POLITICA
Operacin sobre operacin

La campaña sucia de los 3 millones

Jorge Fontevecchia cuenta cómo es vivir bombardeado por las operaciones del Gobierno. En esta nota el lector podrá acceder a tres textos; en el primero,"En la mira", el fundador de NOTICIAS relata la experiencia de oír su nombre en todas las radios importantes y ver su cara en las carteleras de las calles, consagración de una operación política que ya demandó una "inversión" de 3 millones de pesos. La segunda nota, "Repudio contra la campaña sucia", reproduce la opinión de periodistas y políticos sobre la cruzada oficial contra Fontevecchia. Y finalmente, "Réplica", es la contestación del periodista a la revista 7 días, publicada hace cuatro semanas en el Diario Perfil y en Noticias, en respuesta a la primera operación de prensa.

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LA CIUDAD EMPAPELADA. La tapa de la revista "7 Das" ocup la cartelera de va pblica de Buenos Aires. | Cedoc

En la mira

Salgo de mi casa para el trabajo, prendo la radio del auto (quedó en radio Mitre) y escucho: “Las operaciones de Fontevecchia para Videla y Massera, pruebas definitivas: cómo disfrazó de periodismo su propaganda a la dictadura. Los textos completos que confirman la denuncia de 7 Días y desmienten todas las excusas”. Sigo manejando, doblo, tomo la avenida, y me detengo en el semáforo. Miro al costado y aparece una enorme foto mía, junto con otras dos más pequeñas de Videla y Massera, con un titular catástrofe: “Las operaciones de Fontevecchia para Videla y Massera”. Arranco, cambio de radio (Del Plata) y vuelvo a escuchar el mismo aviso. Cambio de avenida, vuelvo a encontrar el mismo cartel. Llego a la editorial, mi secretaria me trae el primer café de la mañana y me dice: “En el subte hay dos carteles con su cara, se mezclan los de hace quince días con los nuevos”. Tomo el café, leo los diarios y me encuentro otra vez con “Las operaciones de Fontevecchia para Videla y Massera” en avisos publicados en Ámbito Financiero, Página/12 y hasta Crónica. Regreso a mi casa a la noche y nuevamente los carteles, nuevamente los avisos en las radios. Así fue mi día lunes pasado, mi día martes, mi día miércoles, mi día jueves (hoy para esta columna porque es el día de cierre de NOTICIAS): la publicidad no paró ningún día de la semana. Así también fueron todos los días hace tres semanas. Y a la semana siguiente. Tres semanas sobre las cuatro del último mes en la que invirtieron tres millones de pesos en publicidad negativa (a las radios mencionadas se agregan: Continental, La Red, Radio 10, Mega, Metro, FM Hit, la 100, Aspen, Rock&Pop, Blue y Metro).

Trato de digerirlo con humor, me llama mi hijo mayor desde los Estados Unidos y me dice: “Viejo, no te hagas problemas, tomalo como un halago, porque aunque sea agrio es un halago, una señal de la importancia que tiene la tarea periodística que realizan en Perfil”, recibo testimonios de solidaridad de colegas y amigos en la misma línea, pero también llamados preocupados de personas que no están muy informadas, sólo vieron los avisos y no entienden qué sucede. Algunos de esos comentarios, si no fuera por la gravedad del hecho, serían verdaderamente cómicos: “Me dijo una vecina que te vas a dedicar a la política porque hay un montón de carteles con tu foto”. Otros me dicen que nos están haciendo un favor asignándonos un protagonismo que excede todo nuestros merecimientos y hasta me cargan: “Vas a terminar firmando autógrafos”. “¿Quién se puede creer esas estupideces?” “No le des bola”. “No respondas”. “Que no te hagan perder el tiempo, lo que quieren es que distraigas energía de tu trabajo, vos seguí haciendo lo tuyo, no pierdas el foco.” Y decenas de interpretaciones y consejos más.

