SOCIEDAD
Bienestar

¿Por qué la música nos hace bien?

Es una terapia para la depresión y se demostró que la salud de los mayores se potencia si escuchan aquellas canciones de su juventud. Galería de fotos

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musica en etapas de vida | shutterstock

¿Por qué nos gusta tanto la música? ¿Por qué el estribillo de una canción nos "persigue" por todas partes? ¿O por qué hay melodías para la tristeza y otras que te hacen bailar? 

Aunque pensemos lo contrario, la música siempre ocupa un lugar en nuestras vidas. Aunque seamos seres preponderantemente visuales, los sonidos que oímos siempre nos acompañan. Le pasa a los bebés, cuando aprenden a sonreír con la voz de la madre y a los chicos que no conciben la soledad sin auriculares. En ese momento, para ambos, la hormona del estrés, el cortisol, desciende significativamente.

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A grandes rasgos, el hemisferio izquierdo del cerebro facilita el pensamiento abstracto, el análisis, las habilidades lingüísticas, el ritmo y el reconocimiento de personas. Por su parte, al hemisferio derecho debemos la intuición emocional, el razonamiento espacial, el reconocimiento visual y el pensamiento analógico musical.


Por lo tanto, escuchar música activa la misma parte del cerebro que las emociones. Por eso tiene un efecto tan profundo sobre nosotros. Una investigación realizada por Hans-Joachim Trappe para el Departamento de Cardiología y Angioplastía de la Universidad de Bochum, en Alemania comprobó que si una embarazada escuchaba Las cuatro estaciones de Vivaldi o una sinfonía de Mozart disminuía la presión sanguínea y mejoraba el ritmo cardíaco en ella y su bebé. 

La música y la medicina siempre se llevaron bien. Que la música hace bien al corazón y a la presión sanguíena ya se sabe desde 1918, gracias al estudio realizado por Hyde IM y  Scalapino W. (“The influence of music upon electrocardiograms and blood pressure”). 


Sin embargo, escuchar música de la juventud tiene también un efecto curativo en la gente mayor, sobre todo si están en internación geriátrica, en terapia intensiva o incluso en personas deprimidas.

Los motiva, aumenta su vitalidad y les dan ganas de recuperar contacto con la sociedad. Gracias a la música, varios científicos tuvieron buenos resultados en pacientes con Alzheimer o incluso en casos terminales en quienes, aunque hubieran perdido algunas facultades cognitivas, seguían oyendo. 

¿Pero qué música hace bien y cuál no? Es una pregunta difícil porque la respuesta también está vinculada con los gustos personales, pero en el caso de los pacientes citados por Trappe en un estudio posterior, los mejores resultados físicos se registraron cuando escuchaban melodías de Bach, Mozart y compositores italianos, algo que los investigadores atribuyen a la minuciosidad matemática de este tipo de composiciones, que eluden los cambios abruptos. En ese paper quedó demostrado también que la música popular les “abría la mente” porque incorporaba armonías que despertaban el espíritu y les daban ánimo. En paralelo, los investigadores constataron que la música para meditar era sedativa. 


También concluyó Trappe que la música era eficaz en pacientes psiquiátricos y en chicos autistas, aunque se lamentaba de que en este campo se hubiera hecho tan poco. 


Por esa razón, Sergio Castillo Pérez y la neuróloga Minerva Edith Calvillo Velasco junto a un equipo de médicos mexicanos sumaron música a sus psicoterapias y vieron mejores respuestas en sus pacientes que las que obtenían con la los tratamientos tradicionales (psicoterapia, farmacología, terapia electroconvulsiva). Reunieron 79 personas de 25 a 60 años con trastornos depresivos y las distribuyeron en dos grupos. A uno le pidieron escuchar música clásica y barroca 50 minutos al día durante ocho semanas; al segundo, continuar con su psicoterapia habitual. Al final del período de prueba, el primer grupo demostró tener menos síntomas de depresión que el segundo (se constató con el test Friedman), por eso los investigadores recomendaron sumar la “musicoterapia” al apoyo terapéutico convencional. 

Sigmund Freud escribió que el psicoanálisis era “la cura por la palabra”: no basta con repetirnos o que nos repitan lo que tal vez ya sepamos, hay que “escucharlo”, a veces de otros labios. Si bien nos oímos a nosotros mismos todo el tiempo, cuando escuchamos nuestra propia voz grabada nos parece imposible que sea la propia. Habitualmente percibimos nuestra voz replicando en nuestra propia caja de resonancia, el cuerpo, algo que no sucede si proviene de un registro sonoro externo, como por ejemplo el mensaje de nuestro contestador automático en el teléfono.

 

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Escuchar cierta melodía puede incluso predeterminar conductas, porque estimula el sistema nervioso central de varias personas de la misma manera, sobre todo si se escucha de forma simultánea. Así funcionan los jingles, el toque de diana militar, las canciones partidarias, los himnos: permiten que un ritmo ya conocido conecte emocionalmente con otros. La melodía es una “Autopista del Sur” sonora.

Además de actuar sobre el hipotálamo –el centro del placer-, la música dispara los niveles de serotonina y óxido nítrico y hace disminuir el nivel de cortisol, la hormona que nos hace sentir ansiedad y estrés. 
Escuchar música es una actividad presente en todos las sociedades de todos los tiempos.

Según publícaron en la revista Journals, varios investigadores de San Francisco, en California, “la música está entre las 10 fuentes fundamentales del placer humano, junto al amor, el sexo, ganar dinero, etc.

“Hay evidencia empírica entre la música y el despertar de las emociones y esto queda marcado en el aumento de la actividad en la rama simpática del sistema nervioso autónomo, sin control voluntario”. 

Con todo, a veces necesitamos escuchar música triste. ¿Podría la música inducir al suicidio de una persona deprimida? Según  una estadística reciente publicada por la Organización Mundial de la Salud, por año hay 800 mil suicidios en el mundo. “Es la tercera causa de muerte para los jóvenes de edades comprendidas entre los 15 y los 19 años. El 79% de todos los suicidios se produce en países de ingresos bajos y medianos”, concluye el organismo. Dado que los adolescentes son quienes más música escuchan, ¿podría ser peligroso si un chico está pasando por un mal momento? 

Un equipo de espcecialistas de la Universidad del Oeste de Australia y de la Universidad de Nueva Gales del Sur nos reconforta en parte: dicen que no, que en general los adolescentes tristes también pueden disfrutar de la música sin que eso necesariamente aumente su melancolía. Si un joven está preocupado o pasando un mal momento, la música triste puede ser catártica, aliviarlo. Pero también son cautos y la desaconsejan si hay una patología preexistente. 

CP