El susto del lunes pasado fue una buena prueba. Macri tardó muchas horas en despabilarse. Aunque la serie de sus discursos o respuestas fue mejorando, no logró dominar una subjetividad alterada por la derrota y por una situación económica que, según muchos especialistas, se le presentaba con viento en contra ya antes de las PASO. Por fin, cerró una semana donde se había mostrado inerte, “evaluando cambios” en su gabinete y anunciando medidas que, tomadas por otro, habrían sido caracterizadas como “populistas”. Entre otras cosas ¡congeló el precio del petróleo! Y, por si esto fuera poco, convertido a lo que criticó durante tres años, anunció medidas para incentivar el consumo que, según algunos cálculos, insumirían 100 mil millones de pesos. ¿Quién te ha visto y quién te ve?
Fernández ganó las PASO, primera etapa de una carrera insensatamente diseñada como si fuera una competencia de Turismo Carretera. Y, para peor, los que festejaban se mostraron abiertos y democráticos. Máximo Kirchner dijo: “No se trata de reconstruir lo que fue, sino de construir lo que viene”. Sergio Massa, inspirado en una frase histórica, dijo: “La victoria no da derechos sino responsabilidades”. Axel Kicillof se pronunció en el mismo sentido: “Queremos gobernar la Provincia con absolutamente todos los sectores, con los que nos votaron y con los que no nos votaron”. Alberto Fernández, finalmente, se comprometió a lo fundamental: “Vamos a arreglar los problemas que otros generaron”.
Diferentes estilos. Los políticos pueden ser inteligentes o limitados; pueden ser cautos o mirar con descuido lo que se anuncia para el futuro inmediato; pueden ser tozudos o flexibles. Pero el rasgo disonante de la subjetividad de un político es que se muestre demasiado vulnerable en las circunstancias adversas.
Una condición necesaria en cualquier equipo de gobierno es que el gabinete y sus asesores no corran desde atrás para asistir a su jefe, sino que conozcan sus puntos débiles y sean capaces de adelantarse. La noche del domingo 11 se borraron todos, salvo para formar una melancólica fila sobre el escenario donde debían reconocer la derrota. La cara de Miguel Angel Pichetto recordaba la del invitado a una boda que, al llegar, se encontraba con un funeral. No se lo puede culpar mucho, ya que había tomado el último tren. Marcos Peña, como siempre, descolló por su glacial insensibilidad. La nota del llamado “mejor equipo” fue muy baja. Claro, de ese “mejor equipo” Macri había expulsado a políticos como Emilio Monzó, que podría haberle dicho: no te olvides de felicitar al ganador. La orfandad que expresaban esos cuerpos y esas caras probó que el batallón de discurso es inútil cuando hay viento en contra.
Qui prodest? Vayamos a cuestiones más serias. Más allá del horizonte restringido a siete días, hay que preguntarse: ¿a quién favorece la corrida del dólar?
Primera respuesta: si no hay crisis final, favorece a Macri, aunque vuelva inestables sus últimos meses en la Rosada. Lo favorece porque muchos pueden pensar que el dólar se disparó porque Alberto Fernández ganó las PASO. Y que esa disparada va a repetirse si gana la primera vuelta. Acostumbrados al cortoplacismo de los mercados locales, los que votaron a Fernández como rechazo a Macri pueden pensar que fueron demasiado lejos; que con Macri las cosas podrían continuar más tranquilas, mientras que Fernández no ha pasado la primera prueba. Este sería el cálculo de votantes no ideológicos, de capas medias no peronistas. Podemos esperar alguna encuesta sobre esto. Nunca se equivocan por más de doce puntos.
Segunda respuesta: frente a la insubordinación del dólar, Fernández se mostró como un hombre pausado y reclamó el diálogo. Se condujo con la mesura y la tranquilidad de alguien que es capaz de enfrentar situaciones difíciles, que pueden perjudicarlo directamente. Confía en que ésta es su oportunidad. Deberá superar un prejuicio reaccionario que quiso instalarse antes de las PASO: la gente no cambia. Ahora bien, Fernández, jefe de Gabinete de los Kirchner que, en 2008, supo renunciarles cuando no estuvo de acuerdo, ¿qué tiene que cambiar?
Si llega a Presidente, tiene por delante no solo la economía. Se propone construir “un sistema federal, donde gobiernen los gobernadores con un presidente”. También deberá conquistar algunas de las fortalezas de Cristina, como la que regentea su hijo Máximo. Pero que cambie Cristina requiere más que inteligencia y destreza política. Es posible curar una neurosis, dijo Sartre, pero no cambiar un temperamento. Esperemos que Sartre se haya equivocado.