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"Maradona, mio padre": Diego Junior cuenta su historia

El hijo de Diego relata, en un libro inédito en Argentina, Maradona mio padre, surelación con el astro y Perfil presenta fragmentos del libro de la periodista italiana Annamaria Chiariello. Galería de fotos. Galería de fotos

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| CEDOC
Cuando supo que su padre había llegado a Italia, a Fiuggi, a 100 kilómetros de Nápoles para jugar al golf, y que se quedaría algunos días como huésped de su ex compañero de equipo Beppe Incocciati, Diego Jr. no pudo resistir. Decidió que debía verlo. Econtrarse con él, tocarlo, mirarlo a los ojos. Y lo hizo. Diecisiete años y un montón de sentimientos encontrados. El corazón destrozado durante mucho tiempo en un muchacho que todo lo interioriza, que aún hoy no es capaz de decir nada malo de su padre, que, excepto aquel día, nunca más lo abrazó, nunca más acudió en su busca, que fingió no quererlo y que seguramente fue su gran tortura interior.

Aquel 19 de mayo quedará para siempre impreso en la mente de Diego Jr., y, estoy segura, también en la del gran futbolista, Maradona.

Desde la mañana un pensamiento me consumía por dentro, tenía un nudo en el estómago: ¿cómo es posible, está tan cerca y no voy a verlo? Los diarios –cuenta Dieguito– le dedicaban mucho espacio a la presencia de mi padre en Italia; los noticieros lo habían filmado mientras jugaba al golf. Me volvía loco la idea de que estuviese a tan poca distancia de mí. Me dije: tengo que encontrar a alguien que me acompañe. Sabía que mamá no querría venir. Nunca dejaría solo a mi hermano, Francesco, y además no era la persona adecuada para ese tipo de cosas. Lo pensé mucho, pasé la noche en vela y tomé una decisión. Se lo dije: voy, hago la prueba. Quiero conocerlo, entender por qué no me quiere.

El único que se ofreció a acompañarme fue Roberto, que en esa época era el compañero de mi tía Francesca. “No te preocupes, Diego, me dijo: yo te acompaño a Fiuggi”. Pero quería que conmigo viajase otra persona, por si pasaba algo. ¿Y si la emoción me jugaba una mala pasada? ¿Y si no quería verme y me trataba con malos modos? Bueno, no sé. Quién sabe qué reacción podría tener, me pregunté. Aquella vez también fue uno de mis tíos quien corrió en mi ayuda: le tocó a Fabio, pidió permiso en el trabajo y me acompañó. A la hora establecida, cerca del mediodía, tal vez la una, nos subimos al auto, Roberto lo puso en marcha y partimos para Fiuggi.

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