Por lo menos brevemente deseo decir que las nuevas y “definitivas” pruebas de mis “operaciones” son: a favor de Videla, una nota en la que se reproducen los diálogos de Videla y tres embajadores políticos de entonces, Rafael Martínez Raymonda, del partido Demócrata Progresista, Walter Constanza, del socialismo, y José Aguirre Lanari, conservador, durante un almuerzo en la Casa Rosada que salió publicado en todos los diarios. A favor de Massera, otra vez el mismo reportaje citado en ediciones anteriores, donde ya dijimos que el periodista se atreve a preguntarle sobre derechos humanos y exiliados, y una nota sobre la interna entre el Ejército y la Marina de entonces. Todos los diarios y revistas publicaron decenas de reportajes y notas similares. Muchas más que la modesta revista La Semana de aquellos años.

La reproducción completa de estos tres artículos citados ocupan ocho páginas de texto, “un plomazo” como decimos en la jerga periodística desde la época de las linotipos porque las letras eran de plomo, donde uno lee, y lee, relee y se pregunta “¿y, dónde está la operación?”. Un amigo me dijo: “Pero esa es la técnica, mejor que nadie lea esos plomazos porque así no se enteran que los textos no coinciden con el título y la tapa, que es lo único que les interesa para hacer el afiche y los avisos”.

Aunque nada se dice en los avisos, en esta nueva nota ya se corrige el error de omisión de los anteriores: en un pequeño recuadro se reconoce que luego La Semana fue una revista crítica a la dictadura: “Comenzó a pasarse a la otra vereda” y menciona sin mucha convicción que un detenido en el campo de concentración El Olimpo dijo haberme visto encapuchado en febrero de 1979 pero, se agrega, “sin embargo, Fontevecchia no realizó ninguna denuncia, ni por su persona, ni por el sistema en sí, en ningún organismo internacional, como sí lo hizo Jacobo Timerman”.

No entiendo: ¿cómo luego de ser liberado podría haber ido a hacer la denuncia a un organismo internacional, explicar que había estado secuestrado en El Olimpo y haber seguido viviendo en la Argentina? Jacobo Timerman pudo denunciar ante los organismos internacionales recién cuando salió del país exiliado. Ya expliqué que al ser liberado me advirtieron que un grupo de tareas del Batallón 601 me estaría vigilando permanentemente e, incluso, que vinieron a buscarme a la editorial nuevamente a los seis meses y me tuvieron dando vueltas en varios autos por algunas horas como demostración de poder. Al frente de ese “paseo” estuvo “el turco Julián”.
(...)

Es de noche, me preparo para regresar a mi casa y ver más carteles, escuchar más avisos...


Repudio contra la campaña sucia

No es necesario siquiera coincidir ideológicamente para denostar la campaña sucia que el Gobierno está llevando contra Jorge Fontevecchia, fundador de NOTICIAS, y que ya costó 3 millones de pesos.

Elisa Carrió, del ARI, puede llegar a coincidir con Mauricio Macri, líder de PRO. Para el diputado no es raro: "En esta Argentina devaluada desde lo institucional, no es extraño que el Gobierno utilice revistas y sus carteleras para difamar y atacar a otros medios y opositores. Espero que en esta elección no se repitan las campañas sucias que montaron en el 2003 y en el 2005". Carrió sostiene que no hay que hacerles caso: "Es una operación fascista del Gobierno contra el periodismo independiente. Es un buen signo para Fontevecchia, significa que no cobra del poder". Ricardo López Murphy, desde RECREAR, describe la situación como "infame".

