POLITICA

El "blindaje" de Cristina Kirchner frente al fin de ciclo

La desconfianza en Icazuriaga y Larcher terminó por descabezar la cúpula de Inteligencia. El riesgo ante espías resentidos.

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Un patrón común sobrevivió a los 11 años que lleva el kirchnerismo en el poder: cortar cabezas ante una mínima desconfianza y premiar la lealtad por sobre cualquier virtud o capacidad de gestión. Eso fue lo que puso en marcha hoy la presidenta Cristina Fernández de Kirchner al momento de remover la cúpula de la Secretaría de Inteligencia (SI), a la que ya le había demostrado su desconfianza y hasta había culpado de la última derrota electoral.

Fiel lectora de los informes que elabora esa secretaría de forma semanal, la Presidenta nunca se tomó como error ingenuo los reiterados reportes donde le indicaban que Sergio Massa no competiría en las elecciones legislativas de 2013. Para ella, el tigrense contó con esa ventaja: su candidatura agarró a contratiempo al oficialismo, que no pudo frenar de antemano el tejido massista en que se terminó imponiendo en Provincia de Buenos Aires.

Ese fue el peor de los escenarios para el secretario Héctor Icazuriaga y el subsecretario Francisco “Paco” Lercher, que contaban cada vez con menos influencia en Casa Rosada, donde muchos los tildaban de “operadores del massismo”. Sin embargo, según fuentes citadas por el diario La Nación, a Cristina la terminó por impulsar otra fuerte sospecha.

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En medio de una feroz batalla contra una legión de jueces federales que decidieron ir a fondo en las causas sensibles que preocupan al Gobierno, desde Casa de Gobierno aseguraban que "los jueces que investigan a la Presidenta están impulsados por un sector de la exSIDE que tiene vínculos con abogados y operadores en la Justicia".

No se trata de una aventura nueva para los secretarios: desde su llegada al poder, el kirchnerismo contó con ellos como operadores judiciales para contener las denuncias que recibía en el Poder Judicial. El problema es que los tiempos cambiaron. “Larcher es ahora hombre de Massa, a quién conoció durante su paso por la jefatura de Gabinete”, sentenciaron.

Otro gesto importante, además, fue el ascenso de César Milani al frente del Ejército, donde cuenta con equipos de avanzada para tareas de Inteligencia. Un sólo dato ilustra las desconfianzas de la jefa de Estado: mientras al teniente le aumentó un 31% su presupuesto en Inteligencia, al SI sólo le habían dado un escaso 16%. Esto dejó a entrever que la mandataria ya no confiaba en sus informes y sí, en cambio, en los de Milani.

Por eso, la Presidenta decidió descabezar la cúpula y poner allí a gente de extrema confianza: al hombre que fue la sombra de Néstor Kirchner en Presidencia, Oscar Parrilli, a quien se le desconocen antecedentes en tareas de inteligencia pero sí una completa lealtad. Su acompañante, en medio de la batalla con el Poder Judicial, será nada menos que el hombre redactor del nuevo Código Procesal Penal: el exjefe de Gabinete del Ministerio de Justicia, Juan Martín Mena.

El enroque lo completan funcionarios con la misma virtud. El nuevo secretario general de la Presidencia será Aníbal Fernández, a quien le sobran credenciales de silencio y aplauso. El que ocupará su lugar será otro alto funcionario que siempre está dispuesto a hacer “lo que mande Cristina”.

Se trata de Juan Manuel Abal Medina, que fue una útil espada comunicacional durante la guerra con Clarín ya hora volverá a la arena política desde el Senado, donde custodiará de cerca a Miguel Ángel Pichetto, que genera cada vez más desconfianzas en el kirchnerismo duro.

A partir de ahora, Cristina aceptó correr un riesgo importante: que producto del despecho por ser corridos de su función, Icazuriaga y Lecher “prendan el ventilador” y saquen a la luz datos que puedan perjudicar electoralmente al kirchnerismo. Después de todo, la mandataria estaba convencida de que eso estaba pasando, pero con ellos al mando de la SI.