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A propósito de Shakira: el amor (no) empobrece

Cuando, a fines de enero último, el comité de científicos que gestiona el Reloj del Fin del Mundo anunció que la “medianoche” del apocalipsis (la catástrofe, probablemente nuclear, que pondrá fin a la vida en el planeta tal cual la conocemos) se ubica a apenas noventa simbólicos segundos, los expertos explicaron que las razones del adelantamiento de esa “hora” incluyen, entre otras, la invasión rusa de Ucrania y las consecuencias del coronavirus. Se olvidaron de nombrar también a la cantante colombiana Shakira, quien sacudió las pocas convicciones románticas que quedaban del siglo pasado con apenas una canción dedicada a su ex pareja, un futbolista. El autor de este artículo se sumó al debate con estas oportunas reflexiones sobre amor, dinero y feminismo.

Casio y Twingo: cuáles fueron sus ganancias luego de la polémica sesión de Shakira
Casio y Twingo: cuáles fueron sus ganancias luego de la polémica sesión de Shakira | TELAM

1 Me propuse un paréntesis temporal en procura de que la inquietud fuera descendiendo para sentarme a escribir con un mínimo de sosiego. Sin embargo, cuando repaso mentalmente a la frase que profirió María F. Freijo, escritora, politóloga y activista por los derechos de las mujeres, en un programa de radio, el tiempo transcurrido, en lugar de aplanar la emoción y debilitarla, la espesó, la volvió incluso más viscosa.

A falta de problemas en el ámbito nacional, durante 36 horas de enero, de lo único que se habló en Argentina fue del caso Shakira, definido magistralmente por un amigo como progresismo para ricos. No hay rastros de maldad en la descripción, vivimos en una sociedad de clases, y no debemos profesar la fe marxista para comprobarlo. Como mínimo, la sociedad está dividida entre ricos y pobres (o burgueses y proletarios, para hilar un poquito más fino), y si existe justicia de clase, educación de clase, mirada clasista, por qué no habría de existir progresismo orientado a satisfacer la demanda ideológica de un sector poblacional. De cualquier manera, sospecho que progresismo para ricos (o clases medias) podría ser una expresión redundante.

En este marco, Sietecase convocó a la politóloga para dialogar sobre la actitud de Shakira, la letra de la canción, el impacto mediático, la liberación femenina. Con total sinceridad, nada más lejano a mis intereses que explayarme sobre el affaire en sí, Shakira puede escribir la canción que le plazca, su exmarido puede rezongar como lo crea necesario, ella y él son libres de facturar millones con sus intervenciones (e inversiones) mediáticas, es su negocio post matrimonial y no pretendo inmiscuirme en ese tipo de contratos. 

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Solamente quiero ahondar en un detalle que excede la relación Shakira-Piqué. El detalle es una frase de tres palabras que emitió la politóloga, quien había escrito por esos días una serie de tuits (leídos por el conductor del programa de radio, La inmensa minoría, Reynaldo Sietecase) aparentemente provocadores y ácidos. Quiero limitarme al enunciado, sin utilizar argumentos ad-hominem ni ad-feminam, tan de moda en la actualidad, no quiero ironizar ni ahogarme en mi propio sarcasmo. Quiero explorar las consecuencias existenciales, éticas, y políticas de la frase: “El amor empobrece”. 

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Crédito: EUROPA PRESS

2 Sospecharán, con razón, que saco la frase de contexto. En absoluto. El audio completo se encuentra disponible en Youtube, a las pruebas me remito. Freijo la repite tres veces, aumentando cada vez el énfasis, ante la sorpresa del conductor. 

¿Cómo es eso?, le pregunta Sietecase.