Para el periodista Jorge Lanata hay algo que a una operación no le puede pasar: ser evidente. “Cuando es evidente, una operación termina favoreciendo al agredido. Toda la ciudad empapelada con fotos de Fontevecchia en la tapa de 7 Días (acompañadas de la infantil plaqueta "pruebas definitivas", suena al "definitiva y última" de los juegos infantiles) genera, probablemente, el efecto opuesto al esperado. En una entrevista reciente, el secretario Albistur reconoce con brutalidad a esta revista y al diario Perfil como sus enemigos; olvida que cuando un gobierno se pelea con la prensa está, en el fondo, peleándose con la realidad. Y ya se sabe quién gana. La ‘Operación 7 Días’ no difiere mucho de la actitud de la pareja presidencial a la hora de mencionar con nombre y apellido a periodistas de La Nación o titulares de Clarín. El Gobierno parece estar compuesto de columnistas políticos y no de funcionarios. No es difícil imaginarlos rodeando el último ejemplar de 7 Días y frotándose las manos; siempre hay alguien dispuesto a hacer el trabajo sucio. Hay un solo inconveniente: se nota, es evidente, se ve demasiado claro, es torpe", dice Lanata.

El columnista de La Nación, Joaquín Morales Solá, también apunta a la Casa Rosada: "Este hecho demuestra la predisposición del Gobierno a manipular el pasado para sacar ventajas en el debate del presente. Y esta política tiene dos consecuencias negativas. Primero, convierte a los inocentes en culpables mediante la perversión de la historia, que es la mejor manera de destruirla. Es lo que se intentó en el caso de Fontevecchia. La segunda consecuencia, también preocupante, es que muchos que sí son culpables quedan absueltos porque no forman parte del debate del presente. El Gobierno debería dejar de deformar el pasado para hacer política con él y vengarse de sus adversarios."

Uno de los puntos que más destacan los consultados por NOTICIAS es la obviedad de la campaña. Dice el periodista Nelson Castro: "Es tan lamentable y tan obvio en cuanto a la repetición de los hechos y al uso de las carteleras públicas manejadas por el hijo del secretario de Medios de la Nación, Enrique Albistur... Esto es demostrativo, además, de la intolerancia del Gobierno con las opiniones discordantes. Y es una obvia respuesta burda a las fotos publicadas por NOTICIAS de Kirchner con jefes militares de Santa Cruz, durante la última dictadura."

¿Cómo lo ven desde el exterior? El periodista uruguayo y ex presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, Danilo Arbilla, explica: "El método no es nuevo. Uno de los casos más emblemáticos es el que aplicaba Montesinos en la dictadura de Fujimori. Compraba los títulos a los diarios para desprestigiar a sus críticos. Parecería que en la Argentina le están aplicando a NOTICIAS y a su fundador esa misma técnica. Pero cuando la campaña es demasiada desfachatada, porque la publicidad se hace en las carteleras que maneja el secretario de Medios de Kirchner, se vuelve burda". Arbilla sostiene que sería importante y esperable que "los otros medios empiecen a darse cuenta de que es un método muy grave que no se puede admitir".

El periodista Pepe Eliaschev, que conoció el "rigor oficial" cuando tuvo que dejar su programa de Radio Nacional, respondió al llamado de NOTICIAS con una descripción que tituló "Perverso" y hace una radiografía irónica y contundente: "Patética catástrofe institucional. Poderoso empresario devenido alto funcionario domina cartelería publicitaria de calles porteñas. Inescrupuloso aventurero mercenario surge de modesta cooperativa de crédito de Parque Patricios. Gobierno aplica procedimientos ilegales. Combinación ideal: ¿crimen perfecto? Editor ‘privado’ sin trayectoria ni reconocimiento profesional. Goebbels oficial maneja publicidad privada en vía pública. Revista editada por inescrupuloso sólo existe por propaganda oficial. Carteleras promocionan tapas de revista semiclandestina para difundir medio que no lee nadie, pero molesta, ensucia. ¿Precio del extorsionista? Dinero oficial, con el lema ‘Argentina, un país en serio’. Promiscuidad ilimitada: fondos públicos usados discrecionalmente para objetivos políticos del gobierno. Medios que son válvulas evacuatorias de campañas oficiales. Cínicos staffs periodísticos que, al compás del ‘es lo que hay’, nutren redacciones financiadas por personaje perverso, único separado formalmente de comunidad judía argentina (la AMIA) por responsable del vaciamiento financiero de la misma. Argentina modelo 2007: todo vale. ¿Tronará alguna vez el escarmiento?"



