Cuando hoy por la mañana tuiteé en @gonzalezenzona que no me dejaba de sorprender cómo la mayoría de las mujeres soportaba mansamente que se les impusiera una fecha en la que podían festejar “su” Día, me imaginé que sobrevendría una saga de acusaciones de todo tipo. Pero no pasó eso e incluso se generó un debate interesante en el que me alegra profundizar.
Es que me cuesta pensar al hombre y a la mujer como seres que requieran valoraciones humanas distintas, lo mismo que pensar distinto a un blanco, un negro, un judío, un católico, un alto, un bajo, un heterosexual, un homosexual, un multiorgásmico, un cualquiera.
Pero entiendo que la discriminación, tan asociada al odio, parte en realidad del miedo profundo por lo desconocido, por la amenaza que pueda representar el otro, su costumbre, cultura y su relación con la violencia. Ese antropológico miedo humano está detrás de guerras, matanzas y humillaciones de todo tipo.
Desde los enfrentamientos tribales hasta nuestros días, la sociedad occidental ha evolucionado en un sentido: en las últimas décadas se volvió tan consciente de la capacidad de daño de la discriminación que decidió castigar públicamente cualquier señal que pueda interpretarse como tal.
Eso estuvo muy bien. Pero hoy con eso no alcanza.
Hoy, el ultracorrectismo político suele encerrar posiciones discriminatorias disimuladas paradójicamente detrás de la antidiscriminación. Es lo que se conoce como discriminación positiva. Siempre me pareció un mal menor en pos de bregar por cierto igualitarismo social. Pero cada vez más empiezo a temer que la discriminación positiva sea la forma que encontró la sociedad más reaccionaria de encorsetar sus demonios. No para resolverlos, sino para ocultarlos.
En uno de los intercambios en las redes sociales, la experta en comunicación Adriana Amado, me aclara lo siguiente sobre aquella mirada por este Día de la Mujer: “No lo aceptamos mansamente. Yo protesto cada año y quedo como la díscola que repudia que en marzo se celebre el día de la mujer tanto como en abril se festeja el día del animal.”
Insisto en que me sorprende que desde todas las corrientes ideológicas (y me sorprende más que lo impulsen quienes se dicen de “izquierda”) se siga promocionando “el” Día de la Mujer como ejemplo de valoración hacia ellas. El sólo hecho de que cualquier hombre se sentiría ofendido si se postulara el Día del Hombre, indica que consciente o inconscientemente es desde la mirada masculino-machista que se le decretó a las mujeres que el 8 de marzo sería su día de celebración.
Curiosidad: en el debate que mi comentario generó en Facebook no participó ningún hombre. Mariela Govea, escritora y especialista en sexología, opinó que esa también es una muestra de que el Día de la Mujer es parte de un prejuicio machista.
Reconozco que siempre me olió mal el exceso de caballerosidad masculina hacia las mujeres (dejarlas subir antes al colectivo, correrles el asiento, abrirles las puertas del auto, hacer todo eso junto), quizá por toparme después de esos gestos con hombres que las denostaban por lo bajo. Y nunca me convenció que por ley se estableciera un cupo para las mujeres en las listas electorales.
Un Día, un cupo, un “pasá vos primero”. Me suena irremediablemente mal, una cosificación de las mujeres. Discriminador, aunque el objetivo quizá no lo sea.
Cuando era chico me enteré que para ser educado con ellas, había que dejar que caminaran por la vereda del lado de la pared. Mucho tiempo después me contaron que era una costumbre que venía de cuando se caían las mamposterías de los balcones.
Ojalá que para el próximo 8 de marzo haya una campaña que diga algo así como “No queremos un día. Nos corresponden todos. No al Día Internacional de la Mujer”.
Yo me sumaría.