Como ha establecido en un famoso libro ese dechado de urbanidad que es el profesor Samuel Huntington, el choque de civilizaciones no se producirá por mala voluntad de los protagonistas, sino por falta de mutua comprensión. Siglos de historia diferente, religiones diferentes, lenguas diferentes, etnias diferentes, han cristalizado de manera diferente en diferentes lugares del planeta, demasiado apartados el uno del otro como para entenderse. El resultado inevitable es el holocausto total.
De aquel lado del río, la civilización oriental. ¿Puebladas que cortan las rutas y los puentes y cuyos representantes son convocados a la Casa de Gobierno de una república en la que rige el estado de derecho? Inaudito, dicen indignados los orientales. ¿Asambleas que dictan la política exterior de una nación? ¿Países que quieren obligar a sus vecinos a que respeten normas ecológicas que ellos no respetan? Inaceptable, piensan, balanceando la cabeza. ¿Gobiernos provinciales que anuncian que no acatarán los mandatos de las mismas cortes internacionales a las que su país ha recurrido? Incomprensible, sostienen. Y agregan, decididos, que en estas condiciones no van a negociar.
De este lado del río, nosotros, los occidentales. ¿Un presidente incapaz de domar a una empresa extranjera, de denunciar ante las cámaras televisivas sus demoníacas ambiciones de ganar dinero, de acusarla frente a la opinión pública de traición a la Patria, de enviarle sus heraldos piqueteros y despachar un oportuno decreto de necesidad y urgencia que sobrevuele leyes, cámaras y juzgados en nombre del indiscutible punto de vista presidencial... quiero decir: en nombre del supremo interés nacional? Inaudito, incomprensible, inaceptable, decimos los occidentales. Y esperamos confiados que el martes próximo tengamos revancha de las humillantes derrotas en las Cortes ante los orientales. De lo contrario, consideraremos indudable la existencia de un poderoso complot internacional.
Entretanto, infinidad de grupos se ocupan del problema, con el éxito que es de observarse: asambleas vecinales irredentas, poderes ejecutivos encrespados, organizaciones ecologistas sublevadas, ministros despistados, sindicatos de albañiles y camioneros, corporaciones multinacionales, ligas de comerciantes damnificados, reyes y mediadores borbónicos. Sólo ha quedado afuera el siempre diplomático y componedor coronel Chávez.
¿La Confederación Sudamericana de Naciones lanzada en Cusco en 2004? Ausente. ¿La Comisión de Representantes del Mercosur? De vacaciones. ¿El Parlamento Sudamericano y el del Mercosur? En proyecto. ¿Una Comisión Ecológica de Emergencia del Mercosur, que dicte una legislación aplicable no sólo a Gualeguaychú sino al Amazonas y el Riachuelo? Para dentro de pocas décadas.
Es cierto que han pasado quince años del lanzamiento del Mercosur, pero no hay que desesperarse. Ya vamos a crear la arquitectura institucional de la Patria Grande, si es que sobrevivimos al choque de civilizaciones. Total, como dice el tango, veinte años no es nada.
Orientales y occidentales no pueden comprenderse ni jamás lo harán. Su historia y su cultura los separan. El choque de civilizaciones tendrá lugar (el profesor Huntington se sorprendería) sobre las aguas del Río de la Plata. No habremos ganado el Mundial de Alemania, pero el de 1930, justa venganza tendrá.
* Autor de Globalizar la democracia