Decir que parece un chiste de cierta comunidad española es algo fuera de época y además sería injusto. Sobre todo porque lo sucedido si bien ocurre en Europa, se dio en un país donde poco se sabe –al menos en este lado del Atlántico– de su idiosincracia a la hora de cometer torpezas que parecen más propias de una comedia cinematográfica. En los Países Bajos, más precisamente en Rotterdam, desde hace unos días hay un tema que domina la agenda mediática y tiene como protagonista al tercer hombre más rico del mundo, según el ranking diario de Forbes: Jeff Bezos. Y se debe que este supermillonario encargó la construcción del yate a una compañía neerlandesa y para poder salir del astillero de Rotterdam donde se ensambló la estructura principal, la ciudad tiene que desmantelar un puente. A la obvia pregunta de si nadie de los responsables de la construcción de un yate de 485 millones de dólares no previó ese pequeño detalle que es que nada menos, permitirá que semejante navío pueda comenzar a abrirse camino al mar, le sigue una respuesta por demás inesperada: y esa es, no.
Proyecto 721. Hasta hace unos días el nombre del propietario del “proyecto 721” de la empresa Oceanco se desconocía. Por razones obvias, esta compañía neerlandesa no publica los nombres de los clientes que le hacen encargos millonarios. Ni incluso suben a su sitio online el desarrollo de una embarcación hasta que no pase las pruebas necesarias para salir a navegar. Pero al conocerse que Jeff Bezos era el cliente destinatario del “proyecto 721”, la compañía naviera pasó de ser reconocida por fanáticos de la navegación y de las construcciones de naves de lujo a estar incluida en todas las noticias que ponen a parte de la comunidad de Rotterdam versus uno de los diez hombres más ricos del mundo. El yate que, por ahora, no tiene nombre oficial, es –según detallaron algunas publicaciones especializadas– el yate de vela más grande del mundo, el superyate más grande construido por Oceanco y más largo construido en los Países Bajos. También explicaron que su diseño se basó en el Black Pearl (Perla negra), “el más celebrado por los especialistas de los construidos por Oceanco”. El de Jeff Bezos tiene 127 metros de eslora, y detalles como una piscina en cubierta con jacuzzi, una sala de cine o un muelle auxiliar para todo tipo de accesorios acuáticos –lanchas o motos de agua, etc.–, alojamiento como para mas de una docena de pasajeros y para una tripulación de hasta cuarenta personas. Y además tiene tres mástiles de 60 metros de altura, y ahí radica el problema: esos mástiles son 20 metros más altos que el arco del famoso puente de Rotterdam, el Koningshaven.
Que sí, que no. Este puente tiene una historia particular para Rotterdam. Si bien se llama Koningshaven, popularmente en esa zona se lo conoce como De Hef (el ascensor). Se debe a esa estructura central levadiza –como un ascensor– que permite el paso de embarcaciones. La misma se construyó en 1918 para evitar las colisiones de barcos contra los pilares del puente. En la Segunda Guerra Mundial fue dañado y reparado para restablecer el tránsito ferroviario; de hecho los trenes pasaron hasta 1993. La fracción que corresponde al puente levadizo alcanza poco más de 40 metros de altura, imposible que el yate de con mástiles de 60 metros lo cruce. Hasta el cierre de esta edición, en los medios de los Países Bajos no había concordancia entre si finalmente las autoridades locales habían habilitado el desmantelamiento del puente. Sí, se aclaró que en caso de hacerse, los costos correrían por cuenta de la compañía que construyó el yate para Jeff Bezos.
Por otro lado hay una cuestión de marketing económica que sostienen quienes explican la publicidad negativa que tendría para la ciudad que la nave en cuestión no pueda sacarse del astillero. Y esto es, Rotterdam es la capital marítima de Europa y por ende la construcción naval es un pilar fundamental. El “proyecto 721” de Oceanco para Bezos generó muchos puestos de trabajo y una publicidad que podría dañarse por la negativa a desmantelar el puente. Los que se oponen, señalan que tras la última gran restauración del puente en 2017 se había prometido no tocarlo. La única salida al mar para el “proyecto 721”, y salvo que vuele, no tiene otra manera de salir de Rotterdam.