Néstor Kirchner sostiene que la violencia en el Mausoleo de Perón fue armada contra él. Que una vendetta duhaldista ya está en marcha. Hugo Moyano asegura que los patéticos sucesos de San Vicente deben leerse como una acción de “los gordos” para recuperar la conducción de la CGT. Y para esmerilar el Proyecto K, desde luego, que le ha venido al camionero como anillo al dedo. Como anillo de oro, platino y diamantes, para más datos. Síntesis de la doctrina oficial, entonces: yo, argentino.
Pero supongamos por un momento que al Presidente y a su principal socio sindical los asiste, al menos, algo de razón. De hecho, uno y el otro, en sus respectivas escaladas para afirmarse en los sillones que ocupan hasta convertirse en piezas claves del nuevo esquema de poder, fueron dejando un tendal de heridos que no hacen más que vivir añorando sus propios momentos de gloria. La historia nos ha enseñado varias veces que buena parte de esos muchachos jamás se esmeró en distinguirse por sus buenos modales. Sería previsible, casi por obra y gracia de la ley de gravedad, que vayan por más en cualquier momento. Una oportunidad cercana, aunque demasiado obvia, sería el próximo plenario de la central obrera, el martes que viene. Allí, amuchados por Luis Barrionuevo, varios caciques pedirán la cabeza del actual secretario general.
Si fuera apenas un poquito cierto que Kirchner y Moyano son las víctimas que dicen ser –lo dicen sobre todo cuando las cosas les salen muy mal–, a la gente común sólo le quedaría acostumbrarse a que, definitivamente, no hay remedio. Si dos de las personas más poderosas del país se confiesan impotentes, ¿qué le queda al resto?
Lo que Kirchner y Moyano se olvidan de mencionar mientras hacen pucheros es que vienen construyendo día a día sus proyectos hegemónicos valiéndose de mano de obra demasiado habituada a ser mano armada. Del piquetero Luis D’Elía tomando comisarías y prometiendo “defender al Presidente con las armas en la mano si hiciera falta” al propio Moyano afirmando que es capaz de defender su liderazgo cegetista “a los tiros”, pasaron apenas unos meses. La única diferencia entre una y otra promesa es que los tole-toles del Hospital Francés primero y los de San Vicente después sólo vinieron a confirmar que frases como aquellas no vienen cargadas sólo de simples palabras. Los hechos suelen distinguirse de los discursos por su testadurez. El aire huele a pólvora.
Nunca antes como en las últimas semanas fue quedando claro por qué las policías y los encargados de la seguridad deportiva han resultado tan ineptos a la hora de resolver la violencia en las canchas. Todo el mundo lo sabía, pero ahora se ve patente, con rostros, nombres y apellidos: las barras bravas están integradas por las mismas personas en que innumerables políticos depositan sus campañas, limpias y sucias.
“Tuto” Muhamad no es duhaldista: goza del doble privilegio de ser barra de Chacarita –un ámbito donde Barrionuevo es amo y señor– y militante del kirchnerismo porteño. Tampoco lo es el pistolero de San Vicente, Emilio “Madon-na” Quiroz, quien integra la hinchada de Independiente, donde manda el jefe de la custodia de Moyano. Más sospechosos de esa pertenencia pueden resultar, sí, el inefable “Pata” Medina –jefe de la UOCRA-La Plata, vinculado a la barra de Estudiantes– y “Rafa” Di Zeo. El jefe de La 12 parece ubicarse en la nebulosa frontera donde el duhaldismo se arrima al presidente de Boca Juniors, Mauricio Macri. La nueva política, como la buena pasta casera, se amasa a palos.