—¿Cómo se conocieron sus padres?
— Se conocieron en 1934 en misa, en el oratorio salesiano de San Antonio, en el barrio porteño de Almagro, al que pertenecían. Se casaron al año siguiente. (...) Me acuerdo mucho de uno de esos tíos abuelos, que era un viejo pícaro, y que nos enseñaba a cantar cantitos medio subiditos de tono en dialecto genovés. Por eso, lo único que sé en genovés son cosas irreproducibles.
— ¿Jugaba con sus padres?
— Sí, a la brisca y otros juegos de naipes. Como papá jugaba al básquet en el club San Lorenzo, nos llevaba a veces. Con mamá escuchábamos los sábados a las dos de la tarde las óperas que pasaba Radio del Estado (hoy Radio Nacional). (...)
— ¿Se portaban bien? No es algo fácil para un chico conectarse con una ópera…
— Sí… bueno. A veces en la mitad empezábamos a dispersarnos, pero ella nos mantenía la atención, porque durante el desarrollo continuaba con sus explicaciones. (...) Sobre todo, recuerdo a papá y mamá compartiendo con nosotros, jugando… cocinado…
—¿Cocinando?
—Me explico: mamá quedó paralítica después del quinto parto, aunque con el tiempo se repuso. Pero, en ese lapso, cuando llegábamos del colegio la encontrábamos sentada pelando papas y con todos los demás ingredientes dispuestos. Entonces, ella nos decía cómo teníamos que mezclarlos y cocinarlos. (...) Todos sabemos hacer, por lo menos, milanesas. (...)
—¿Y cocina bien?
— Bueno, nunca maté a nadie…
Cuando terminó la escuela primaria, su padre lo llamó y le dijo: "Mirá, como vas a empezar el secundario, conviene que también comiences a trabajar; en las vacaciones te voy a conseguir algo”. (...) "Le agradezco tanto a mi padre que me haya mandado a trabajar. El trabajo fue una de las cosas que mejor me hizo en la vida y, particularmente, en el laboratorio aprendí lo bueno y lo malo de toda tarea humana”, subraya. Con tono nostálgico, agrega: “Allí tuve una jefa extraordinaria, Esther Balestrino de Careaga, una paraguaya simpatizante del comunismo que años después, durante la última dictadura, sufrió el secuestro de una hija y un yerno, y luego fue raptada junto con las desaparecidas monjas francesas: Alice Domon y Léonie Duquet, y asesinada. Actualmente, está enterrada en la iglesia de Santa Cruz. La quería mucho. (...)".
Era 21 de septiembre y, al igual que muchos jóvenes, Jorge Bergoglio –que rondaba los 17 años– se preparaba para salir a festejar el Día del Estudiante con sus compañeros. Pero decidió arrancar la jornada visitando su parroquia. Era un católico practicante que frecuentaba la iglesia porteña de San José de Flores. Cuando llegó, se encontró con un sacerdote que no conocía y que le transmitió una gran espiritualidad, por lo que decidió confesarse con él. Grande fue su sorpresa al comprobar que (...) le permitió descubrir su vocación religiosa (...): tenía que ser sacerdote.
—¿Por qué eligió ser sacerdote jesuita?
—(...) Después de pasar por el seminario arquidiocesano de Buenos Aires, entré a la Compañía de Jesús atraído por su condición de fuerza de avanzada de la Iglesia, hablando en lenguaje castrense, desarrollada con obediencia y disciplina. Y por estar orientada a la tarea misionera. (...)
—De todas maneras, su decisión no fue precipitada. Tardó cuatro años en entrar al seminario.
—(...) Es cierto que yo era, como toda mi familia, un católico práctico. Pero mi cabeza no estaba puesta sólo en las cuestiones religiosas, porque también tenía inquietudes políticas, aunque no pasaban del plano intelectual. Leía Nuestra Palabra y Propósitos, una publicación del Partido Comunista y me encantaban los artículos de uno de sus conspicuos miembros (...) Leónidas Barletta (...) Pero nunca
fui comunista.
(...) Era su materia preferida y la sabía perfectamente; de todas maneras lo mandaron a examen por no haber cumplido con una tarea y, desde entonces, supuso que aprobarla no iba a ser fácil. Que no se a iban a hacer fácil. Una premonición que se reveló acertada ni bien estuvo frente a la mesa examinadora. “A ver chiquito… ¿que bolilla elegís?”, le preguntó uno de sus integrantes. “¡Ninguna!”, contestó por él su profesor. Y agregó, en medio de cierto desconcierto de los presentes: “Va a hablar de toda la materia.” El tercero de la mesa, como para distender, acotó irónicamente: “Lo bueno de esto es que no hay nada que uno haya estudiado inútilmente.” (...) Finalmente, habló su profesor: “La nota que correspondería es un diez, pero debemos ponerle un nueve, no para amonestarlo, sino para que se acuerde siempre que lo que cuenta es el deber cumplido día a día; el realizar el trabajo sistemático, sin permitir que se convierta en rutina; el construir ladrillo a ladrillo, más que el rapto improvisador que tanto le seduce.”