Réplica

Se trata de una vieja triquiñuela. Hacer propaganda (negativa) disfrazada de periodismo. Funciona así: se realiza una nota parcial, por tanto no veraz, que da sustento a la tapa de una publicación. Luego, lo más importante, con esa tapa se realizan afiches que pasan como “publicidad comercial” de esa publicación y se difama el blanco elegido. Esta última semana me tocó a mí ser el blanco: buena parte de la Ciudad de Buenos Aires y otras del interior estuvieron empapeladas con una reproducción gigante de mi cara junto a un texto que me acusaba de ser “propagandista de Videla, Massera, Bussi y Galtieri” y de ser “vocero militar”.
“Ah... es como aquel pasquín, El Guardián, pero en lugar de los hombres sándwich usan las carteleras”, me dijo un amigo. Peor, respondí, porque El Guardián no se financiaba con fondos públicos. Es la diferencia entre la violencia de la guerrilla y la del Estado cuando chupaba, torturaba y mataba sin ley. Fue la participación del Estado la que transformó a esos crímenes en de lesa humanidad. Las carteleras donde se pegaron esos afiches son propiedad del secretario de Medios de la Presidencia de la Nación, Enrique “Pepe” Albistur, quien va camino a convertirse en la María Julia Alsogaray de este gobierno y probablemente tenga su misma suerte judicial el día que el kirchnerismo deje el poder. Además, las tapas que luego difunden esos afiches aparecen en publicaciones donde la publicidad oficial resulta casi su único sustento.
Uno de mis hijos, con la aún precaria formación de quien recién comienza su segundo año de Universidad, pero con la frescura del chico de la fábula que podía ver al rey desnudo, me dijo: “Esto no es fascismo, es peor: Mussolini escribía él y firmaba con su nombre, no mandaba a otros a hacer la tarea sucia, él mismo dirigía el diario Il Popolo D’Italia”. Es paradójico cómo en la Argentina de hoy parte de quienes desde el Gobierno proclaman con más vehemencia su indignación por la represión de la dictadura militar se terminan mimetizando con su método de tirar la piedra y esconder la mano intentando, de forma igualmente patética e ineficiente, disimular los hechos. Con la desproporcionada cantidad de afiches usados dejan burdamente sus huellas dactilares haciendo que hasta el menos informado descubra que se trata de una operación política.
El olor del dinero. Antes de comenzar con el fondo de esta columna –mi réplica a la nota acusatoria– deseo hacer reflexionar a quienes terminan siendo funcionales a Albistur y a su jefe, Alberto Fernández, recordando el origen de la frase “el dinero no tiene olor”. En el siglo I, Nerón había dejado agotadas las arcas de Roma. El emperador que lo sucedió, Vespasiano, apeló a todos los medios posibles para conseguir fondos y gravó el uso de los mingitorios públicos. Ofendido porque hasta su hijo Tulio calificó de inmunda la medida, ordenó traer el dinero al palacio e invitó a su hijo. Frente a una montaña de oro, le preguntó: “Dime, Tulio, ¿percibes algún olor particular?” “No”, respondió el hijo. “Ya ves, viene del impuesto a la orina y no tiene olor”.
La acusación que se me hace se sustenta en dos artículos con mi firma. El primero, de la edición del 23 febrero de 1977 de la revista La Semana, donde en el clásico resumen de las notas del número, junto a las de Juan Carlos Calabró, Osvaldo Pacheco, Roberto De Vicenzo, José Luis Clerc, la Mujer Biónica, la serie Argentino a fondo o la dinastía de Mónaco (La Semana comenzó siendo una revista casi de espectáculos al estilo de Gente), dedico un párrafo, sólo uno, a alegrarme de que las bombas que detonaron en Aeroparque cuando despegaba el avión que llevaba a Videla no hayan podido alcanzar al Tango 02. Se autoadjudicaron el atentado tanto Montoneros como ERP. Aún hoy sigo pensando que no tenía por qué morir alguien; tampoco me alegra el ahorcamiento de Saddam Hussein. Además, ¿por qué debían morir los pilotos y el resto del personal del avión?
