Mientras desayunaba hoy con unos duos de cello de Boccherini (así exorciso los "pases" ramplones de los loros radiales) reparé en cuánto mejor habría sido educarme en el siglo V a.C. en Pekin, que en el XX en Berisso. De tocarme nacer en aquel instante de Oriente, habría ingresado con solo 5 años y presto para dibujar ideogramas en la cartilla. ¿Escribiendo "Mamá me ama o me mima" en mandarín? No, nada de eso. Confucio veía más allá de su nariz. Fortalecía el almácigo infantil con fábulas de mensaje social. En nuestro 2013 escolarmente devastado conmueve saber que 2500 años atrás (?) la primera de las frases de iniciación de esos párvulos fuese "El hombre es naturalmente bueno".
Así, de arranque. No la teta de mamá (que ya tenían) sino lo social (que deberían obtener) Confiado que era este Pericles chino en la bondad original del hombre. ¿No será algo ingenuo? ¿Hasta cuándo podría mantenerse bueno este bípedo si la película que viene a filmar, aquí o allá, nunca dejó de llamarse "La lucha por la vida"? Lo cierto es que entrevió que al menos en sus pagos podía ser posible. Porque aquí, basta mirarnos recién desempollados para entrar a dudar. Todo bebé primate occidental trae como guión invernar entre pezones, dormir en varios brazos y retrasarse en la acción. Es tan "lenteja" en ingresar en el mundo, que termina siendo el principal estorbo de sí mismo. Y si no lo es por sí, lo es por otros. En mi caso (1940) imperaba veda cuasi medieval: las 80 señoras papabiles de entonces opinaban que recién a los 8 años obteníamos el uso de la razón. Esto es, que de 0 a 8 años éramos angelitos sin espabilar o loquitos sueltos incapaces de captar lo real. ¿Pero cómo, si antes de esa edad ya intuía yo la dirección de los jadeos musicales de mis padres en la pieza contigua?
De poder conocer el destino de la educación en la historia que siguió a Confucio le habría dado un soponcio. No es para nada un disparate imaginar que hoy andaría mezclado en las peticiones callejeras de maestros en La Plata. Con pancartas de escasos ideogramas y manifestando en mandarín cuasi lunfardo: "Este gobierno es naturalmente chanta y el nacional también" (glup)
Y está visto que sí. Nuestro fracaso local de cada marzo "en Europa no se consigue". Tampoco en Uruguay. En casi el entero mundo posible el genio de Confucio arrimó fueguito hasta instalar la idea de que nada supera la importancia de la educación en el desarrollo sustentable. 2500 años diciendo siembra trigo y progresarás un año, planta árboles y lo llevarás a 10, educa a tus hijos y mejorarás un siglo, convirtieron al reformador social chino en la figura más valorada de su país. A la que siguió la de Mao, gestor del mayor éxito social del siglo 20 al asegurar el tazón de arroz diario a miles de millones de chinos diezmados por la hambruna.
Mientras asistimos a la oscura puja de Scioli el Plañidero y Cristina la Dominatrix, gentes piolas del mundo encaran concretos cambios educacionales que se inspiran en Confucio y se proyectan a los bordes mismos de la utopía. Hace tiempo que Japón puso en marcha un sistema de enseñanza pública llamado Futojino Henko. Con dos objetivos: 1/capacitar de modo profundo a cada niño en los temas principales guiándoles para que asimilen desde el primer día las normas de comportamiento para toda la vida. 2/formar ciudadanos mundiales ajenos a los globalizados cacareos nacionalistas, a la idea de superiodidad de un país sobre otros y a los cultos fuera de época (banderas, himnos, héroes del pasado) El "valiente cambio" del Futojino Henko se funde con el sueño de Confucio desde el primer día de la vida escolar. Los niños empiezan leyendo páginas diarias que aumentan hasta llegar a libro por semana. Se inician en civismo, respeto a las leyes y normas de convivencia, altruismo y defensa del medio ambiente. Ya en su edad, un tercer paso: formación tecnológica, economía y comercio exterior. Y en el cuarto, estudio de idiomas y culturas, incluyendo sus religiones. El primer fruto de esta épica ética Japón ya lo está recogiendo: jóvenes que a los 18 años hablan cuatro idiomas, leen 52 libros al año, son expertos en computación y sobresalen en todas las técnicas de las profesiones a las que se fueron orientando.
Muy bien, pero peras al olmo, no. Ni caer sobre Cristina ni sobre Scioli ni sobre nosotros. Menos todavía sobre el gran Sarmiento. ¿Cómo íbamos a adivinar ellos, él desde San Juan, y nosotros al bulto, que nos había tocado nacer en el Imperio del Sol Poniente?