Cuando Arquímedes Puccio fue sorprendido con las manos en el teléfono desde el que negociaba el rescate de su última víctima, el 23 de agosto de 1985, aún persistían algunos malos hábitos de la dictadura, los secuestros se habían convertido en uno de los negocios delictivos más lucrativos.
En esa época, la División de Fraudes y Estafas de la Policía Federal investigaba “dos o tres” casos por mes. “Ese año, abatimos entre 15 y 20 delincuentes. Ahí pararon”, dice a PERFIL, el ex comisario Juan José Defagot (64), integrante de la brigada que interceptó al jefe del clan y rescató con vida a su última víctima, Nélida Bollini de Prado.
En ese momento, Defagot tenía 34 años y era delgado. “Comíamos en los autos y no nos movíamos esperando la llamada”, recuerda. Hoy es jefe de la sección que maneja el control de acceso de la Legislatura porteña. Desde el sótano del edificio, monitorea las cámaras del edificio ubicado en Diagonal Sur.
—¿Cómo dieron con el Clan Puccio?
—Advertimos que se repetían llamados desde determinadas centrales. Los cercamos anulando teléfonos públicos de cinco o seis cuadras alrededor de la zona. Cuando se produce el llamado es localizado en la estación de servicio de Laferrere y Mariano Acosta. Al verse superado y sorprendido, Puccio sale fuera de sí y dice: “¿Qué pasa?”. Nosotros le replicamos: “No te hagas el tonto. ¿Dónde tenés a la mujer?”. Nos dice que está en la casa, que está en una habitación “bien tratada”. Se mostró sumiso porque estaba apuntado con cinco pistolas y dos ametralladoras. No tenía escapatoria.
—¿Estaba nervioso?
—Se sacó, porque no se la esperaba. 32 días tardamos en localizarlo. No estaba armado porque esa noche no iban a hacer el cobro. Fue un trabajo espeluznante porque vivimos todos esos días en los coches.
—¿Había tomado repercusión mediática el secuestro?
—No. Una de las órdenes que teníamos de la superioridad era negar siempre que teníamos un secuestro extorsivo, porque en nuestras manos estaba la vida del secuestrado.
—¿Qué hizo diferente a la banda de los Puccio?
—El caso Puccio fue horrendo. A todos los que mataron eran amigos o conocidos, eso era impactante.
—¿Cómo fue la llegada a la casa?
—Citamos a la Bonaerense y pasamos a buscar a Servini de Cubría. Revisamos toda la casa y no podíamos encontrar a Bollini. No aparecía. Hasta que, de forma fortuita, encontramos un sótano. Al entrar, vemos un espacio de 5 x 4 muy bien acomodado, con herramientas, con estantes, muy limpio. Había un armario grande de chapa, lleno de herramientas, muy pesado, entonces un suboficial, García Acosta, se apoya en el armario y ve que se mueve. Tenía rueditas, se abría como una puerta. Detrás había una puerta placa que rompimos, atrás estaba Bollini atada con una cadena y candado a un camastro. Tenía los ojos vendados y la boca tapada. Era la segunda vez que veíamos el fardo de alfalfa que le echaban agua con un ventilador para que dé olor a campo para desorientar a la persona. Las paredes estaban empapeladas con diarios y el techo tenía colgadas bolsas de arpillera. Había una radio prendida para que no se escuche nada de afuera.
—¿Cómo reaccionó?
—Estaba muy sorprendida, con cara de pánico. No nos creía que éramos policías. Cuando bajó Servini de Cubría, se sentó al lado de ella y la tranquilizó. Pedimos una ambulancia en el acto para que la atienda. En 32 días no había visto el sol, comía lo que le daban, hacía sus necesidades en un tacho. Estaba totalmente humillada, realmente nos impactó mucho. Lo primero que hicimos fue comunicarle a los familiares que la habíamos salvado (se quiebra). Fue muy emocionante. Liberar a un secuestrado siempre era lo más que podíamos pretender, era increíble, como un cirujano que salva a una persona.
—¿Cómo fue la reacción de Epifanía, la mujer de Puccio?
—Llegó mientras estábamos allanando y puso cara de sorprendida. Todavía no habíamos encontrado a la víctima. La retuvimos. A Alejandro y a su novia ya los habíamos detenido. Al rato también llegó la hermana mayor, también haciéndose la sorprendida.
—¿Cree que fingían?
—Lógico. No podés estar por 32 días viendo que alguien se lleva comida a ningún lugar. A Manoukian lo tuvieron en una bañera. ¿No les parecía extraño que se lleven comida a una bañera? Después construyeron el sótano donde llevaron a Bollini.
—¿Cómo describiría a Puccio?
—Era un monstruo que sometió a la familia. Tenía una personalidad muy fuerte y arrolladora.