Los familiares de los pacientes que padecen coronavirus viven en carne propia las consecuencias de la enfermedad. El peligro al contagio los obliga a permanecer alejados de sus seres queridos sin poder acompañarlos en momentos difíciles e incluso no estar presentes cuando mueren.
Para algunas familias la pesadilla no termina ahí. Al duelo por la pérdida le tienen que sumar la impotencia y el enojo cuando descubren que las pertenencias de su ser querido fueron robadas en los centros médicos donde estaban internados.
Las denuncias de estos hurtos proliferan en las redes sociales. Algunas familias deciden no ir más allá mientras que otras prefieren presentar quejas formales en los centros y otras optan por involucrar a la Justicia.
Acabo de llamar al Sanatorio Los Arcos donde mi madre falleció hace 3 semanas bajo protocolo COVID. Me dieron sus pertenencias en una bolsa cerrada y me dijeron que no podía abrirla por 15 días. Recién hoy tuve el coraje de hacerlo y OH! sorpresa! Faltan su cartera y billetera.
— Karina Micieli (@KarinaMicieli) August 29, 2020
“No me importa lo material. Me indigna el hecho”, escribió en Twitter Karina Micieli en un hilo en el que relató como algunos de los objetos personales de su madre fallecida por COVID-19 no estaban en la bolsa que le dieron del sanatorio donde la trataron.
No me importa lo material. Me indigna el hecho.
— Karina Micieli (@KarinaMicieli) August 29, 2020
Algo parecido le sucedió a la familia de Eduardo Vicente Curto, quien este 31 de agosto hubiese cumplido 67 años pero falleció por coronavirus el pasado 3 de agosto a las 12:15 del mediodía. En el celular del hombre apareció una conexión de Whatsapp cuando estaba aislado y en coma, por eso sus allegados sospechan que alguien le había robado.
El 7 de julio Curto fue trasladado en una ambulancia a la clínica Medicus porque sufrió un desmayo con pérdida de conocimiento en su domicilio. Al no presentar síntomas de coronavirus lo llevaron sin protocolo, bajo la hipótesis que el problema había sido cardiaco o cerebral. Padecía diabetes, un factor de riesgo de desarrollar complicaciones por COVID-19.
Aún sin síntomas, le hicieron todos los estudios, entre ellos una tomografía de pulmón en la que había salido todo bien y solo restaba que el cardiólogo le permitiera volver al hogar. Mientras permanecía internado, Curto se enteró que su padre había fallecido. “Esa noche padeció una fuerte arritmia, un pico de fiebre y le subió la diabetes y lo trasladaron a la Clínica del Sol. Ahí le hacen el hisopado y ese mismo día le dicen que da positivo y quedó aislado”, recuerda su hija Brenda Celeste Curto en diálogo con PERFIL.
La última conexión de Whatsapp de de Eduardo Vicente Curto fue el 18 de julio, dos días después de estar en coma
“A partir de ahí no le pudieron bajar la diabetes en ningún momento, pero siempre estuvo relativamente estable. El 15 de julio le ponen el plasma, no le funciona. Le inducen el coma y lo intuban el 16. El día 18 apreció una conexión de Whatsapp de él, así que su celular estuvo prendido y a partir de ahí después siempre estuvo apagado y los mensajes no le llegaron más”, especifica Brenda.
El día 2 de agosto, en estado grave pero ya con el resultado de hisopado negativo, le permitieron tener visitas de la familia. La alegría duró poco, puesto que al día siguiente Curto murió.
Cuando pidieron las pertenencias del hombre, la clínica informó que no las encontraba. “Pasadas 48 horas de su muerte me llamaron y me dijeron que vieron en las cámaras que en un descuido habían tirado todas las pertenencias de mi papá a la basura junto con sábanas y residuos. Hicimos la denuncia penal correspondiente. En realidad sabemos que no somos única familia a la que le pasó, queremos que empiecen a implementar un protocolo distinto para los pacientes con COVID-19”, cuenta Brenda.
“Nosotros tendríamos que estar en familia y haciendo un duelo y tenemos que estar ocupándonos de cosas que no deberíamos. Algunos tienen la suerte que sus familiares salen vivos de la clínica, entonces un celular no les importa. Si él hubiese salido vivo a mi tampoco me hubiese importado, pero está muerto y ese celular tienen un montón de cosas de él por eso para mí es súper importante. No me importa la plata que tenía, sus tarjetas, pero sí el celular que tenía un montón de recuerdos que son nuestros y que los perdimos”, lamenta.
