POLITICA
Debate Jorge Fontevecchia / Mauricio Macri

La política posmoderna

Quinto capítulo del debate entre el diputado Mauricio Macri y el fundador de Noticias. Para leer las anteriores notas del debate, ingresar a la revista Noticias.

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Estimado señor Mauricio Macri:

Hace algunos años, cuando era presidente de Boca y no un político, usted siempre repetía una muletilla: “Para conducir hay que saber hacerse el boludo”. Por entonces, tratando de decodificar su lenguaje futbolístico, llano y divertido como cuando recientemente pidió “control antidoping” para Carrió, interpretaba que se estaba refiriendo a “tragarse sapos” con disimulo, o dignidad, lo que en el lenguaje político podría ser traducido como pragmatismo. Pero ya cuando fue candidato a Jefe de la Ciudad y, luego, potencialmente a presidente, le confieso que su estratagema llegó a confundirme: “¿Es o se hace?”. La tapa de NOTICIAS posterior a su triunfo legislativo en la Ciudad en 2005 reflejaba nuestra perplejidad ante sus indefiniciones: su título era “Qué tiene Macri en la cabeza”.

Tratando de mantener este debate de forma que lo profundo no impida el humor, como usted mismo me sugiere en su contestación anterior, gastaré sólo este párrafo en cumplir su pedido confensando que me sorprendió su ironía, al responder mi crítica sobre su excesiva preocupación en Gago y Barros Schelotto, diciendo: “Me alegra ver que el interés de Jorge Fontevecchia por Nina Pelozo y Karina Jelinek no le impidan contestar mis reflexiones”. La referencia a Nina Pelozo (a quién conocí junto con usted en la entrega de los Premios Perfil) la entendía: había sido la tapa de NOTICIAS esa semana, pero ¿por qué Karina Jelinek? ¿Qué tenía que ver ella con NOTICIAS o conmigo? Me informan que su cultura psicoanalítica es bastante desarrollada, a pesar de ello usted se quejó de que esta revista abusaba de la psicología. Lamento entonces tener que volver a apelar al lenguaje de Freud pero imaginé que su referencia a Karina Jelinek era una proyección suya dado que ella se hizo conocida, además de por su belleza, porque en los programas de espectáculos se la catalogaba, usando sus términos, de ‘boluda’. “¿Será o se hace?”, me pregunté, y habiendo despertado usted mi curiosidad pedí conocerla sólo, claro, para comprender mejor su proyección. Quizás influido por mi previa conjetura, del encuentro que mantuve me quedó la impresión de que Jelinek es una fiel seguidora de su estratagema: “no es”, si para algunos podría parecerlo sería porque “se hace” (dicho sea de paso, ella me dijo que votó por Kirchner). Cumplido el párrafo divertido, paso ahora a la cuestión de fondo, no sin antes recomendarle que las estratagemas que pueden ser muy útiles para presidir Boca puedan no serlo tanto para aspirar a la presidencia del país.

Mirada liberal de la política. Usted escribe que coincide conmigo en que “el principal problema argentino reside en la concentración de poder”. Analicemos ese fenómeno. Para ser autoritario dentro de formas democráticas hay que lograr que la moral, la política y el derecho terminen siendo sistemas automatizados y autónomos entre sí, sin otro nexo entre ellos que el funcional. El cinismo es su síntoma y el disimulo su aplicación práctica. En “Teoría de la Justicia”, John Rawls aborda la dicotomía entre legalidad y legitimidad: por ejemplo el populismo reduce la legitimidad a sólo estrategias seductoras para obtener votos, desvirtuando así la idea de República como una idea regulativa de la razón. Paralelamente, Roland Barthes explica al autoritarismo como un residuo del pasado cuasi animal siempre presente en el hombre al que denominaba “libido dominandis”.

