“Los zapatos de Manolo Blahnik son mejores que el sexo”, dicen que dijo alguna vez Madonna, seguramente hastiada de su “sex toy” de turno y antes de abrazar el camino de la cabalah. Pero no es la única que creyó que un par de tacos podían ser la solución al desencanto. Sarah Jessica Parker, desde el rol de Carrie Bradshaw en “Sex & The City”, no sólo convirtió en celebridades a zapateros como Blahnik o Jimmy Choo, también exhibió sin tapujos su compulsión por los stilettos y demostró que se trataba de una adicción compartida por la mayor parte del género femenino.
“Es algo que se inculca a las mujeres desde muy chiquitas”, explica Ricky Sarkany, por excelencia, el “señor de los zapatos” en la Argentina. “Uno de los primeros libros que leen es La Cenicienta, donde todo gira alrededor de un zapato. Finalmente no es ni más ni menos que el símbolo de la felicidad y el amor”.
Aun cuando los cambios sociales y económicos en la vida de las mujeres permitían vaticinar un futuro de botas de goma y zapatillas, los zapatos soñados aún siguen estando a varios centímetros del piso, frágiles e incómodos como la belleza eterna, la que supone una gran cuota de voluntad y sacrificio.
En “La tercera mujer”, Gilles Lipovetsky postula que el amor romántico, esa escena arcaica con la que sueñan las mujeres a pesar de la píldora, la incorporación plena al mundo laboral y la igualdad con el hombre, es la manera femenina de preservar los vínculos y las relaciones. Para el llamado “posfeminismo”, es justamente la independencia económica alcanzada lo que permite a las mujeres olvidar la actitud beligerante y dedicarse a temas tan intrascendentes como el romance, la moda y la belleza.