El conocimiento y estudio del pasado demanda distintos tipos de registros, algunos meramente testimoniales y otros más profundos y conceptuales. Pasado que vuelve, recurrente, bajo la forma de múltiples teorías conspirativas. En relación con la última dictadura militar argentina -algo cualitativamente distinto a las tradicionales dictaduras, puesto que se implantó un verdadero estado criminal- la literatura, en ambos registros, es abundante. Sin embargo, el acentuar la localización de las responsabilidades sobre las cúpulas militares ha contribuido a crear en la sociedad argentina una falsa imagen de tranquilizadora inocencia. Algo que no debiera aceptarse ligeramente.
En el último ensayo de María Matilde Ollier ("De la revolución a la democracia", Editorial Siglo XXI) se encuentra una interesante indagación testimonial sobre los mitos y las creencias de la izquierda revolucionaria argentina en los años setenta y la lenta revisión de esas creencias y prácticas.
La autora, a través de variados reportajes, da cuenta del distanciamiento de aquellos jóvenes de una identidad política, forjada en los combates y su lenta adscripción a otra identidad, vinculada a los principios democráticos. El texto busca transmitir una experiencia: la de que quienes vivieron un proyecto revolucionario y decidieron luego abandonarlo. La creencia en la legitimidad del uso de la violencia y el convencimiento de que ésa era la llave para abrir una nueva etapa de reconciliación con la verdadera naturaleza humana, formó parte de los mitos fundacionales incorporados por una parte importante de toda una generación.
Los sobrevivientes de aquella catástrofe han tenido que llevar a cabo, luego, una dura labor de resignificación del mundo ideológico anterior. La adhesión a la democracia y la creencia en sus potencialidades, ha sido seguida luego de una serie de nuevos desencantos. El derrumbe de la utopía socialista (1989) y la crisis de los partidos políticos (2001) ha posibilitado una suerte de búsqueda de la transversalidad, que puede explicar que muchos hayan encontrado refugio en la propuesta de los primeros años del gobierno K. Ahora, naturalmente, deben sumar un nuevo desencanto, que se ha producido junto con un inesperado reverdecimiento de viejos mitos, asociados con un estilo populista y autoritario.
Un trabajo de investigación más profundo sobre las responsabilidades colectivas en la saga histórica que culminó con la masacre administrada de la última dictadura militar sigue siendo, sin duda, el ensayo de Hugo Vezzetti ("Pasado y presente", Siglo XXI) publicado en 2002, que acaba de ser reeditado.
La importancia de esa labor de recuperación reside no sólo en la indagación de las visiones mesiánicas -simétricas y paralelas- de los integrantes de la corporación militar y de la izquierda revolucionaria. Señala también como la desmesura de la dictadura reflejaba, como un cristal deformado y roto, ciertos rasgos presentes en la sociedad argentina, en especial la disposición paranoica a colocar afuera y en el otro, la responsabilidad por todos los males. El escaso apego a las formas institucionales y la predilección de la sociedad argentina por los atajos y las vías ajenas a las normas forman parte de nuestro marco cultural.
Ese contexto contribuyó a que los diseñadores de la estrategia de tortura salvaje y desaparición de las víctimas, se hiciera con el convencimiento de que semejante escala de atrocidades podía ser tranquilamente disimulada en el fárrago de nuestra atribulada historia.
Visto a la distancia, se puede comprobar ahora como el discurso de la corporación militar tenía la estructura propia de un delirio paranoico. Aceptada la premisa de que detrás de todos los conflictos estaba la gigantesca conspiración del marxismo ateo, todos los medios parecían aceptables para acabar con esa confabulación internacional en defensa de la civilización occidental y cristiana.
Por todo ello, no puede menos que sorprender que vuelva a tener actualidad en la sociedad argentina el refugio frívolo de enrevesadas mitologías conspirativas. Una prueba del error de reducir todo al simple enfrentamiento entre dos demonios y eludir la responsabilidad que le cupo a la sociedad y a sus dirigentes políticos, puede encontrarse en la resistencia al reconocimiento del incontrovertible rol de Juan Domingo Perón en el nacimiento de las Tres A.
Como señala Vezzetti, hay que recordar que la Triple A empezó a operar cuando Perón era presidente y que su cabeza visible, José López Rega, era la mano derecha y hombre de confianza del ex presidente. La justificación de la masacre de Ezeiza, la incorporación del comisario Villar, la directiva al Consejo Superior de acabar con los infiltrados "por todos los medios", el reforzamiento de la derecha sindical, etc., prueban la firme voluntad de respaldar todas las acción dirigidas a liquidar la izquierda revolucionaria.
En síntesis, la barbarie de la dictadura fue posible por una percepción desviada de la naturaleza de los conflictos políticos, pero también por la presencia de ciertos rasgos en la sociedad, el Estado y sus instituciones que tienen que ver con el desprecio por las formas y el descuido por las instituciones.
A la luz de los acontecimientos que presiden la vida diaria de los argentinos, se tiene la impresión de que no han sido sustanciales las enseñanzas extraídas del pasado más reciente.
(*) Agencia DYN