“Puesto que el principio para un individuo es promover tanto como sea posible su propio bienestar, esto es, su propio sistema de deseos, el principio para la sociedad –dice Rawls– es promover tanto como sea posible el bienestar del grupo, esto es, realizar en la mayor medida el sistema comprensivo de deseos al que se llega a partir de los deseos de sus propios miembros. Una sociedad está correctamente ordenada cuando sus instituciones maximizan el balance neto de satisfacción. La proyección racional de los deseos del individuo al conjunto de la sociedad legitima el principio de utilidad como criterio de justicia social”.

Pero para que todos los integrantes de la sociedad puedan decidir sobre lo más conveniente, su juicio no debe ser afectado por carencias de información y el autoritario lo primero que retacea es la parte de la información que no le es útil a sus fines, creando en los ciudadanos una situación de desventaja (“el velo de la ignorancia”), desnaturalizando el contrato social que legitima el voto de la mayoría. Sin la información es imposible reconciliar lo moral con lo racional. Por eso Rawls define como “bienes sociales primarios” las libertades básicas de pensamiento, conciencia y acceso a la información, sin las cuales es imposible el eficaz ejercicio de “la capacidad de decidir, revisar y perseguir racionalmente una concepción del bien”. Esto lo sabe muy bien el Gobierno y por eso su política de discriminación con la publicidad oficial, y parte de la privada, para dominar a los medios de comunicación.

Un sistema democrático no puede resultar pleno si está dividido en dogmas o clases sociales hostiles, debe coexistir un pluralismo razonable junto a la cooperación social y política. Una sociedad tiene que contar con varias doctrinas simultáneas para que el individuo pueda elegir. La estabilidad del sistema no resulta de una visión única y monocomprensiva de la realidad sino de “un consenso entrecruzado de doctrinas omnicomprensivas razonables”.

La tensión entre legalidad y legitimidad se reduce con la división de poderes: por ejemplo a la Justicia le cabe evitar que una coyuntural mayoría parlamentaria o el propio Ejecutivo abuse de la legalidad de su poder en contra de la pluralidad. Es responsabilidad del Estado, de todos los poderes y no sólo del Ejecutivo, proteger “un proceso de formación de la opinión y la voluntad pública en la que los ciudadanos libres e iguales se entiendan en metas y converjan en normas que serán de interés común para todos”.

La sociedad no es la expresión superestruct ural de una estructura económica como creían los marxistas pero, tampoco, es un conglomerado de individuos como creían los conservadores. El individuo nunca puede ser un individualista radical porque siempre proviene de raíces colectivas, en palabras de Charles Taylor: “Todo ser humano sólo se define desde una tradición y valores encarnados en una comunidad”, su libre albedrío estará siempre influenciado por el contexto que integra. Ese contexto es lo que hay que mantener libre y plural porque la manipulación de los gobiernos de los medios de comunicación reduce la posibilidad de deliberación autónoma de las personas. Gracias a la comunicación descentrada es que se crea discursivamente una ciudadanía, y con ella al “sujeto colectivo”. Sólo con una prensa libre la ciudadanía puede penetrar los procesos de gestión pública, el poder administrativo del Estado y supe rvisar a sus gobiernos.

Mirada posmoderna de la polítíca. Pero a pesar de que usted dice que su principal preocupación es el hegemonismo gubernamental, o sea, asume la mirada clásica del liberalismo político, observo que su manera de hacer política es posmoderna. Analicemos ahora ese fenómeno. Gilles Lipovetsky en sus libros “La era del vacío”, “El imperio de lo efímero” y “El crepúsculo del deber”, explica el desencanto con la política clásica de las sociedades posmodernas. Hay una ruptura con las doctrinas “disciplinarias, universalistas, rigoristas, ideológicas y coercitivas” del pasado no tan remoto que da paso a “un hedonismo indiferente hacia el bien común que se manifiesta en el abandono emocional de los grandes referentes ideológicos, apatía en las consultas electorales, canalización espectacular de lo político y transformación de la política en ambiente”.

