Bill Clinton lucía bastante más estilizado que algunas semanas atrás cuando llegó a Rhinebeck, una diminuta villa de tres mil habitantes ubicada a unos pocos kilómetros de Nueva York, poblada de coquetas casas de fin de semana, frondosas arboledas y un paisaje que poco tiene que ver con su vecina metrópolis. Su hija Chlsea se casaba allí y le exigió al ex presidente norteamericano adelgazar antes de la boda en este pueblo típicamente estadounidense, que se convirtió en el centro de todas la atención.
En el más hermético de los silencios, los trascendidos sobre los detalles de la ceremonia de enlace de la “princesa” Chelsea con el banquero Marc Mezvinsky fueron llegando a cuentagotas. Y a partir de ellos se fueron armando los asombrosos números que este fin de semana rodearon a la unión matrimonial de la única hija del ex presidente Bill Clinton y la actual Secretaria de Estado, Hillary Clinton, esa que el mundo conoció como una preadolescente que animaba la Casa Blanca y que hoy ya es una mujer casada de 30 años.
Si, quiero. El lugar elegido para “la boda del año” –tal como la bautizaron los medios estadounidenses– fue en los alrededores de Astor Courts, la fastuosa mansión que una de las contribuyentes de la campaña presidencial de Hillary Clinton posee en Rhinebeck. Hasta allí se movilizaron decenas de trabajadores en la semana, que se encargaron de montar las carpas y adaptar la propiedad para recibir a los más de 400 invitados que anoche celebraron la feliz unión.
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