Desde la escuela primaria fui la “locutora oficial” de los actos, pero a la vez, tenía esa pasión de escribir los sentimientos, alentada por las maestras y posteriormente los profesores de Lengua de la secundaria. Pero me quedé con la radio, con su fascinante “teatro de la mente”, me esforcé por ser una profesional y logré ser una locutora en serio, una locutora nacional del ISER del interior del país. Tuvimos con la radio un amorío que duró 25 años, hasta que me reencontré con la palabra escrita y me volvió a atrapar, para siempre.
El periodismo fue mi vocación latente desde los inicios. La investigación, meterme en la historia de la gente común y de los importantes. Con ellos recibí satisfacciones y dolores de cabeza, pero es así, porque nuestra tarea es contar la vida.
En esta etapa, reconciliada con la palabra escrita, con el periodismo gráfico, disfruto de lo que hago a diario porque junto a mi amiga, Verónica Toller, con quien obtuvimos el Premio Don Quijote, nos desempeñamos en un medio independiente, creíble y absolutamente pluralista, donde decimos todo, no nos callamos nada y siempre ofrecemos las dos campanas.
Y hoy, en la Argentina, eso no es poco, porque muchas veces el periodismo molesta.
Molesta cuando pregunta cuestiones que a los preguntados les resultan indiscretas. O cuando busca respuestas y plantea interrogantes en ámbitos que algunos preferirían no tocar siquiera.
Al periodismo actual ya no se lo juzga desde la dicotomía “subjetividad vs. crónica neutral”. La bandera de la neutralidad es axiológicamente obsoleta en periodismo. Hoy, se juzga a los trabajadores de prensa desde la honestidad intelectual y el compromiso con la verdad. Y ello incluye preguntar lo que puede resultar indiscreto, molesto o incómodo.
Así, por ejemplo, nos toca contar la realidad de una comunidad en conflicto por la instalación de pasteras en la ciudad de Fray Bentos, en las orillas del río Uruguay. Entonces, nuestra labor se vuelve un desafío.
Como periodistas, inmersas en una comunidad que vive un conflicto donde está en juego el bien común, más allá de nuestra función informativa –en la que hemos buscado siempre tratar este tema en forma profesional, dando espacio a las distintas posiciones existentes frente a la radicación de las plantas–, no podemos darnos el lujo de mirar sólo como testigos. La nuestra, creemos, es una función de puente entre lo que sucede y el resto de la sociedad. Como ciudadanas, somos también protagonistas de nuestro futuro.
Y eso significa estudiar, preguntar, inquirir los porqués, analizar la posición del vecino contiguo y del vecino de enfrente. Tratar de comprender necesidades, temores y anhelos de unos y de otros. En fin, la tarea diaria del periodista, digamos.
Confieso que tanto para mí como para Verónica esto no ha sido siempre fácil. Que plantea el compromiso diario de recordar que somos gente de prensa, que también a veces “nos equivocamos, pero tenemos el atenuante de la buena fe”, como decía Enzo Biagi. Pero que por eso mismo, siempre debemos situarnos frente a la verdad.