Siete de cada diez chicos terminan la secundaria con conocimientos básicos de matemática, y no son capaces de resolver más allá de operaciones simples, como sumar y multiplicar. Preguntas como “¿cuántas horas hay en una semana de cinco días: 168, 120, 300, 420?”, que fueron parte del Operativo Aprender, demostraron que más de la mitad de los alumnos no comprendía lo que se preguntaba o no sabía responderlo correctamente.
En ese contexto, consultadas por PERFIL, especialistas en la materia analizaron el vínculo que existe entre los alumnos y la matemática, y esbozaron hipótesis de por qué les cuesta tanto. Desde la comprensión del lenguaje, el contexto y cómo se plantean los problemas, hasta el uso de las tecnologías y la forma en que se invita a razonar.
“Al leer el enunciado de esa pregunta yo misma me pregunté qué era lo que se quería evaluar: si los chicos sabían cuántas horas tiene un día, si saben multiplicar o si se pueden dar cuenta de lo absurdo del enunciado cuando afirma ‘una semana de cinco días’?”, cuestiona Mónica Villarreal, Doctora en Educación Matemática, docente e investigadora del Conicet, para quien una cuestión central en la obtención de malos resultados viene desde la forma de enseñanza.
“Falta atribución de sentido, que se relaciona con dos preguntas: por qué y para qué”, explica. “En matemática se ha enfatizado mucho el cómo; pero eso no invita a pensar matemáticamente, principalmente cuando hoy existen tecnologías que hacen ese trabajo”.
Así, además de plantear la importancia del uso de tecnologías, agrega que el contexto en que se plantean los problemas, y un mayor nexo con el “mundo real”, podría acercar mucho más a los estudiantes a a la materia.
“La escuela trabaja con problemas de semirrealidades ficticias para los chicos, donde lo único que interesa es saber qué operación hay que resolver o plantear. Es como la semana de cinco días”, dice. “Abordar en la clase problemáticas de interés de los estudiantes y donde la matemática se torne una herramienta para tratarlas resulta en mejores aprendizajes”.
En esa línea, Alicia Dickenstein, reconociuda matemática argentina y vicepresidenta de la Unión Matemática Internacional, aporta que “el principal obstáculo es que no se enseña como algo que todos podemos hacer. Creo fervientemente en esto, todos tenemos la matemática básica instalada en los circuitos de nuestro cerebro; pero no se enseña de modo que los alumnos puedan disfrutar del placer de pensar”.
Aprender jugando. En Aprender, los chicos que tuvieron educación inicial mostraron luego mejores resultados en matemática que aquellos que no fueron a salas ni de 3 ni de 4. Por eso, estimularlos con juegos desde chicos puede ser una alternativa para acercarlos a las matemáticas.
Mate Marote es un software diseñado para que, jugando, chicos de 4 a 8 años aprendan a entrenar capacidades mentales cognitivas, necesarias para hacer cualquier cosa. Andrea Goldin, doctora del Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Di Tella e investigadora de Conicet, explica que durante su implementación en varias escuelas primarias notaron que los chicos que lo jugaron mejoraron su rendimiento en matemática y en lengua. “El hecho de jugar hace que aprendas mejor. Nuestro cerebro está preparado para entender cantidades, sumas y restas simples incluso antes de poder hablar; por eso, con personal idóneo, los chicos pueden jugar ya desde nivel inicial con conjuntos o sistemas numéricos”, agrega.