Cuando ponés “Jorge Bucay” en el Google lo primero que sale es “Médico argentino especialista en enfermedades mentales, psicodrama y psicoterapia”. Ahora habría que agregar que hizo una torta de plata escribiendo libros. Algo difícil dentro de las cosas difíciles que se puede proponer un latinoamericano.
Personalmente, me quedo con Paulo Coelho que, se sabe, en una época le dio a las drogas duro y parejo, fue satanista y escribió letras para las canciones de los primeros rockeros de Brasil. Coelho es un pastor electrónico de Rio, tiene un castillo en Suiza, pero podría estar en Plaza Once con un megáfono leyendo la Biblia a los gritos: odiarlo es complicado.
En cambio Bucay se sienta en un bar de Libertador, pide un cortado y te habla de las limitaciones propias y de lo positivo que es entregarse, cada tanto, a uno mismo.
Claro que como todo plagiario sin vergüenza despierta cierta simpatía. Pero ese aire de psiquiatra masturbatorio y comprensivo no se puede pasar por alto así nomás. Uno lo ve en las fotos y se lo imagina babeando, desnudo, durmiendo la siesta un día de calor, o firmando un cheque robado sin que le tiemble el pulso.
En la tele, les agarraba libidinalmente las manos a las mujeres de su panel. Las gordas y las divorciadas deliraban. Un asco. Después de que lo descubrieran afanando y le levantaran su columna dominical, todos pensamos que se replegaría en Recoleta, su área de influencia, como mucho Zona Norte. Pero el tipo dobló la apuesta y volvió con todo.
Bucay puede ser el peor prosista del mundo, un presentador de fantasmas, el analista mediático del fiasco, todo lo que ustedes quieran. Pero, viejo, tendríamos que ir admitiendo que no es un gordo boludo.
* Escritor y periodista, su última novela es El Pornógrafo.