En la novela Santa Evita Tomás Eloy Martínez narra el accidentado periplo del cadáver de Eva Perón a lo largo de décadas. El escritor y periodista dialogó con PERFIL desde su residencia en Nueva Jersey, en los Estados Unidos, acerca de otra mudanza notoria, la de los restos del general Perón:
—El martes marcha el cuerpo de Perón hacia la que se cree será su residencia definitiva...
—(Interrumpe) Nunca nada en la Argentina es residencia definitiva de los muertos. Ya no hay garantías ni para los muertos. Además, a Perón le dolería que nos estemos preocupando más por los “cadáveres simbólicos” que por los “vivos simbólicos”, como es el caso de este albañil testigo en el juicio a Etchecolatz, que ha desaparecido, como si se lo hubiera llevado el viento, una situación que no se entiende cómo pudo suceder en este momento, en este país. Estamos preocupándonos por los muertos cuando deberíamos ocuparnos más de los vivos. En fin, gendarmería, policía, manos de obra desocupada que ha quedado libre después de la dictadura y que sigue haciendo estas salvajadas. Justamente se produce la mudanza a la provincia de Buenos Aires que es el territorio donde desaparece Julio López y eso me parece más simbólico todavía. ¿Por qué desaparece una persona tan visible en medio de la democracia?
—¿Qué lectura hace del desplazamiento del cadáver?
—No sé, ¿una especie de reparación? Porque no sé si Perón expresó su voluntad por su último lugar de reposo, pero sí se sigue violentando la de Eva Perón. ¿Su cuerpo va a seguir en el mausoleo de la Recoleta? ¿O va a ser entregada, de acuerdo con su ultima voluntad, a la CGT?
—¿Hay antecedentes de este tipo de mudanza?
—Es una costumbre que se instaló hace más o menos una década, durante el gobierno de Menem, cuando se empezaron a repatriar los restos y a usarlos como trofeos. Empezó con Rosas, siguió con Juan Bautista Alberdi, que se ofrendó al pueblo de Tucumán desde los balcones de la Casa de Gobierno provincial, durante la gobernación de Palito Ortega. Todo esto siguió con las amenazas de movimientos de un lado a otro de la tumba de Vicente López y Planes a Vicente López, de Sarmiento a San Juan –por suerte los descendientes se opusieron–la de Alejandro Korn a la estación de tren. Una especie de minué funerario que pensé que ya se había terminado. Ahora, ¿a quién favorece el desplazamiento de Perón? Porque en los anteriores procedimientos –digamos, para usar una palabra maligna– o mudanzas de cadáveres hubo siempre un claro beneficiario. Quien es el claro beneficiario es una pregunta que necesita respuesta. Sin duda el traslado no beneficia a la memoria de Perón. Probablemente beneficie a la señora que reclama ser su hija, Marta Holgado.
—¿Sucedieron traslados similares en otros lugares del mundo?
—Sí, cuando Stalin fue enterrado al lado de Lenin, lo desplazaron por unos pocos metros y no con honras fúnebres, como en este caso. Fue el único cadáver desplazado en la historia que yo recuerde. No conozco casos similares en otros lugares del mundo.
La necrofilia es una enfermedad típicamente argentina, como el dulce de leche, la birome o las huellas digitales. Salvo que aquí no quedan huellas de este tipo de movimientos.
Los encuentros en Madrid
Eloy Martínez visitó a Perón por primera vez en Puerta de Hierro en 1966. El periodista se encontraba en España preparando una nota acerca de los 30 años de la Guerra Civil Española para el semanario Primera Plana, donde se desempeñaba como jefe de Redacción.
Le pidieron de la revista una nota con Perón ya que Arturo Illia acababa de ser derrocado. Lo entrevistó durante tres horas. Después volvería a visitarlo muchas veces hasta 1972, cuando estaba a punto de concretarse el Operativo Retorno.
Es autor de Santa Evita y La novela de Perón, dos éxitos editoriales tanto a nivel de ventas como de cantidad de traducciones, nació en Tucumán en 1934. Actualmente dirige el Programa de Estudios Latinoamericanos de la Rutgers University en Nueva Jersey (EE.UU). También es columnista permanente desde 1996 de La Nación y del New York Times.