Por su lado, Bergoglio siempre negó la acusación de Yorio y de sus familiares. Y afirmó que se entrevistó dos veces con el general Jorge Rafael Videla y otras dos con el almirante Emilio Massera para pedirles por la libertad de Yorio y Jalics.
A partir de esta situación, algunos periodistas, entre ellos Horacio Verbitsky, y organismos de derechos humanos acusan a Bergoglio de complicidad con la dictadura. El jueves, la titular de las Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, suavizó esa acusación al señalar que no hay nada en contra de Bergoglio en particular sino que las acusaciones se deben a que “pertenece a esa Iglesia que oscureció al país".
Tanto el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel como Graciela Fernández Meijide, madre de un adolescente desaparecido y luchadora por los derechos humanos, han negado que Bergoglio fuera cómplice de la dictadura.
Así las cosas, no hay ninguna prueba en contra del nuevo Papa por los casos Yorio y Jalics. Los hermanos de Yorio siguen pensando que Bergoglio los entregó a la dictadura, pero no ofrecen ni siquiera un indicio; solo suposiciones. Además, Bergoglio dice haberse entrevistado con Videla y Massera para pedir por la liberación de los dos curas, algo que Verbitsky relativiza en sus crónicas.
Verbitsky tiene sus mañas: no siempre deja en claro que Yorio y Jalics fueron liberados; tal vez por eso algunos de sus colegas en Página 12 piensan que todavía están desaparecidos; por ejemplo, el artículo "Retroceso para nuestra lucha", del jueves 14 de marzo, al final del segundo párrafo, se refiere a Yorio y Jalics como “dos discípulos del flamante papa secuestrados, detenidos en la ex Esma y aún desaparecidos".
De todos modos, estos cuestionamientos tienen como telón de fondo la falta de autocrítica de la Iglesia sobre su cuestionado papel durante la dictadura, una ausencia que la Iglesia está a tiempo de corregir. Podría pensarse, incluso, que el nombramiento del primer Papa argentino es una ocasión inmejorable para hacer las cuentas con aquel pasado, una reflexión que bien podría extenderse al papel de la Iglesia con relación a la violencia política también antes del golpe del 24 de marzo de 1976.
Parafraseando al poeta y ex dirigente montonero Juan Gelman al recibir el Premio Cervantes en 2008, tal vez sea hora de "limpiar el pasado para que entre en su pasado".
(*) Editor ejecutivo de Revista Fortuna, especial para Perfil.com