POLITICA
HCTOR LIBERTELLA

Un maestro del hermetismo

Nacido en Bahía Blanca, polifacético autor de novelas, editor y crítico literario, murió a los 61 años. Libertella supo hacer del ensayo una máquina blanda, cuyo centro era ocupado por la tradición, el acto de la lectura y la descripción de los sistemas literarios. Dejó varios libros inéditos –tres de ellos se distribuirán en las próximas semanas–entre los que se cuenta La arquitectura del fantasma, una ya mítica autobiografía.

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VIVIR AFUERA. Libertella,un escritor de otro tiempo: como detenido en s mismo por sus convicciones literarias, pero siempre dinmico. "Diario de la rabia" (Editorial Beatriz Viterbo), de reciente aparicin. | Cedoc
"Un hombre absurdo, sentado en el único rincón del bar de ghetto, escucha cosas concretas. Y escribe un libro invisible". Entre el espejo y el proyecto: así escribía Héctor Libertella, que murió el sábado 7 de octubre, después de haber hecho del hermetismo y sus grietas una verdadera pedagogía.

Había nacido en Bahía Blanca el 24 de agosto de 1945, pero vivía en Buenos Aires. Era licenciado en Letras por la Universidad Nacional del Sur y había ejercido tanto la docencia como la crítica literaria. En México, donde vivió años de exilio, dictó una larga serie de conferencias: “Algunos días eran sólo tres o cuatro oyentes; otros días era sala llena –confesó–. Y yo hablaba y hablaba al vacío como un robot sin alma”. Su importante rol de editor siempre estuvo unido a su tarea como ensayista y lector.

En 1968 comenzó su recorrido en la ficción con El camino de los hiperbóreos , su primera novela. Le siguieron Aventuras de los miticistas, Personas en pose de combate y Memorias de un semidiós. Recibió varios premios y recientemente había compilado textos aparecidos en la revista Literal entre 1973 y 1977. Sus trabajos teóricos fueron quizá la parte más llamativa de su obra: Ensayos o pruebas sobre una red hermética, Los juegos desviados de la literatura y Las sagradas escrituras. Aunque fue prolífico, la sensación que deja su temprana muerte es que gran parte de su obra está todavía por emerger.

Destino de mito. Se escucha en bares y redacciones que Libertella dejó varios libros preparados para su publicación. Entre ellos, hay una autobiografía que originalmente se llamó Juan Moreira entre elefantes y que, titulada Arquitectura del fantasma, publicará Santiago Arcos.

Es verosímil imaginar una serie de manuscritos pulcramente preparados, o no tanto, circulando entre amigos y colegas. La imagen no es ajena a la ideología estética de Libertella. En su obra, el lector aparecía no como un mero receptor sino como una estrategia.

Atravesada por la lingüística, la semiología, el psicoanálisis y la parte más blanda del estructuralismo francés, de alguna manera toda su obra ensayística se completa y condensa en El árbol de Saussure. Arisco y gozoso conjunto de definiciones y analogías, El árbol de Saussure es a la vez la descripción de un sistema comunitario y un proyecto utópico. Sus primera líneas arman la escenografía donde crecerá, con igual intensidad, la digresión, el análisis del equívoco y una larga ristra de conceptos: “Con los codos apoyados en la barra de metal –escribe Libertella–, los parroquianos del ghetto miran con mirada boba el única árbol de la plaza”.

Su último trabajo publicado en vida puede ser leído como una alegoría y una reflexión sobre su propio credo poético. Menos un roman á clef o una novela autobiográfica que una tematización permanente de estos y otros géneros, jalonado desde su propia relación con la escritura, este Diario de la rabia comienza con una serpiente de dos cabezas, posible metáfora del estilo experimental. “Con este juego de quitarse el bocado –escribe Libertella–, todos los días mueren colonias enteras de serpientes.”

La trama de Diario... es tan simple y destructiva como la pasta base. Rassam, un arqueólogo y traductor que sirve a los ingleses “con tanta precisión como un corte en la garganta”, reflexiona sobre su vida y su oficio. Si es un omnívoro que come carne de serpiente cocida sobre estiércol caliente, también se reconoce a sí mismo como un bárbaro instruido, conocedor de su propia barbarie. El jeroglífico como metáfora total y la lectura como primera y última actividad es central en el texto y roza el manifiesto: “Mi ojo que ve que todo lo aburre, el Ojo perfecto es el que no ve, yo no quiero ver nada salvo mis ganas de apretar bien los párpados y divertirme en lo oscuro”. La actividad de leer (y por extensión también la literatura) se presenta como una arqueología que en realidad es un juego de naipes, póquer o truco, donde mentir no sólo no es crimen sino que es parte del juego. Finalmente, el protagonista logra la pátina de sentido que sólo el tiempo les da a los artefactos artísticos untando sus papeles con las deyecciones de su cuerpo.

Libertella fue un escritor de otro tiempo. Por un lado detenido en sí mismo por sus convicciones literarias, por el otro siempre dinámico.

Nunca dudó de que el enigma era un camino posible. El valor de su obra será descifrado en un futuro que a Libertella no le interesaba, pero al que se dirige con paso tan esquivo como seguro. Los lugares sin lectura de sus textos –las muescas que hacen los ratones en las tablillas del arqueólogo en el Diario de la rabia– tienen significado. Su muerte no deja entonces un vacío, sino más bien una larga y productiva cadena de preguntas sobre el arte de la escritura.