Quizás Kirchner sea el último eslabón del ciclo autoritario argentino, “el último rigorista”, y usted, también por cuestiones generacionales, represente el primer eslabón posmoderno. Como repite su asesor ecuatoriano, Jaime Durán Barba, “Lenin y Lennon no se llevaban bien, y ganó Lennon” porque el espíritu de esta era –new age– no es agresivo.

Lipovetsky define este cambio como “la segunda revolución individualista” donde “nuevos procedimientos son inseparables de nuevos fines y legitimidades sociales”. Por ejemplo “respeto por las diferencias, culto a la liberación personal, al relajamiento, al humor y a la sinceridad, al psicologismo y a la expresión libre”. Y agrega: “La cultura posmoderna es descentrada y heteróclita, materialista, psi, porno y discreta, renovadora y retro, consumista y ecologista, sofisticada y espontánea, espectacular y creativa”. Pero hay un declive de los ideales y valores públicos en las nuevas generaciones. “Cuando lo social está abandonado, el deseo, el placer y la comunicación (Fotolog o My Space) se convierten en únicos 'valores'; el hombre indiferente no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le sorprende, y sus opiniones son susceptibles de modificaciones rápidas”.

La teoría de Lipovetsky es que estamos asistiendo al fin del 'homo politicus' y el nacimiento de un ‘homo psicologicus’ al acecho de ser su ser y su bienestar. El narcisimo reemplazó la agitación política de los años '70, donde había bandos claramente definidos, buenos y malos: “Ya no es tan simple explicarlo todo con el tradicional sistema de lucha de clases”. El proceso de atomización ideológica –que Lipovetsky llama “personalización” a causa del auge del interés por las preocupaciones personales– hace que la conciencia política sea sustituida por la conciencia narcisista. “El yo político y existencial no pertenecen a esferas separadas” y el abrupto cambio de prioridades personales afectan a las finalidades sociales.

También para Daniel Bell, en su libro “Las contradicciones culturales del capitalismo”, la conciencia de época se asienta sobre el principio fundamental del hedonismo: “Los valores dominantes son el placer y el estímulo de los sentidos”. Lo nuevo es el “fin del divorcio entre los valores artísticos y los de lo cotidiano”. El posmodernismo “ha engendrado una explosión de reivindicaciones de libertad que se manifiestan en todos los ámbitos, en la vida sexual y familiar, en el vestido, en el baile, en las actividades corporales, en la pasión por el ocio y las nuevas terapias cuyo objetivo es la liberación del yo”. “La cultura posmoderna es sincrética y de contrastes; es a la vez cool y hard, convencional y vacía, psi y maximalista, una vez más es la cohabitación de los contrarios lo que caracteriza nuestro tiempo”.
Lipovetsky considera a la sociedad posmoderna como una “sociedad humorística”, CQC sería un ejemplo de programa periodístico-político posmoderno versus aquel obsoleto y vetusto “Tiempo Nuevo” de Neustadt y Grondona. Y Tinelli podría ser un candidato con muchos votos.

Jean Baudrillard aporta otro carácter posmoderno: “El amor hacia las novedades se ha vuelto algo general, normal y sin límites; la curiosidad se ha convertido en una pasión fatal e irresistible”. También para él, el autoritarismo actual no está enraizado en las relaciones de clase, como fue a principios del siglo XX, sino en su propia dinámica de deseo, por eso el poder político actual es etéreo e inasible.

El Posdeber. Lipovetsky define a nuestro tiempo como la era del “posdeber” donde la ética no encuentra ya su modelo en las morales religiosas tradicionales, como hasta hace algunas centurias, ni en el deber laico, rigorista y categórico de los último siglos, sino en una ética mínima, ausente de sanciones y obligaciones. Asimila al posmodernismo con un posmoralismo, “una sociedad que repudia la retórica del deber austero, integral, maniqueo y, paralelamente, corona los derechos individuales a la autonomía, al deseo y a la felicidad”. Al no encontrarse las acciones de las personas bajo tutela de la tradición ni de la Iglesia, el mundo se desarrolla dentro de un “caos organizador”. Pero no es que la ética haya desaparecido sino que es inédita: “La socialización del posdeber libera de la obligación de consagrarse a los demás, pero refuerza lo que Rousseau llamaba la 'piedad', la repugnancia a ver y a hacer sufrir a un semejante. Y esto no por educación moral intensiva sino paradójicamente por la autoabsorción individualista y las normas para vivir mejor”. Esta “es una ética 'razonable', animada no por el imperativo del abandono de los propios fines, sino por el esfuerzo de conciliación entre los valores y los intereses, entre el principio de los derechos del individuo y las presiones de la vida social, económica y científica”.