El segundo artículo con mi firma citado es de mayo de 1978. En él transmito mi descreimiento sobre la existencia de campos de concentración en la Argentina. Lo que realmente me resultaba increíble hasta que caí detenido yo mismo en un campo de concentración, El Olimpo, el 6 de enero de 1979, y allí, como ya lo expliqué varias veces, cambió mi percepción de la realidad.
Me llevó dos años comprender lo que realmente estaban haciendo los militares. ¿No estuvo bastante bien para un joven inexperto que comenzó La Semana cuando cumplió la mayoría de edad y ya a los 23 años fue un desaparecido más? Vale tener en cuenta que la dictadura gobernó ocho años: no poco mérito tuvo que La Semana haya comenzado a hacer algunas críticas después del segundo año y no al séptimo, del octavo o recién después de que llegara la democracia.
Por el hogar del que provengo (una típica familia de clase media acomodada del barrio porteño de Caballito), y por todo lo que leí, que me construyó como persona, soy un liberal. Aclaro: no un neoliberal ni un conservador, como se caracterizan en la Argentina a los que sólo creen en la libertad de los mercados y no pocas veces son fascistas. Siempre pensé que los integrantes de Montoneros y del ERP que ejercían la violencia eran un demonio (los lectores de mis columnas en el diario PERFIL, en la revista Noticias y en su blog me leen decirlo recurrentemente). Y desde mi perspectiva, independientemente de las ideologías, eran tan condenables las FARC de Colombia como la guerrilla argentina en Tucumán de los 70.
A los revisores de archivo de la SIDE no les hace falta remontarse a los años 70 para encontrar pruebas de ese pensamiento: cuando ya habían pasado seis años del regreso a la democracia, con Videla y Massera presos, y Gorriarán Merlo tomó el regimiento de La Tablada, en su edición del 1º de febrero de 1989 La Semana calificó el hecho como “demencial actitud de un grupo de subversivos” y en la propia tapa se los calificaba de “guerrilleros” y “terroristas”.
No creo en la violencia fuera de la ley, salvo que se trate de toda una nación luchando por su independencia para convertirse en Estado legítimo. Para mí, los atentados de Montoneros o el ERP merecían una respuesta del Estado, pero legítima, dentro del marco del Código Penal y no asesinando personas indefensas, torturando o robando bebés. Por eso, a pesar de estar contra la guerrilla, terminé encapuchado en una celda.
Resulta hipócrita no aceptar que en 1976 la mayoría de la población estaba esperanzada por que los militares terminasen con el caos y la violencia de Montoneros, ERP y la Triple A. Y sería injusto responsabilizar a la misma población por la forma en que los hechos terminaron llevándonos de guatemala a guatepeor. Timerman y Cox. En 1976 yo era un joven que recién comenzaba en el periodismo, pero Jacobo Timerman y Robert Cox eran dos experimentados periodistas que dirigían los diarios La Opinión y The Buenos Aires Herald, respectivamente. Y siempre me sorprende la ingratitud o incomprensión que padecen cuando se los acusa de no haber criticado al golpe del 24 marzo desde su inicio. Si Timerman continuara con vida, algunos seguirían reproduciendo las tapas amistosas de La Opinión de los primeros tiempos del Proceso sin ponderar que un año después arriesgó su vida dirigiendo el único diario en español que publicaba la lista de hábeas corpus de los desaparecidos. Y hace poco más de un año cité en una columna que a Robert Cox le siguen cuestionando que haya utilizado el “lenguaje militar” al llamar guerrilleros a Montoneros y ERP (aquellos que mataron y pusieron bombas realmente lo eran), sin tener en cuenta cómo ese valeroso inglés arriesgó su vida en un país que no era el suyo publicando las
