Nadie está eufórico, y nadie debería estarlo. La oposición parece haberse despertado esta semana de un letargo crónico, pero no por propia convicción sino como reacción espasmódica tras el cachetazo paraoficialista que le propinó el inasible Jorge Telerman. La aceleración de los tiempos electorales en la Ciudad sacudió, por efecto dominó, todo el tablero nacional, y forzó la atomizada oferta opositora a sentarse mentalmente a una mesa de negociación para aglutinar voluntades, limar matices y consolidar eventuales coaliciones anti K. Porque todo es, en un panorama de hegemonía política, anti Kirchner. Nada es PRO, todo es ANTI. Y ése es el talón de Aquiles de este inminente pacto que parecen haberse decidido a tejer las caras ilustres del espectro disidente.
Por esto mismo, las esperanzas que animan a los actores reticentes a sumarse al carnaval pingüino pueden diluirse en un par de semanas. Lo que todavía no acaba de nacer ya tiene codificado en sus genes un destino de dispersión y derrota.
Si Macri se presenta como candidato a jefe de los porteños, entre sus circunstanciales aliados quedará la espina paranoica de que el titular de Boca, una vez sometido a las urnas capitalinas, se juegue su último aliento en las elecciones presidenciales. Este escenario volvería a hacer las delicias de Kirchner, que tendría enfrente un desafío opositor fracturado en demasiadas listas de ermitaños políticos sin chance ni vocación ganadoras.
Lo mismo pasa con la negociación pendiente por la confección de listas legislativas, intendencias, y otros cargos estatales rentados y rentables. Cada facción luchará por sus migajas de la porción de torta que quedará luego de calcular la voraz mordida K. Y esa lucha entre hermanastros de apuro podría desangrar el anémico frente opositor que, en una democracia sana, convendría que pudiera festejar su recuento de glóbulos rojos. Todo conspira, entonces, contra un armado sólido de voluntades críticas contra el huracán oficialista... Eppur si muove.