Aquel 19 de mayo quedará para siempre impreso en la mente de Diego Jr., y, estoy segura, también en la del gran futbolista, Maradona.
Desde la mañana un pensamiento me consumía por dentro, tenía un nudo en el estómago: ¿cómo es posible, está tan cerca y no voy a verlo? Los diarios –cuenta Dieguito– le dedicaban mucho espacio a la presencia de mi padre en Italia; los noticieros lo habían filmado mientras jugaba al golf. Me volvía loco la idea de que estuviese a tan poca distancia de mí. Me dije: tengo que encontrar a alguien que me acompañe. Sabía que mamá no querría venir. Nunca dejaría solo a mi hermano, Francesco, y además no era la persona adecuada para ese tipo de cosas. Lo pensé mucho, pasé la noche en vela y tomé una decisión. Se lo dije: voy, hago la prueba. Quiero conocerlo, entender por qué no me quiere.
El único que se ofreció a acompañarme fue Roberto, que en esa época era el compañero de mi tía Francesca. “No te preocupes, Diego, me dijo: yo te acompaño a Fiuggi”. Pero quería que conmigo viajase otra persona, por si pasaba algo. ¿Y si la emoción me jugaba una mala pasada? ¿Y si no quería verme y me trataba con malos modos? Bueno, no sé. Quién sabe qué reacción podría tener, me pregunté. Aquella vez también fue uno de mis tíos quien corrió en mi ayuda: le tocó a Fabio, pidió permiso en el trabajo y me acompañó. A la hora establecida, cerca del mediodía, tal vez la una, nos subimos al auto, Roberto lo puso en marcha y partimos para Fiuggi.