La sucesión en 2015 es una de las principales obsesiones en el kirchnerismo. Sin la posibilidad de reformar la Constitución, la única alternativa de la Casa Rosada es impulsar a una figura que represente la continuidad del modelo. Hoy no hay un nombre que tenga la popularidad suficiente como para ocupar ese lugar: el elegido, hasta 2011, era Amado Boudou, el vicepresidente mimado por Cristina Kirchner, pero denostado luego por el escándalo de la venta de la imprenta Ciccone Calcográfica.
Hace una semana, desde el Gobierno, salió a correr la versión de que Carlos Zannini podía ser ese hombre. Pero tiene un perfil tan bajo que cuesta creer que lo puedan convertir en candidato. El objetivo, en principio, fue suspender el debate interno por la sucesión.
Daniel Scioli podría, por lo que mide en las encuestas, ser el plan B del kirchnerismo. Pero no cuenta con la confianza de Cristina: ve en él un hombre vinculado al Grupo Clarín, enemigo del Ejecutivo, y cree que si llega a ocupar la Presidencia, terminará con muchas de las reformas que impulsó ella desde el Gobierno. Scioli lo sugirió cuando dijo que él era la continuidad con cambios, y cuando le contestó al diario La Nación que tenía diferencias con CFK, pero que no las decía por respeto a su investidura presidencial.