El profesor era Jorge Bergoglio y el alumno, Jorge Milia, quien relata este episodio en su libro de memorias de su juventud, De la edad feliz, escrito cuarenta años más tarde. “Nunca olvidé esa lección, que aún hoy tengo presente, ni sentí que me mandasen a rendir con más justicia”, cuenta Milia en sus sentidas páginas, donde narra los años que cursó en el colegio de la Inmaculada Concepción, de la ciudad de Santa Fe, perteneciente a la Compañía de Jesús. (...) En ese instituto, el entonces padre Bergoglio hizo su primera experiencia como docente, que después continuó en el colegio de El Salvador, de Buenos Aires. (...) En su libro, Milia evoca aquella pedagogía: “Hacernos arrancar con el cantar del Mío Cid era como enfrentarnos a los molinos de viento del Quijote, pero nada fue como temíamos; lo bueno de Bergoglio era que no había puertas cerradas”. (...) Bergoglio nos agrega que para estimular a los alumnos les hacía escribir cuentos y que en un viaje a Buenos Aires se los mostró, nada menos, que a Jorge Luis Borges. “Le gustaron y alentó su publicación, prometiendo que escribiría el prólogo”, destaca.Y así fue: se editaron con el título de “Cuentos Originales”. (...)
— ¿Cuál es su opinión acerca de la llamada Teología de la Liberación?
— Fue una consecuencia interpretativa del Concilio Vaticano II. (...) Como se recordará, en su momento, Juan Pablo II le encargó al entonces cardenal Ratzinger que estudiara la Teología de la Liberación, lo que desembocó en dos instrucciones, dos sucesivos libritos donde se la describe, se señalan sus límites (uno de los cuales es la apelación a la hermenéutica marxista de la realidad). (...)
— Entonces ¿considera que hubo teólogos de la liberación que equivocaron el camino?
— Desviaciones hubo. Pero también hubo miles de agentes pastorales, sean sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos jóvenes, maduros y viejos, que se comprometieron como lo quiere la Iglesia y constituyen el honor de nuestra obra, son fuente de nuestro gozo. El peligro de una infiltración ideológica fue desapareciendo en la medida en que fue creciendo la conciencia sobre una riqueza muy grande de nuestro pueblo: la piedad popular.(...)
— ¿No insiste demasiado la Iglesia en ciertos aspectos de la conducta humana como los referidos a la moral sexual?
— La Iglesia predica aquello que cree que es lo mejor para las personas, que las hace más plenas, más felices. Pero con frecuencia se produce un reduccionismo degradante. (...)
— ¿Usted quiere decir, entonces, que algunos están más preocupados por los temas sexuales que por el meollo del mensaje religioso?
— A eso voy. Después del encuentro con Jesucristo viene la reflexión, que sería el trabajo de la catequesis. La reflexión sobre Dios, Cristo y la Iglesia, de donde se deducen luego los principios, las conductas morales religiosas, que no están en contradicción con las humanas, sino que le otorgan una mayor plenitud. (...)
—Por ejemplo, ¿en qué lo observa?
— Basta escuchar algunas homilías, que deben ser kerygmáticas con algo de catequesis, pero que terminan siendo morales, a lo sumo catequéticas. Y dentro de la moral —aunque no tanto en las homilías como en otras ocasiones— se prefiere hablar de la moral sexual, de todo lo que tenga algún vínculo con el sexo. Que si esto se puede, que si aquello no se puede. Que si se es culpable, que si no se es culpable. Y entonces, relegamos el tesoro de Jesucristo vivo, el tesoro del Espíritu Santo en nuestros corazones, el tesoro de un proyecto de vida cristiana que tiene muchas otras implicancias más allá de las cuestiones sexuales. (...)
— Hablemos de la batalla contra el aborto.
— La sitúo en la batalla a favor de la vida desde la concepción hasta la muerte digna y natural. Esto incluye el cuidado de la madre durante el embarazo, la existencia de leyes que protejan a la mujer en el post parto, la necesidad de asegurar una adecuada al imentación de los chicos, como también el brindar una atención sanitaria a lo largo de toda una vida, el cuidar a nuestros abuelos y no recurrir a la eutanasia. Porque tampoco debe “submatarse” con una insuficiente alimentación o una educación ausente o deficiente, que son formas de privar de una vida plena. Si hay una concepción que respetar, hay una vida que cuidar.
— ¿La Iglesia no cierra los caminos que evitarían muchos abor tos oponiéndose a la difusión de los métodos anticonceptivos y,en algunos lugares, limitando la educación sexual?
— La Iglesia no se opone a la educación sexual. Personalmente, creo que debe haberla a lo largo de todo el crecimiento de los chicos, adaptada a cada etapa. (...) Lo que pasa es que actualmente muchos de los que levantan las banderas de la educación sexual la conciben separada de la persona humana. Entonces, en vez de contarse con una ley de educación sexual para la plenitud de la persona, para el amor, se cae en una ley para la genitalidad. (...) ¿La eliminación del celibato disminuiría los casos de abusos sexuales? (...) Si hipotéticamente alguna vez lo hiciera, sería por una cuestión cultural, como es el caso de Oriente, donde se ordenan hombres casados. (...) El 70 % de los casos de pedofilia se producen en el entorno familiar o vecinal. Hemos leído crónicas de chicos abusados por sus papás, sus abuelos, sus tíos, cuando no por sus padrastros. O sea, son perversiones de tipo psicológico previas a una opción celibataria.