POLICIA
disputa territorial y ‘balas para todos’

‘Pandillas narco’, una amenaza latente en los barrios más pobres de Rosario

Están conformadas por menores de 20 años. Algunos serían ex ‘soldaditos’. A uno de estos grupos se le atribuye el ataque a tiros a la parroquia y la escuela de Larrea.

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Rodeado. El cura Núñez, blanco del ataque en Larrea. | diario la capital

La violencia en los barrios rosarinos, a consecuencia del narcotráfico, no se detiene. Hace dos semanas atacaron a balazos a una parroquia del barrio Larrea, en la zona noroeste, para que el sacerdote deje de denunciarlos o arregle económicamente con ellos. Algunos especialistas alertan sobre el surgimiento de “pandillas” de jóvenes con “alto poder de fuego” disputando el control del territorio con organizaciones sociales. Desde el Ministerio de Seguridad santafesino hablan de “miniorganizaciones criminales” vinculadas con el narcomenudeo. Ambos coinciden en que con la detención de los históricos líderes de bandas narcos locales se produce una nueva reorganización y disputa del territorio.

La parroquia María Reina fue atacada a balazos el 24 de septiembre pasado para intimidar al padre Juan Pablo Núñez. La policía recogió 12 vainas servidas de calibre 9 milímetros en el lugar. Siete de los disparos impactaron en la puerta del colegio del barrio Larrea. El resto fue dirigido a la parroquia y una de las balas se incrustó en el altar.

“El ataque intimidatorio que recibió el padre Juan tiene una relación directa con un punto de venta de droga que estaba a la vuelta de la parroquia y con una actitud de mucho compromiso del padre con su barrio, con sus fieles y con las actividades para alejar a los chicos de la droga”, explica a PERFIL Darío Chávez, subsecretario de Investigación Criminal y Policías Especiales del Ministerio de Seguridad de Santa Fe. Ese punto de venta se había allanado dos veces y había vuelto a funcionar.

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Nuevo mapa. Hace más de cuatro años que el padre Juan denuncia la violencia y la venta de drogas en el barrio Larrea. Pero en las últimas semanas la situación empeoró. “La gente cuenta que los paran en la calle y los extorsionan, les dicen que si hablan los van a matar. A muchos pibes los narcos los captan para vender cocaína y les regalan motos, les dan plata”, narró el sacerdote luego de sufrir el ataque a su parroquia. “Son pibitos de entre 15 y 18 años. A mí los que me amenazaron, que tendrían esa edad, me dijeron que agarrara una parte de la plata y que si no me quemaban. Los denuncié y dos días después nos balearon la capilla”.

Larrea está ubicado en la zona noroeste de Rosario. “Esa zona estaba vinculada con los negocios de Luis Medina, aquel que fue asesinado el 29 diciembre de 2013. Ahora cambió de mano, y hoy tenés distintas pandillas, que son unos cuatro o cinco jóvenes que están fuera de la secundaria y quieren sacar chapa de que venden droga y con poder de fuego”, analiza el especialista en narcotráfico y diputado provincial del Frente Social y Popular de Santa Fe, Carlos Del Frade.

“El ataque –continúa– evidentemente fue hecho por chicos muy jóvenes. Da la sensación de que son pandillas que quieren estar en la zona norte vinculados con los grupos que se han quedado con esa zona, donde aparecen los Ungaro, que es una banda familiar muy fuerte hoy, y otros vinculados con ciertos sectores de la barrabrava de Rosario Central”.

Históricamente se relacionó esa zona con Luis Medina, que había sido la pareja de Daniela Ungaro (quien fue detenida hace cinco meses acusada de integrar una banda narco). Su hermano René, sindicado como el líder del clan, para los investigadores seguía manejando los hilos de la organización desde prisión.

Miniorganizaciones. Por su parte, Chávez reconoce que existe una reorganización y disputa del territorio en Rosario tras la detención de grandes narcos y las abultadas condenas a los miembros de Los Monos, pero aclara que en Larrea operan “miniorganizaciones criminales” y las aleja del concepto de las populares y violentas pandillas de Centroamérica. “Nosotros no vemos algo relacionado con una organización criminal, como lo que se conoció con la banda de Los Monos, sino que es la típica organización de narcomenudeo. Tienen proveedores que no son de Rosario, sino que es estupefaciente que ingresa al país y recorre más de mil kilómetros para llegar a la ciudad. Acá es receptada por sus compradores, que tienen un mecanismo de distribución y puntos de venta de esa mercadería. Como es típico en estas miniorganizaciones criminales, cuentan con soldaditos que cuidan los puntos de venta y quienes realizan las cobranzas”.

Betina Zubeldía, miembro de la ONG Madres Territoriales, que trabaja para sacar a los jóvenes de la droga en Rosario, cuenta que “en muchos barrios sentir los tiros es algo normal” y conviven con ellos. “Los narcos nos están ganando”, se lamenta.

“Lo que da miedo es que los tiros en los barrios se naturalicen y no se busquen formas de paliar esta situación y nos acostumbramos a que tal vez mañana no vamos a estar;  que nos puede tocar un balazo y no volver a nuestras casas. Además, por la alarmante situación social y económica hoy, lamentablemente, las familias evalúan si les conviene que entre un asistente social con nuestra organización o el narco que les da 3 mil pesos para cuidar el búnker, actuar como soldadito o ir a balear una casa”, dice Betina.

Desde el ministerio destacan que en los últimos años se enfocaron en desarticular las principales bandas narcocriminales y detener a sus cabezas, “por eso hoy están tras las rejas”. Sin embargo, aseguran que ahora “el desafío está planteado con las segundas o terceras líneas de esas bandas que pretenden manejar el negocio criminal”.

El mensaje del cura: “Váyanse y no molesten a mi gente”. El cura Juan Pablo Núñez ahuyentó a ladrones con un machete en 2015, denunció a narcos y asegura que no se va a callar tras el ataque a la parroquia María Reina. Tiene 37 años y llegó a mediados de 2013 al barrio Larrea. Desde entonces muestra un gran compromiso social para visualizar y enfrentar al narcotráfico en ese barrio. Hace dos semanas le balearon el frente de la capilla para que termine con los reclamos. “No me van a callar, váyanse de nuestro barrio”, pidió el sacerdote.  

“No tienen idea del temor de la gente en el barrio. Hice todo el esfuerzo en hablar con todo el mundo por esta situación. Repito el grito que sale del corazón atragantado de dolor por mi gente, mi barrio: por favor hagan algo... No me van a callar, no nos van a callar. Váyanse de nuestro barrio. No molesten a mi gente. No nos amenacen. No nos saquen a empujones ni amenacen a la familia. Déjennos vivir en paz”, pidió en las redes sociales tras postear una nota sobre el ataque a balazos a la parroquia.