Que la codicia mueve el mundo, ya no es un secreto. Pero pensar que la codicia fue lo que permitió descubrir el mundo ya es otra cosa. En efecto, fue por el clavo de olor y la nuez moscada que, un día como hoy, el 10 de agosto de 1519, Fernando de Magallanes botó cinco tremendas naves –naos- en el Río Guadalquivir, en Sevilla y las llevó río abajo hasta Sanlúcar de Barrameda, desde donde 250 hombres se hicieron a la mar, el 20 de septiembre de 1519, sin tener la menor idea de las enormes repercusiones que ese viaje tendría en la historia de la humanidad.
¿Viaje? ¡Qué va! La propuesta de Fernando de Magallanes era más un proyecto demencial que una exploración geográfica motivada por la necesidad de ganarle a los vecinos europeos en el saqueo de especias cultivadas en Indonesia.
Para empezar, que el rey de España contratara a un renegado navegante de la corona portuguesa –su mayor rival- para una aventura temeraria por el fin del mundo era algo que sólo cabía en la megalomanía del rey Carlos V.
Así, teniendo a las Islas de las Especias (actuales Islas Molucas) como destino final, Magallanes retomó el certero pálpito del difundo Cristóbal Colón de navegar hacia el Oeste para desembarcar donde hasta entonces sólo habían logrado arribar por el Este.
“Imposible”, decían los eruditos
En la imprecisa cartografía de los siglos XV y XVI sólo una cosa estaba clara: las Maluku (actuales Islas Molucas) eran un puñado de islas entre Islas Célebes y Nueva Guinea.
Hasta que Colón llegó a América –pensando, claro- que había puesto un pie en algún lejano confín de Asia- sacar pimienta, jengibre y canela de “las Indias” era un plan “chino” que involucraba largas travesías en balsas y camellos hasta llegar al Mar Rojo, Santa Catalina del Monte Sinaí, Alejandría y luego, desde El Cairo, hacia Europa vía el Mediterráneo “la tierra del medio”, algo así como “home, sweet home”, por entonces.
Lo cierto es que, cuando en el siglo XV, los otomanos se alzaron con Constantinopla (actual Estambul) como el epicentro de su imperio, esa ruta terrestre de las especias pasó a ser una ruta comercial casi exclusiva de ciertas repúblicas italianas (Génova, Venecia y Pisa, sobre todo). Para los demás, nada. Por lo tanto, urgía probar nuevos itinerarios.
Y a Portugal no le fue nada mal si se piensa en marinos como Bartolomé Díaz, Vasco da Gama, Nicolau Coelho, entre otros pioneros.
Bastante antes de que los reyes de Castilla escucharan los argumentos de Cristóbal Colón, Manuel I y Juan II de Portugal prestaban oídos a otros soñadores que les proponían llegar al Este, sin renunciar al Este, es decir: rodeando la costa africana.
Antes de cruzarse a las filas enemigas, Fernando de Magallanes fue con sus cartas de navegación y sus ideas locas a la corte de Manuel II, pero el rey de Portugal, no le dio crédito. Le pareció temerario.
Magallanes no se detuvo hasta que Carlos I de España y V del Sacro Imperio romano le diera el sí.
"Portugal dominaba completamente la ruta al oriente, pero no le interesaba montar una expedición hacia el Oeste, porque ya controlaba la otra, y el proyecto de Magallanes allí tenía poco sentido. Pero España lo acogió estupendamente” explicó Braulio Vázquez, el responsable del Archivo General de Indias, en Sevilla, durante la entrevista concedida a BBC Mundo.
La vuelta al mundo de Magallanes
Que la corona española contratara y diera privilegios a un navegante oriundo de Portugal, un país que había dedicado muchas décadas a perfeccionar cartas e instrumentos de navegación, no era desatinado.
Enseguida sospecharon que además de buena brújula, Fernando de Magallanes tenía algo en lo que habían fracasado muchos antecesores portugueses que, como él, no hablaban árabe ni dialectos africanos: era convincente, “diplomático”, negociador y pasaría por la quilla a su propia hermana, si fuera necesario.
Para comprender el temple de don Fernando, baste una anécdota. Cuando durante la travesía, el veedor de la armada, Juan de Cartagena, lo llamó “capitán” a secas en vez de “capitán general”, lo metió preso hasta que llegaron al puerto de San Julián, en Santa Cruz, el 31 de marzo de 1520.
Antes de partir del actual territorio argentino, Magallanes sacó a Juan de Cartagena del calabozo y se lo dejó a los tehuelches, intercambiándolo por dos aborígenes que eligió como malogrado obsequio para Carlos V (uno hizo huelga de hambre y murió; el otro se escapó).
No son pocos los historiadores que, al frío de la distancia, consideraron que la primera circunvalación de los mares del planeta fue un auténtico suplicio temerario de enfermedades, traiciones, hambre y violencia sin freno.
Fernando de Magallanes partió de España con cinco naves y 250 navegantes; pero solo una nave regresó al punto de partida y ni siquiera el mentor supo que su proyecto había tenido un “final feliz”.
El buque insignia, la nave Trinidad, en la que viajaba Magallanes, nunca regresó a España. Tampoco el mentor de la hazaña, que murió en Filipinas sin enterarse de que al fin de cuentas tenía razón y que el mundo podía recorrerse completamente en un barco: sí, la tierra era como las otras esferas celestes, redonda.
Magallanes y un viaje "imposible"
Las primeras paradas de los navegantes fueron exitosas: las Islas Canarias, Río de Janeiro (entonces Bahía de Santa Lucía), el Río de La Plata (Río de Solís) e incluso el Puerto San Julián, a pesar de que terminaron yéndose entre los flechazos tehuelches.