Nosotros tendríamos que estar en familia y haciendo un duelo y tenemos que estar ocupándonos de cosas que no deberíamos, cuenta Brenda
Gracias a la conexión de Whatsapp pudieron avanzar con la denuncia penal. “Ahora sigue todo por vía judicial para saber si la última conexión de mi papá fue desde la clínica o desde otro lado. Solo me interesa que la persona que le uso el celular se pueda identificar. Sabemos que no vamos a poder recuperar nada, pero por lo menos que no se la lleve de arriba después de robarle a una persona que se estaba muriendo”, concluye Brenda.
Desde Clínica del Sol indicaron a PERFIL que la institución adecuó el protocolo de seguridad de objetos personales ya existente, adaptándolo a las circunstancias relacionadas a la pandemia y que el mismo entró en vigencia el 11 de agosto.
“El escenario complejo del Covid-19 impide la presencia de acompañantes en internaciones, y gracias a este caso la clínica ha decidido ajustar el protocolo de seguridad para evitar que esto vuelva a ocurrir. Este protocolo establece que los objetos personales de los pacientes con COVID que sean trasladados a terapia intensiva sean colocados en bolsas de un color distinto al utilizado para otras pertenencias y con precinto numerado. Las pertenencias clasificadas son guardadas por del área de seguridad del paciente hasta su retiro por los familiares. Desde la institución lamentamos profundamente lo acontecido”, sostienen.
Ana De Biasi perdió a su padre Roberto Gabriel, de 64 años, a causa del coronavirus. El 23 de julio el hombre dio positivo y el 27 fue internado en el sanatorio San José del barrio porteño de Palermo.
“Los estudios de pulmón dieron que tenía neumonía. Al principio los primeros días no eran muy buenos, al tercero o al cuarto me avisaron que lo iban a entubar. Lo cambiaron de posición y estaba todo encaminado como para que hubiera una mejoría. Pasaron dos días que había evolucionado muy bien, uno de los pulmones estaba casi curado, el otro tenía más complicaciones pero nunca fue un caso que era reservado. Era algo que estaba previsto que salga lo más bien, pero no fue así. Falleció por COVID el 7 de agosto”, manifiesta Ana a este medio.
“Cuando llegan mis hermanos le entregan la ropa de mi papá, el celular y los anteojos y una riñonera que él solía tener siempre, donde guardaba plata, documentos y papeles de su trabajo, cheques. Eso estaba vacío, no tenía ni siquiera el documento de libreta que es lo que él siempre llevaba allí. Solo había un alicate dentro”, describe.
Es injusto que pase esto y de esta manera, lamenta Ana De Biasi
De Biasi dispone de un video de cuando su padre ingresó al sanatorio en el que se ve como la riñonera estaba llena, aunque no saben con exactitud qué había allí. “Yo con mi hermana hicimos la denuncia policial y fuimos hasta la clínica a pedir su historia clínica porque nadie allí nos dio explicaciones de lo que le había ocurrido. La persona encargada de toda la seguridad del hospital nos cuenta que él secuestra las cosas, las revisa y anota todo en un papel. Y nos dice que él tuvo la ropa de mi papá, y que la riñonera nunca había estado en su poder. Nos dijo que no tenía explicación, que otra persona debía haberla agarrado y que se iban a fijar en las cámaras de seguridad”, detalla.
“Estamos sorprendidas porque cómo puede ser que una persona esté en un estado tan delicado peleando por su vida y haya un médico o un enfermero que le está robando las cosas. La verdad una vergüenza. Iniciamos la denuncia en la comisaría, dos. Una por robo y otra por la muerte que no dieron explicaciones de qué le había pasado. Es injusto que pase esto y de esta manera”, lamenta.
PERFIL se comunicó con el Sanatorio San José pero la institución declinó hacer declaraciones. “No hablamos con el periodismo”, fue la única respuesta obtenida.
Ellas son solo dos testimonios de una situación que se replica en varios puntos de la ciudad de Buenos Aires, independientemente de la clínica y del barrio. Algo que “siempre ha pasado” pero que en plena pandemia causa aún más impotencia e indignación entre quienes lo viven en primera persona.
BDN/MC