Nunca podría ser la misma la política en un mundo donde, como el de los años '70, la muerte en situaciones heroicas era sublime, que en otro, como el actual, donde toda muerte es valorada como una tragedia.

La Transpolítica. Una característica del posmodernismo que podría ser asimilable a usted, señor Macri, es la sociedad hiperreal donde lo real se transforma en virtual, lo que Baudrillard denomina 'aceleración en el vacío': “Ni la masa tiene información, ni la información informa, una y otra siguen alimentándose monstruosamente; en el fondo el mensaje ya no existe, el médium se impone como circulación pura; ya no hay contenido, ya no hay fin” porque no se transmiten significados sino sólo emociones. La importancia de la búsqueda de lo verdadero y de lo que no lo es, se ve arrasada por el vértigo de la velocidad con el que la información circula y “en su devenir ella misma es un espectáculo”. Baudrillard también construye el concepto de la 'transpolítica': es “lo que está del otro lado de la política, es decir, la política que se simula a sí misma, para ocultar que está ausente”. Y la compara con la pornografía donde “el exceso de sexo ya no es sexo”, sino sólo una simulación.

Otro aporte de Baudrillard, aplicable a Kirchner, es que el 'caos organizado' se estabiliza en un doble rol donde “todos somos rehenes y terroristas”: si hacés esto, yo hago aquello. “El terrorismo se ha convertido en un comportamiento normal y generalizado para todas las naciones y todos los sectores”. Es el mecanismo usual de negociación entre los grupos en pugna, ya sean tanto internacionales: embargo económico en el caso de las naciones más poderosas o extorsión con las materias primas en las menos desarrolladas, como en los conflictos intranacionales: piquetes, huelgas, desabastecimiento o corridas financieras. Asistimos a “la aparición del fenómeno del terrorismo como manifestación de lo político”, donde el terror funciona como elemento disuasorio y el chantaje como procedimiento de negociación continua. La ausencia de valores como el Bien y el Mal promueven la idea general de que se puede hacer cualquier cosa y nada está mal en la medida en que se pueda salir bien parado con ello.

Sólo la historia futura podrá analizar si el posmodernismo es la malformación o la plenitud del modernismo, pero más allá de ganancias y pérdidas entre una época y otra, le recomiendo que reflexione sobre que usted (también Telerman) actúa la política posmodernamente. Mientras que, más allá de sus diferencias, Lavagna, López Murphy o Sobisch, la actúan del modo “antiguo”. Quizás usted inconscientemente lo sepa y de allí que Boca, Gago, Barros Schelotto y ahora Riquelme, puedan resultarle más apropiados que enredarse en un debate sobre si el modelo económico adecuado para la Argentina actual es con un dólar a $ 3 (Lavagna) o con un dólar a $ 2 (López Murphy). Y por eso sienta que todavía no llegó su momento, que aún queda una batalla más entre los clásicos, incluyendo a Kirchner como su máximo exponente actual, para que entre ellos acaben con una era. Y, en ese caso, mantenerse usted disponible en la ciudad de Buenos Aires (el lugar más posmoderno de Argentina) para cuando soplen nuevos vientos en todo el país.

Imagino que mientras esta edición de NOTICIAS se encuentre en los kioscos usted ya habrá oficializado su candidatura, espero que este debate le haya ayudado a ordenar sus ideas.