El sociólogo alemán Max Weber (fallecido en 1920) afirmaba que la esencia del Estado consistía en su capacidad para garantizar la aplicación de las leyes. En términos prácticos, la posibilidad de enviar a alguien con uniforme y pistola para que impusiera el cumplimiento de la Ley. De este modo, Weber definía al Estado como "una comunidad humana que reivindica el monopolio del uso legítimo de la fuerza física dentro de un territorio determinado".
Pero cuando esa capacidad no existe o es cuestionada, lo que se percibe como una situación de desorden o anarquía es lisa y llanamente la ausencia del Estado. La definición de Weber abarca todo tipo de estados, ya se trate de una democracia occidental o de un Estado dominado por un "gobierno socialista", como en Cuba, su esencia sigue siendo la misma: la capacidad de imponer la Ley.
Por consiguiente no se trata de una cuestión ideológica de "izquierdas" o de "derechas" ya que todos los gobiernos del mundo, estén situados a la izquierda o a la derecha, pretenden preservar el uso legítimo de la violencia por parte del Estado. La dureza de los extintos regímenes comunistas es la prueba más evidente de que la preservación de la autoridad del Estado es una necesidad universal.
El nacimiento del Estado moderno en Europa, hace unos cuatrocientos años, se produjo cuando las monarquías francesa y española pudieron proporcionar leyes, seguridad y orden, lo que permitió el desarrollo de las fuerzas productivas.
En el viejo sistema feudal, donde "señores de la guerra" dominaban a sus anchas amplias extensiones de territorio, era imposible el tráfico mercantil y el traslado pacífico de los ciudadanos. Una situación similar a la que caracteriza actualmente a Afganistán, donde es visible la inexistencia de un Estado que pueda ejercer el monopolio de la fuerza en toda la extensión del territorio.
La labor del Estado por imponer el poder de su autoridad no acaba nunca. En forma permanente es cuestionada su autoridad por tramas de intereses que pretenden organizar un complejo económico bajo normas particulares, para beneficiarse de alguna situación privilegiada. El ejemplo más notorio es el fenómeno de las "mafias" en el sur de Italia, que pese a los esfuerzos de sucesivos gobiernos italianos de todo signo, no han conseguido ser erradicadas.
Cuando los grupos que se apartan de la legalidad del Estado consiguen conformar un nódulo económico, deben crear su propia estructura de orden y coacción. De allí, que utilicen formas de represión violenta que, como son clandestinas y no pueden utilizar alguna forma de graduación de penas, terminan acudiendo al asesinato mafioso como única forma de retorsión. Tampoco el fenómeno de la erosión del poder del Estado debe reducirse a la presencia de organizaciones criminales que trafican con drogas o se hacen con un monopolio ilegal en algún sector de la economía (por ejemplo, la recolección de basuras en el sur de Italia).
También existen tramas que, bajo una cubierta de legalidad, terminan actuando en la ilegalidad al extender su poder de forma desmesurada y quedar al abrigo de la aplicación igualitaria de la Ley. Un ejemplo puede encontrarse en la "trama de los medicamentos" recientemente descubierta en la Argentina, que demuestra la utilización abusiva y mafiosa de control sobre las obras sociales, consecuencia de un viejo privilegio corporativo que los sindicatos consiguieron arrancar hace muchos años a una dictadura militar.
Así, se puede señalar que la presencia de "oligarquías institucionales", nacidas al abrigo del Estado, conforma un fenómeno de naturaleza similar, porque consiste básicamente en la elusión de la aplicación igualitaria de la Ley para medrar con algún privilegio corporativo. El enriquecimiento personal de los dirigentes sindicales en la Argentina, que se perpetúan en la conducción de sus respectivos gremios, es la demostración más acabada de la existencia de estas formas oligárquicas o corporativas de medrar creando una estructura de poder al amparo del Estado.
El "caso Moyano", por el que un dirigente sindical utiliza formas de extorsión violenta para aumentar su poder de recaudación aumentando su masa de afiliados es la evidencia notoria del poder que alcanzan estas oligarquías institucionales.
Los actos ilegales, la corrupción, la extensión del poder de las oligarquías institucionales o la ocupación de las vías públicas para reivindicar fines particulares es la manifestación más elocuente de la ausencia del Estado.
Entonces, cuando el Estado está ausente, aumenta el poder de los grupos corporativos y de las agrupaciones políticas que cuestionan el monopolio del uso de la fuerza. De este modo, lentamente, los países se deslizan hacia un modelo feudal de dispersión del poder.
(*) Agencia DYN