PROTAGONISTAS
un actor multiplataforma

Daniel Hendler está en teatro, cine y en streaming

En lo que va de 2022, el actor ya estrenó cuatro películas que lo tienen como uno de los protagonistas. La última se estrenó hace una semana. También terminó de filmar División Palermo, la serie que Santiago Korovsky produjo, dirigió y protagonizó para Netflix. Además, una obra de teatro de Hendler está en cartel, y él mismo debutó en el Teatro San Martín con Las manos sucias, una pieza de Jean Paul Sartre. Menos televisión abierta, este artista está presente en varios planos escénicos. Para él, “una actuación es buena cuando provoca algo en los demás, incluso entre tus compañeros”.

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Presente. Mientras Hendler actúa en el San Martín, una obra suya está en El camarín de las musas. | cedoc

Lo de Daniel Hendler es interesante. Este año ya estrenó cuatro películas: Pequeña Flor, de Santiago Mitre; Virus 32, del uruguayo Gustavo Hernández; El sistema K.E.OP/S, de Nicolás Goldbart; y hace unos días, Lunáticos, una comedia negra de Martín Salinas. Además, culminado el rodaje de la serie División Palermo, el teatro ocupa un rol central en su presente inmediato, ya que Adelfa –obra que dirige en el Camarín de las Musas– sigue en cartel, al igual que Las manos sucias, obra de Jean Paul Sartre dirigida y adaptada por Eva Halac, en el Teatro San Martín. Allí interpreta a Hederer, un referente del partido comunista en una tierra análoga a la Francia de los años 40. Hendler recibió a PERFIL en el teatro San Martín para conversar un poco sobre este prolífico presente.

—Considerando la enorme carga política de Las manos sucias, ¿cómo recibieron la repercusión lograda?

—Nos sorprendió. Pero al mismo tiempo, esta obra es un gran policial. Lo interesante es que es muy difícil hablar de política con gente desconocida. A veces salgo de la obra, y espectadores conmovidos me dicen: “¡Qué impresionante lo que está pasando hoy, qué angustiante!”. Y yo no tengo idea de qué signo político tiene esa persona, podría ser cualquier cosa. Y creo que esta obra tiene esa resonancia, porque Sartre está fuera de nuestras grietas o divisiones y no está contaminado como estamos todos. Puede hablar como si fuera alguien avanzado a esta época, porque puede abstraerse de lo que nos atrapa y que nos ciega. Creo que, en ese sentido, nos cuesta escribir sobre política sin chocarnos con nuestras propias limitaciones.

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—En el texto original, el personaje que interpretás es más grande. ¿Te tocó construir autoridad más desde la empatía que desde la edad?

—Era un desafío: encarnar esa autoridad y no caer en estereotipos. Cuando la autoridad es real, se construye en las relaciones, no en una postura. La idea era poder generar esa relación de poder, con los compañeros y compañeras, no una idea preconcebida. Eso te pone en una especie de salto al vacío. Hasta no encontrarnos y empezar a escuchar los textos y mirarnos, no podía tener bajo la manga ningún truco, porque uno puede impostar una actitud autoritaria y que eso no suceda en forma viva. 

—¿Y en cuanto a Adelfa?

—Es otra muestra de discusión política, abordado de manera opuesta. En Adelfa lo que subyace es la división política intrafamiliar, y sin embargo, no se habla de política, porque es como si estuviera prohibido. La política emerge por los poros. Es como cuando no querés hablar con algún familiar porque sabés que te vas a pelear, pero cuando hablás de fútbol terminás hablando de política.

—Alguna vez te leí decir que es preferible enfocarse en el personaje al que se le quiere dar vida que en la actuación misma.

—Nosotros nos aferramos a las ideas como barandas para poder dar ese salto y para poder soportar ese vértigo que implica lanzarse a algo que no sabés adónde te va a llevar y tampoco sabés si vas a hacer el ridículo. Esas ideas son importantes para animarnos, para darnos el valor de dar el primer paso. Pero después tenemos que saber soltarlas, porque son las que nos pueden aprisionar e impedir salir al encuentro de la sorpresa con los otros. No es solo una cuestión ideológica o ética, sino algo muy concreto que es el teatro: si no están vivas las relaciones y los juegos en escena, no hay nada. Sí creo que una actuación es buena cuando provoca cosas en los demás, entre compañeros, con los espectadores. Muchas veces podemos percibirlo y admirarlo como espectadores y otras veces no todo lo que se luce es mejor. A veces, como un 5 en el fútbol, la cámara no capta su inteligencia en el campo, pero el tipo o la tipa sabe llegar en el momento justo para tomar el espacio que hay que tomar y eso es un rol fundamental que quizá no luce tanto. Tenemos que tratar de lidiar con esa tentación por ser reconocidos.

—Y mientras tanto, hace unos días se estrenó Lunáticos, una película basada en hechos bastante reales…

—Sí. Vivimos en una era donde se han ampliado mucho los umbrales de lo posible. La hiperconectividad nos hizo estar sujetos a hechos disparatados y disímiles que suceden constantemente y en simultáneo en cualquier parte del mundo. El disparador de la peli sí es bastante reconocible y tiene que ver con estos líderes políticos nuevos de este populismo de derecha o popes de la comunicación y de la seducción masiva. Podríamos pensar en Trump, que al principio dudás si es un elefante en un bazar. Ese disparador sirve para contar repercusiones recónditas en seres puntuales con sus desequilibrios. Eso establece situaciones bien distantes unidas por hechos globales que provocan un efecto dominó y llegan a cualquier parte. Y obviamente cada historia tiene su propia lógica disparatada y realista al mismo tiempo.