desapariciones que podían confirmarse. Personalmente le debo mi vida a Robert Cox, porque gracias a que el Herald publicó mi desaparición, muchos diarios del mundo tuvieron una fuente para difundir la noticia, y las organizaciones de prensa mundial, un arma de presión sobre la dictadura para que me liberasen.
La acusación del Gobierno que aquí estoy replicando es extensa, sin embargo omite por completo mi detención en 1979 y sólo menciona mi exilio en 1983 calificándolo de “supuesto” (hasta estuve asilado en una Embajada extranjera) y al episodio como un “blanqueo”. Curiosa interpretación de los hechos, en el texto de esa nota no hay ni una sola línea de mención a todas las persecuciones padecidas: nada le pasó a La Semana y nada me pasó a mí entre mayo de 1978 y 1983, cuando regreso del exilio.
El “blanqueo” fue un decreto del presidente de entonces, Reynaldo Bignone, del 24 de marzo de 1983, donde se ordena mi detención acusándome de traición a la Patria por ser espía inglés: la Guerra de Malvinas había terminado hacía meses. El año anterior, con los mismos argumentos basados en una nota del capitán Astiz, La Semana había sido clausurada por orden del Ministerio del Interior. Y en los años que mediaron entre 1979 y 1982, seis veces su circulación fue prohibida y los ejemplares de la revista fueron levantados de los quioscos por la Policía. Extraña forma de ser “vocero militar”.
La acusación oficial también pretende justificarse en notas publicadas por La Semana escritas por diferentes periodistas a lo largo de esos años. Dos reportajes: uno a Massera en Madrid (se dice que el periodista viajó especialmente, cuando su autor era por entonces corresponsal en Madrid), y otro a Bussi en Tucumán. También la cobertura de dos viajes de Videla cuando siendo presidente fue a Chile y Bolivia. De este último se dice que la revista Noticias, cuando se cumplieron 30 años de la fundación de La Semana, omitió intencionalmente la parte de la tapa donde constaba el viaje del ex presidente.
Afortunadamente, en la misma cuestionada edición de Noticias, en su editorial por los 30 años se vuelve a reproducir la tapa de La Semana entera con la nota del viaje de Videla, y en el diario PERFIL sus lectores recordarán que hicimos un suplemento especial por los 30 años de la editorial, donde se reprodujeron las tapas de la primera edición de todas las revistas y, obviamente, estaba la de La Semana completa y sin nada “tapado”.
Volviendo a los reportajes y las coberturas de los viajes, todos los medios hacemos reportajes a personas que no nos gustan y cubrimos viajes de los presidentes sin que esto implique nuestro apoyo a ellos. Los viajes de Menem y Kirchner son dos ejemplos, como las decenas de reportajes a cuanto funcionario importante tenga cada gobierno. Dicho sea de paso, en el reportaje a Massera, el corresponsal de La Semana le pregunta: “Aquí, en Europa, se habla mucho de la Argentina. La prensa asegura que allí se vulneran los derechos humanos, ¿cuál es su réplica?”, y más adelante: “Hablemos de los exiliados, ¿usted cree que podrán regresar al país?”. No me imagino que muchos medios se atrevieran a preguntar en mayo de 1978 sobre derechos humanos y exiliados a un integrante de aquella Junta.
Quedan por rebatir tres argumentos más. El primero es que la acusación cita dos notas sobre la guerrilla: el Operativo Independencia (Tucumán) y el balance del último año de la guerrilla en 1977. Ya expliqué en los párrafos anteriores que una cosa es la lucha de las fuerzas de seguridad con uniforme frente a guerrilleros armados y otra es el asesinato o secuestro de personas indefensas. Y en los casos en que el gobierno de entonces hubiera hecho pasar asesinatos por enfrentamientos en combate, la misma información que reprodujo La Semana fue publicada antes y dada por cierta por todos los diarios.
