Al igual que los Von Dietrichstein, los Radziwill o los Wenckheim, entre otros, la de Eugenia de Chikoff fue una de las tantas familias de la aristocracia que escaparon desde Europa hacia Argentina en busca de mejor destino durante la Primera Guerra Mundial.
Muchos hallaron suerte al casarse con miembros de la alta sociedad de nuestro país, dedicándose al mundo del arte, o bien disfrutándolo en Argentina daba a esos personajes tan curiosos. Este es el caso del conde Juan Eugenio de Chikoff, el padre de la fallecida Eugenia.
Juan Eugenio de Chikoff nunca olvidó la educación recibida en la Rusia zarista y defendió a ultranza su origen noble, pese a que siempre se dudó del mismo. Nacido en 1896 cerca de Moscú, vivió allí hasta que, encontrándose en París, la revolución bolchevique le impidió volver a Rusia, donde varios familiares fueron fusilados junto a las familias nobles y cercanas a la Familia Imperial.
Desembarcó entonces en Argentina, dotado de cierta fortuna, hablando nueve idiomas (escribía griego y latín a la perfección) y asegurando ser aviador, periodista, jinete y bailarín. En Buenos Aires, a pocos les importó si todo eso era cierto y el conde terminó encantando a la sociedad porteña por sus buenos modales.
Eugenia de Chikoff describió a su padre como “un hombre hermoso que hablaba cualquier cantidad de idiomas y una vasta cultura”. Pero el hogar de los Chikoff en Buenos Aires se regía por un protocolo estricto. “Era difícil convivir con mi padre”, recordó Eugenia. “Cualquier silla le servía de trono, y cuando se le caían los lentes, hacía que se los levantaran. Él era conde y no se agachaba”.
Nacida en Buenos Aires, la única hija del conde fue educada desde la edad de 3 años y medio en Francia, Gran Bretaña y Alemania, y a los veinte años ya había viajado por China y Japón, interesada por las culturas orientales. “Después que incorporé Oriente en mis costumbres, me recibí de kung fu en China, durante años ejercité como maestro de karate, de judo y de esgrima”, dijo en una entrevista.
“Era europeo y fuera de Europa no quería conocer nada, ni fuera de la República Argentina que amaba”, recordó su hija. “Al año y medio de estar acá, al descubrir que no podía retornar a Rusia, porque había ganado el partido colorado, y el zar había sido fusilado, se nacionalizó y a los años se casó con mi madre, matrimonio que no tuvo buen éxito porque mi padre era hermoso y las mujeres, fatales”.
El conde de dudoso linaje contaba a sus conocidos que su familia desapareció sin dejar rastro alguno durante la revolución que derrocó al Zar Nicolás II, y en su propio hogar en Buenos Aires prohibió terminantemente hablar de Rusia y de sus antepasados. “Él nunca hablaba de eso porque era una tragedia... Y como no se podía hablar de Rusia, no se sabe nada de mis antepasados”, contó su hija.
Según contó el diario La Nación, “en los años veinte, la figura del conde era familiar para quienes frecuentaban el Ocean y el Golf Club en Mar del Plata, donde daba lecciones de baile, gimnasia y patinaje sobre hielo”. “Enseñó de todo: patinaje sobre hielo, sobre ruedas, equitación, aviación, tango…”, dijo su hija. “Él inventó el paso ‘1, 2, 3, 4 y cruce’. Guste o no, pero no lo reconocen porque no les parece bien que un ruso haya sacado del suburbio el tango habiéndolo pulido para que en el Barrio Norte se pudiera bailar”.
Desde 1928 ayudó al presidente Marcelo T. de Alvear a diseñar el protocolo de ceremonias oficiales presidenciales y protocolos militares, y comenzó a enseñar protocolos y buenos modales. Su fama llegó, a finales de los años 40, al general Juan Domingo Perón, quien decidió pedirle su ayuda.
“Basta de protocolo, Juan, para mí sos siempre el tocayo. Quiero que le enseñes protocolo y ceremonial a mi señora. Quiero que le enseñes a Eva, porque toma la sopa cantada”, le dijo Perón al conde, quien de inmediato se dio a la tarea de “reeducar” a la primera dama en la residencia presidencial de Recoleta.
Se cuenta que, después de varios meses de intenso trabajo, los resultados logrados por Chikoff eran increíbles, pero una tarde el noble llegó hasta el despacho presidencial con una fuerte queja sobre Evita: “Las malas palabras... Cuando su mujer se enoja es incontrolable. Me doy por vencido”. Y renunció. Murió en 1988 y su nombre el recordado en el tango “Chikoff”, del pianista catalán Manuel Jovés.
(*) Especial para Perfil.com