Sin embargo, en Cabo Vírgenes comenzaron los problemas. En la maraña de islas tormentosas y gélidas da la Patagonia sudamericana, encontrar un pasaje hacia el Oeste no les llevó semanas sino meses, demasiado tiempo: el alimento comenzaba a escasear a la par que aumentaban el hambre, los motines y la falta de ropa para protegerse del frío. La tripulación comenzó a morir a ritmo preocupante.
Los ánimos flaqueaban y antes de que encontraran el famoso Estrecho de Magallanes, la mayor de las naves, San Antonio, que transportaba la mayor cantidad de alimentos, desertó y regresó a España.
El 28 de noviembre de 1520, las cuatro naves restantes entraron en el Mare Pacificum (Mar Pacífico), pero sólo quedaba la mitad de los hombres que habían partido de Sanlúcar de Barrameda.
Magallanes pensó que ya había pasado lo peor, pero se equivocó. Los mapas biplanos de navegación a los que se había aferrado reflejaban pálidamente la vasta extensión del Pacífico, que triplicaba el Atlántico. El era el primer hombre que se animaba a atravesarlo; nadie había cruzado antes esos límites infinitos.
Primera vuelta al globo
La mayor parte de lo que sucedió esos días eternos se conoció gracias al diario de viaje que escribió abordo Antonio Pigaffeta: “Durante tres meses y veinte días no pudimos conseguir alimentos frescos”, escribió el marinero.
“Comíamos bizcocho, aunque ya no era bizcocho sino polvo mezclado con gusanos y lo que quedaba apestaba a orines de ratas”, continúa Pigaffeta.
“Bebíamos agua amarilla que llevaba podrida muchos días. También comíamos algunas pieles de buey que cubrían la parte superior del patio principal”, resumen algunas líneas de esa interminable odisea de cien días por el Pacífico.
Se contaron por decenas las muertes por escorbuto hasta que Magallanes se dio cuenta de que las Islas de las Especies no estaban en el área del Tratado de Tordesillas que beneficiaba a la corona española y decidió cambiar de rumbo y objetivo: desistir de las Islas Molucas y dirigirse a la costa de Islas Filipinas.
Su primero desembarco triunfal fue en la isla Homonhon, en donde el rajá Kolambú de Limasawa le abrió las puertas, impresionado por el brillo del armamento de los europeos. Personalmente los guió hasta Cebú, en donde incluso Magallanes bautizó a los miembros de los caciques. Los locales no tuvieron que insistir mucho para convencer a Magallanes que invadiera la isla Mactán, de su enemigo Lapu Lapu, a quien hace rato querían darle un merecido.
Imposible para Magallanes, no para Elcano
Así fue como, 48 españoles acompañaron a un Magallanes de pecho ancho rumbo a la isla Mactán, el 27 de abril de 1521. Apenas tocó tierra, enceguecido por el oro que veía en todas partes, perdió su “habitual” diplomacia y quiso sacar partido de la situación. La hostilidad local no se hizo esperar cuando, para intimidar a los nativos, Magallanes incendió una vivienda. Lo que siguió fue un enfrentamiento de forajidos entre 1500 aborígenes y un puñado de españoles empuñando armas de fuego.
Dos flechas envenenadas mataron a Magallanes y los sobrevivientes de las naves se hicieron a la mar de inmediato. El capitán Juan Sebastián Elcano asumió como el nuevo comandante de la expedición y finalmente fue él quien logró hacer realidad el objetivo de llegar a las Islas de las Especias o islas Molucas, el 7 de noviembre de 1521.
Más atinado que su ex jefe –de quien nunca se recuperó el cuerpo- Elcano fue expeditivo y sólo permaneció en las Molucas diez días en los cuales cargó especias a toda velocidad en las dos únicas naves que conservaban y ordenó regresar a España.
La siguiente dificultad fue por dónde. La Trinidad eligió la ruta del Pacífico y cayó en manos portuguesas. Sólo Victoria –todo un símbolo-, volvió a la costa de España atravesando el Océano Índico y bordeando el Cabo de Buena Esperanza, otra vez muertos de hambre, enfermos y hastiados, sin más remedio que hacer escala en Cabo Verde –suelo portugués-. Salvaron el pellejo, sin embargo, porque se hicieron pasar por navegantes que habían perdido el rumbo desde América.
Resultado de la primera vuelta al mundo
El primer sorprendido de ver a alguien con vida fue Carlos V, que recibió a los supervivientes famélicos en la Corte y otorgó a Sebastián Elcano una renta anual vitalicia y un escudo de armas con un globo terráqueo que tenía grabado al pie: Primus circumdedisti me (“el primero que me circunnavegó”).
Enamorado de su leyenda, Elcano volvió a la mar tiempo después, en una expedición que una vez más quería domesticar el Océano Pacífico. Murió en 1526.
En definitiva, a pesar de que sólo 18 hombres y una nave de la expedición de Magallanes regresaron al mismo punto de partida, catorce días antes de que se cumplieran tres años de travesía contínua, la corona lo consideró un éxito:
- confirmó una ruta comercial marítima entre Europa y el sudeste asiático que finalmente, tiempo después se operó
- hizo nacer el globo terráqueo como representación geográfica y marítima del planeta
- comprobó que, dondequiera que hicieran puerto, el mundo estaba habitado por seres humanos
- salieron a la luz del día las grandes diferencias culturales que caracterizaban específicamente los distintos puntos del orbe
- descartó la idea medieval de que fuera del horizonte conocido –que ahora se multiplicaba- había monstruos y seres mitológicos temibles.