Si alguna habilidad de Néstor Kirchner explica su popularidad, es su asombrosa capacidad para posar como enemigo de toda corporación. A la primera circunstancia que obstaculiza sus procederes, el Presidente clama: “No van a torcerme el brazo” frente a las cámaras de televisión. Cierto es que sus batallas contra la Corte menemista, la Policía duhaldista, el Ejército videlista, el FMI y la vieja política se resolvieron en melancólicos empates, y que el entusiasmo anticorporativo parece habérsele agotado desde que vislumbró que una tropa obediente lo seguía y comprendió que no era necesario el acto, sino su declamación.
Aún más ininteligible debe ser, para los que lo admiran. el hecho de que el poder de Kirchner se base en tres de las corporaciones que han convertido este país en lo que es: el Partido Justicialista, la patria contratista y la burocracia sindical, ayer señalada como autora de los peores crímenes y traiciones y combatida a golpe de metralla, hoy retornada a sus antiguos fastos de columna vertebral. Una columna vertebral que, como todas, termina en una cabeza: la de Hugo Moyano.
Según denuncia del diputado Adrián Pérez (ARI), 261 millones de pesos se llevaron en 2005 los “subsidios para capacitación” de los camioneros del buen Hugo, lo que desde luego nada ha tenido que ver con que el acuerdo salarial del gremio del líder cegetista se convirtiera el año pasado en techo de la gran paritaria nacional. En pocos años de anticorporativismo kirchnerista, estos subsidios (cuyos espectaculares resultados sobre la seguridad vial pueden observarse cotidianamente en las rutas) tuvieron un aumento del 3.400%, aunque sólo la mitad de los camioneros participó de algún curso de capacitación.
Si las cosas prosiguen, acaso uno de estos días los profesores tengan a bien explicarles a los muchachos moyanistas que el vino y el asado no se llevan bien con la ruta. Y si las cosas marchan, la extraña pareja de Kirchner y Moyano se reunirá y la foto de ambos abrazados señalará el nuevo tope de las negociaciones salariales, tan libres y voluntarias como la libre y voluntaria reestructuración de la deuda nacional. Esto, a menos que Moyano se empaque, decida que es tiempo de recuperar lo perdido, patee el tablero en medio de un año electoral y le recuerde a su socio que, después de cinco años de neodesarrollismo acompañado de las mejores condiciones internacionales posibles, el salario de los argentinos recién ha alcanzado la miserable capacidad de compra que tenía en el fin catastrófico de la convertibilidad. Entonces, acaso la olvidadiza prensa argentina note que la participación de los salarios en el PBI ha fluctuado entre el 29% y el 32% en los gobiernos de Duhalde y Kirchner, bastante por debajo de los guarismos de entre 33% y 39% de la aborrecida convertibilidad.
¿Un escenario imposible? ¿Doblemente imposible después de que Kirchner salvara la cabeza de Moyano luego de la aparición de la Madonna en San Vicente? No en la larga tradición de enfrentamientos que conforman la declamada unidad peronista; como bien pueden testificar dos antecesores de Moyano: Rucci y Vandor.
Salarios bajos y subsidios altos: miles de millones de dólares anuales salvados de las ávidas garras de los jubilados argentinos e italianos para caer en las manos generosas de las patrias contratista y sindical. He aquí la realidad de la promocionada recuperación K. Desde luego, la sangre entre el Gobierno y Moyano difícilmente llegue al río, y la libertad de discutir salarios sin intervención del Estado, descubierta tardíamente por Kirchner, preserve el factor central del milagro neodesarrollista: la licuación del salario impuesta por el partido devaluador. A cambio, nuevos y millonarios privilegios irán a ensanchar el estómago prominente de Moyano, quien acaso finalmente podrá construir un quincho en su quinta de medio millón de dólares. Así, gracias a esta extraña pareja del gordo y el flaco, la hegemonía kirchnerista dejará de estar amenazada por un factor “interno” (el reparto de la torta) para seguir dependiendo de un factor “externo”: la inflación.