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El Nobel de la Paz que no pidió perdón

Argentina, a la espera de un perdón público y oficial por parte de Estados Unidos sobre la responsabilidad de Estados Unidos en la tragedia de la dictadura.

Macri y Obama, juntos en el Parque de la Memoria.
| Dyn

Los gestos de amabilidad se multiplicaban en la Casa Rosada. Mauricio Macri y Barack Obama parecían buenos amigos. El presidente argentino se mostraba excitado por retomar el vínculo con Washington y por la promesa de millonarias inversiones que esa decisión generaba. Su colega estadounidense parecía radiante por generar un nuevo vínculo con Buenos Aires que le permitía romper el “eje bolivariano” que tantos problemas le había generado en la región. La revolución de la alegría llegaba a su éxtasis en la Casa Rosada. Solo faltaba Gilda, el papel picado y los globos amarillos.

Pero mientras sonreían, Macri y Obama no pudieron, o no quisieron, percatarse que estaban parados en el mismo lugar donde hace 40 años un grupo de genocidas iniciaba el más sangriento golpe militar de América Latina, una dictadura que solo pudo triunfar gracias al apoyo declarado y explícito de los Estados Unidos.

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Se esperaba algo más del Nobel de la Paz. Pero la autocrítica sobre el respaldo de Estados Unidos a las dictaduras latinoamericanas quedó a medio camino. “Hay momentos de gloria y momentos poco productivos o malos. También hubo momentos en la política de Estados Unidos que no fueron productivos y que fueron contrarios a lo que yo creo que debe representar -anunció Obama-. No quiero ir a través de la lista de las actividades de Estados Unidos en América latina a lo largo del siglo pasado, porque sospecho que todo el mundo conoce esa historia”.

Claro, Obama, es una historia conocida. El dictador Jorge Videla necesitaba respaldo internacional para su plan de exterminio y el 7 de octubre de 1976 envió a Washington a su canciller, César Guzzetti, para reunirse con Henry Kissinger, el maquiavélico jefe de la diplomacia estadounidense que Gerald Ford había heredado de Richard Nixon. “Queremos que tengan éxito. Yo tengo una visión pasada de moda de que los amigos deben ser apoyados –apuntó Kissinger–. Lo que no se entiende en los Estados Unidos es que ustedes tienen una guerra civil. Leemos sobre problemas de derechos humanos pero no vemos el contexto. Cuánto antes triunfen, mejor”.

Por eso, porque la historia es conocida, se esperaba algo más del Nobel de la Paz. Porque Obama reivindica la administración del también demócrata Jimmy Carter. El presidente que sucedió a Nixon en Casa Blanca en 1977 y que se convirtió en una verdadera piedra en los zapatos de los militares argentinos, al condenar en Washington las violaciones a los derechos humanos de la Junta, gracias a funcionarios éticos y humanos, como el embajador Tex Harris, que recibió a las víctimas de la dictadura en la propia embajada norteamericana, y a Paticia Derian, que en la misma ESMA recriminó a Emilio Massera por las torturas que allí se cometían.

Se esperaba algo más del Nobel de la Paz. Porque así lo indica la propia historia personal de Obama. En su autobiografía La audacia de la esperanza, el presidente confesó que durante su juventud en Indonesia coincidió con los que protestaban “contra el imperialismo americano”, y también recordó que en su adolescencia en los Estados Unidos estuvo en contra del apoyo de la Casa Blanca a gobiernos represores por la sola condición de que eran aliados de Washington en la Guerra Fría.

Claro, Obama, es una historia conocida. Pero lo que no se conoce aún, es el pedido de perdón público de un presidente de Estados Unidos sobre la responsabilidad de su país en esta tragedia. Hubiese sido el mejor homenaje a las víctimas. Usted dejó pasar esa oportunidad. Nunca lo olvide.

(*) Director Perfil Educación.