Cada noche, una treintena de docentes se ubica detrás de las vallas que rodean la “escuela itinerante” que los gremios montaron frente al Congreso. Hablan con quienes se acercan a saludar y vigilan, por las dudas. Sobrevuela todavía el alerta por la represión del domingo último. En la primera noche hubo insultos y provocaciones, aunque los organizadores prefieren destacar las muestras de apoyo. Defienden la medida y aguardan que Nación convoque a la paritaria.
—Los que hacen el recambio, entreguen las pecheras por acá –levanta la voz un dirigente.
Poco después de las 20, responsables de organización se ubican en un costado. La titular de Ctera, Sonia Alesso, acaba de despedir a la multitud que se concentró a presenciar las actividades del jueves y, mientras guardan cables y equipos de sonido, los docentes se pasan las pecheras azules. Estarán de guardia hasta las 8 del día siguiente.
María Buceta, profesora de Literatura de Ituzaingó, forma la fila para ese turno. La acompaña su hermana Lorena, profesora de Química, y Victoria Montes, de Matemática. A ellas se suma Laura Leguizamo, preceptora. Ella dejó a sus hijos en la casa de su novio, en Avellaneda, y de allí tomó el 98 hasta Capital. La gobernación bonaerense convocó a los docentes el lunes a negociar y no pierden las esperanzas.
La “escuela” tiene 26,7 metros de largo, 9,4 de ancho y 6 de alto. Pecheras, guardapolvos blancos y algunos azules, de escuelas técnicas, distinguen a quienes están dentro. Ctera contrató un seguro de $ 800 mil al Banco Nación por la actividad. Creen que no es un número desproporcionado: estiman que una movilización a Plaza de Mayo requirió más de $ 1 millón. Docentes de UTE (Ciudad), Suteba (Provincia) y a Amsafe (Santa Fe) se reparten las tareas en las primeras jornadas. Para los próximos días –tienen permiso hasta el miércoles 19– preparan la llegada de maestros de Chaco, La Rioja, Misiones, Formosa y Neuquén. Griselda Cima, de Rosario, y Marisol Marchionatti, de Santo Tomé, Santa Fe, son dos de los veinte referentes que se quedan a dormir. El miércoles cenaron sándwiches de milanesa completos y al otro día almorzaron tartas de verdura. Un almacenero de la zona provee las viandas.
El aula en la que se realizan las charlas se convierte en dormitorio. Ponen a un lado los doce pupitres y acomodan las sillas en cinco pilas para ubicar los colchones. Llegaron a acostarse a las 2 de la madrugada, cuentan. Sin embargo, se levantan temprano. Alguien toca la campana a las 6. En tanto, César Vallejos, un artista plástico de San Telmo, entrega un cuadro de Carlos Fuentealba. “Siempre en toda casa nueva tiene que haber un cuadro”, afirma. El docente neuquino asesinado por la policía en una protesta fue homenajeado ese día con la proyección de una película. Alesso se sienta en una de las reposeras del patio, junto a otros dirigentes. Revisa su celular con la cartera en la falda. Lleva saco verde y pañuelo oscuro. Está disfónica. “Tendría que dejar de hablar, pero no puedo”, le dice a PERFIL.
A las 10, la calle Solís, que rodea la Plaza, antes ocupada por la multitud, está totalmente liberada. Cerrada la “escuela”, un grupo de personas lee los carteles de apoyo. Dos niñas dibujan en una mesa cerca de la entrada y un colectivero de la línea 60 toca la bocina al pasar por ahí. Varios automovilistas repiten la acción.