—¿Por qué la educación sexual en las escuelas despierta tanto debate? ¿Sigue siendo un tema tabú?
—No, eso es lo perverso. El gran problema con los chicos no es darles información sino ayudarlos a metabolizarla. Están excedidos de información sexual. Es una hipocresía pensar que no saben. Se juega un debate para ver quién imparte la educación sexual. Lo que hay que dar es la relación entre sexualidad y subjetividad. El problema no pasa por el cuidado del propio cuerpo sino por el respeto del cuerpo del otro. La sexualidad es un encuentro con el otro y no sólo un goce.
—¿Qué les preocupa a los padres?
—Tienen miedo de que los maestros no lo transmitan bien y que la sexualidad sea algo perturbante para el niño. Pero los dejan ver TV, donde hay cosas escandalosas. El debate respecto de la familia o el Estado es el debate que se arrastra sobre la base del temor de la Iglesia de perder el poder de constitución de la subjetividad de los niños. Pero hace años que lo perdió. O lo recupera el Estado, o queda en manos de los medios.
—¿Qué incidencia tiene en la conformación de la personalidad saber más sobre la propia sexualidad?
—En general, disminuye los tabúes. En la medida en que cayó el tabú de la virginidad en la mujer, ellas van con menos preocupación a sus primeras relaciones sexuales. O el acceso de la mujer a su derecho al goce produjo un desequilibrio en las relaciones entre los dos géneros. Antes las bromas estaban basadas en la frigidez de la mujer, hoy están centradas en la impotencia del hombre.