El sábado, hacer la caminata matinal por el renovado verde del Parque Centenario estaba a mitad de camino entre paraíso y chiquero.
Estaba lindo el día, y el sol saltaba sobre el espejo razonablemente limpio del lago surcado por unos cuantos patos asombrados. La gente, bastante, se dedicaba con ponderable paciencia a enchastrar meticulosamente cada centímetro del área enrejada, y a uno, que tiene merecida fama de lechervida, se le hacía difícil marginar la puteada contra desaprensivos, sucios, insolidarios, la fauna mayoritaria.
Vigiladores: dos, desbordados e inexpertos.
El domingo, la cosa fue de peor a peor: los tachos de basura no se veían bajo tanta bolsita, pañal, papel, caja, tetrabrick (de jugo, aclaremos) y otras menudencias; los senderos, tapizados con más basura que los tachos; los canteros, aplastados en buena porción.
Vigiladores: dos, vencidos.
El lunes, la cosa estaba peor que en el CEAMSE: mugre generalizada, y para colmo gente que entraba con perritos y perrazos haciéndose la otaria al pasar junto al cartel de prohibido.
Vigiladores: dos, pobrecitos.
El martes, los medios se despertaron y dispararon sobre el gobierno de Telerman sin mencionarlo ni mencionar con nombre y apellido a nadie responsable de tamaño desatino. Aparecieron cuadrillas de limpieza a manera de blietzkrieg, un despliegue de efectivos inusitado.
Vigiladores: dos, más tranquilos.
El miércoles no fui. Hoy, jueves, sí, con la certeza de que mi caminata sería una carrera con obstáculos entre grupos de estudiantes cargados de primavera, hormonas y sandwiches. A las 10 de la mañana, eran casi tantos los chicos y chicas como los policías (de a dos, de a tres, hasta en cuatriciclos), los guardias urbanos (de a dos, pero muchos), y un batallón de limpiadores que hasta repartían bolsitas en mano. Suciedad, no había. Perros, no entraban. Canteros, en buen estado. Césped, razonablemente ocupado.
¿Los vigiladores?: dos, con sentimiento de territorio invadido.
Si se terminara esta política espasmódica y quedaran más o menos fijos dos parejas de guardias urbanos (no más, apenas eso) y un par de otros uniformados dispuestos a cerrarles el paso a los meimportaunpito, estar en el Centenario rejas adentro podría ser una gratificante experiencia.
Y tal vez no hagan falta vigiladores...