una recuperación fuerte pospandemia?
—Percibo el avance inusitado de la tecnología. La humanidad vive una transformación enorme desde el punto de vista económico y social, en cuanto a hábitos, de la mano de la innovación. Eso produce una globalización y cierta descentralización. El bitcoin tiene ese valor: un valor real y el valor simbólico de un sistema descentralizado, no manejado por nadie y multiparticipativo. Lo mismo sucede con la democracia. Los sistemas de conexiones en línea crean opiniones por fuera de los canales habituales.
“Hay gente que no cabe dentro de las villas y desesperadamente toma tierras.”
—¿Sos optimista?
—Muy. Hay cambios profundos. Existen empresas que crecieron enormemente, que son increíbles, que valen billones de dólares. Son seis años de producción argentina. La capacidad de Amazon en la nube y los servicios que presta son cosas que no cambiarán más. Lo mismo sucede con los autos eléctricos, el 5G. De a poco vamos a vivir realidades virtuales aumentadas. Con el 5G habrá transformaciones inimaginables. Eso no lo para nadie. El hombre sigue avanzando. Luego hay que ver qué pasa y qué efectos colaterales tiene. Pero no estamos en un momento estático.
—Viviste en Inglaterra en el momento previo al de Margaret Thatcher. Era la época de las ideas de la Universidad de Chicago. Fue un proceso de desarme del Estado del bienestar de la socialdemocracia de los años precedentes. ¿Hay un cambio de paradigma en la tercera década del siglo XXI?
—No soy politólogo. Creo que habrá un vaivén, entre un poco más de Estado o menos. La realidad es que tanto en 2008 como ahora, el Estado fue un protagonista fundamental. El Estado sigue teniendo un rol fundamental en la sociedad. La sociedad no puede vivir de una manera anárquica. En 2008 tuvo que salir en auxilio por un tema de un error del funcionamiento del sistema capitalista y en 2020 por un tema sanitario, con errores en parte graves, algunas falencias graves dada la pandemia. Estados Unidos descubrió que no tenía máscaras, testeos, además de no tener vacuna. Tenía misiles nucleares, pero le faltaban barbijos, testeos y camas de terapia intensiva. Entramos a la pandemia con soberbia después de 12 años de crecimiento mundial. El mundo antes de la pandemia estaba exuberante. La pandemia aparentemente iría en camino de resolverse rápidamente comparada con la fiebre española.
—¿Continuará esa tendencia de crecimiento luego de la pandemia?
—Sí, pero con una aceleración del avance tecnológico aplicado a lo económico y cambios en las conductas sociales. Variará el intercambio de las personas, la forma de comprar, de hacer negocios, de vivir.
—¿Habrá un salto en la productividad como a fines de los 90 con el comienzo de la digitalización?
—Sí. Estamos viviendo un aumento claro de la productividad. En vez de viajar y hacer esto o lo otro, voy dos veces por semana. Trabajo desde casa, hago teleconferencias. Tengo llamadas colectivas con cien personas.
—Al optimista Eduardo Costantini estos avances le permitirán disfrutar más de la vida, viajar más y seguir en contacto conduciendo sus empresas.
—Y seguir siempre siendo curioso.
Producción: Pablo Helman, Debora Waizbrot y Adriana Lobalzo.