El segundo se refiere a la apología de La Semana sobre la Guerra de Malvinas. Sí, tiene razón la acusación: La Semana, como todos los medios, cometió el error de perder objetividad durante la contienda, pero me parece injusto no destacar que dentro de todo el mar patriotero de entonces, ésa fue la que publicó la nota más crítica y objetiva durante la guerra. Fue el artículo escrito especialmente para La Semana por el Premio Pulitzer norteamericano Jack Anderson, que salió a las pocas semanas de comenzar la guerra: el 29 de abril de 1982.
Ya lo conté en otras oportunidades: ese día me cita al Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas el temible general Camps para informarme que cuando terminase la guerra me iban a fusilar por traición a la Patria porque: “Jovencito, usted es un idiota útil de los norteamericanos y los ingleses al difundir su propaganda”. En la nota en cuestión, mientras en la Argentina todavía se decía que la flota inglesa era sólo una amenaza para obligarnos a negociar, Jack Anderson vaticinaba nuestra derrota con lujo de detalles, tal como sucedió.
Salí del Estado Mayor espantado ante la posibilidad de haber sido manipulado por la prensa extranjera y ser un mal argentino. Turbado, decidí irme al Sur lo más cerca que le permitían a un periodista estar de Malvinas, y me pasé el mes siguiente entre Río Gallegos y Puerto Madryn. Terminada la guerra, los militares clausuraron La Semana y meses después ordenaron mi detención.
El último argumento de la acusación son dos notas publicadas por La Semana en las que se cuestionaban la política del presidente norteamericano Carter y su asesor Zbigniew Brzezinski por su acercamiento a países comunistas y sus críticas a las dictaduras latinoamericanas. No comparto lo que dicen esas dos notas, como tampoco comparto las columnas de Braga Menéndez que defienden aspectos de Kirchner para mí criticables, y, sin embargo, se publican igual en la revista Noticias. Y ejemplos de estos podría dar cientos. Respecto del presidente Carter y su política contra las dictaduras, puedo agregar que en 1980 fui becado por la secretaria de Cultura (Unsica) de la Cancillería del gobierno de Carter para el programa de periodistas extranjeros en Washington. Mentiras verdaderas. En síntesis, todo lo que dice la acusación sobre lo que dije o dijo La Semana es cierto pero a la vez, por excesivamente parcial, por elegir intencionadamente entre el 0,001% de todo lo publicado durante ocho años, es también falso. Recuerdo una extraordinaria campaña publicitaria del diario Folha de Sao Paulo, que luego reprodujo la revista Noticias en su lanzamiento, que decía así: “Tomó una nación destruida, recuperó su economía y devolvió el orgullo a su pueblo. En sus primeros cuatro años de gobierno los desempleados se redujeron de seis millones a novecientos mil, dobló el producto bruto interno per cápita y eliminó la inflación... Adolf Hitler”. Y el locutor concluía: “Decir sólo una parte de la verdad también es mentir”.
Sé que esta acusación puede ser sólo el comienzo de una campaña que, en la medida en que se acerquen las elecciones, podrá incluir no ya omisiones ni ediciones parciales de la realidad, sino lisas y llanas mentiras. Se suma al ahogo económico que les imponen con la publicidad oficial a Noticias y al diario PERFIL, y a este último también con parte de la publicidad privada. Pero, como una vez dijo Jacobo Timerman ante una situación similar: “Mientras esté usted, lector, mientras usted nos siga apoyando con su elección edición tras edición, podremos resistirlo”.