La escritora aclara: “Está medido…”, argumentando que a partir de la primera convivencia, las mujeres ingresan en un tobogán de pérdidas económicas. Además de pérdidas de orden temporal, por ejemplo, en la crianza de los hijos. Y agrega, muchas “mujeres ahorran toda la vida y terminan poniendo el auto a nombre del marido”. Sietecase propone matizar la afirmación, y Freijo saca a relucir números, su caballito de batalla, esgrimiendo que en el decil de menores ingresos siete de cada diez son mujeres, lo cual es indiscutible, pero ¿cuál será la relación entre una cosa y otra? ¿O insinúa la politóloga que alguna de esas mujeres es indigente no en virtud de la mecánica capitalista (tasa de informalidad: 39.9% mujeres, 36.6% varones; de desocupación, 7.8% mujeres, 6.1% varones; subocupación, 13.3% mujeres, 9.4% varones; las mujeres perciben ingresos que, en promedio, son un 28,1% inferiores al de los varones), sino porque tuvo el infortunio de elegir un marido vividor que le usurpó la totalidad de sus bienes?

Me gustaría plantear una duda. Cuando Freijo sanciona “el amor empobrece” no sé si se refiere únicamente al amor heterosexual, o también incluye en ese empobrecimiento a mujeres enamoradas de otras mujeres. En su alocución sólo menciona la culpabilidad masculina en el padecer femenino. Dejo abierto el debate.

El criterio que sostiene la Weltanschauung de Freijo es un criterio materialista, del más puro intercambio mercantil. En ese sentido, todas las relaciones humanas nos empobrecen, especialmente si está implicado el amor.

Pensemos en la máquina de consumo llamada hijos (McDonald’s, Coca Cola, Disney, Marvel, etcétera). En el amor, vamos a perdida. Por eso, me rindo ante la evidencia; desde su perspectiva, Freijo no se equivoca, acierta, da en el blanco. 

Siguiendo esta lógica discursiva, existirían dos vías de escape para no empobrecerse: vivir en la individualidad (justamente, una de sus propuestas de Freijo al cerrar la entrevista: “Las mujeres solteras sin hijos tienen mayor posibilidades de ingreso”), o construir relaciones humanas basadas en el interés, o sea, interesadas, como cuando depositamos nuestros ahorros en plazo fijo con la ilusión de obtener una ganancia (en Argentina, la ilusión consistiría en reducir los efectos inflacionarios). 

Ahora bien, existen diferentes criterios, que nos permitirían invertir la frase y postular: el amor enriquece. Pero, claro, nos enriquece de una forma extraña, paradójica, se empobrece el Uno para enriquecer el Dos, damos sin esperar nada a cambio, algunos filósofos lo denominan donación. La imagen quedó plasmada en el gran clásico occidental sobre el Amor (después de “El Banquete” platónico), “Romeo y Julieta”, de Shakespeare (cito, a riesgo de bordear el anacronismo):

ROMEO.-  ¡Oh! ¿Quieres dejarme tan poco satisfecho?

JULIETA.-  ¿Qué satisfacción puedes alcanzar esta noche?

ROMEO.-  El mutuo cambio de nuestro fiel juramento de amor.

JULIETA.-  ¿Mi amor? Te lo di antes de que lo hubieses pedido. Y sin embargo quisiera que se pudiese dar otra vez.

ROMEO.-  ¿Querrías privarme de él? ¿A qué fin, amor mío?

JULIETA.-  Solamente para ser generosa y dártelo una segunda ocasión. Mas deseo una dicha que ya tengo. Mi liberalidad es tan ilimitada como el mar; mi amor, inagotable como él; mientras más te doy, más me queda; la una y el otro son infinitos.

Un pequeño giro en la traducción de la última línea de Julieta: Mientras más te doy, más tengo, punto polémico de este concepto de amor. Nuevamente, la politóloga acierta, aunque sea en parte. El amor empobrece, erosiona nuestra economía monetaria y afectiva, trastoca el orden, desbarata la tranquilidad; sin embargo, además de empobrecernos (¿será esta la magia del amor?) nos revitaliza, abre mundos desconocidos, con infinitos matices, nos desvía de caminos asignados, nos pone en movimiento, aunque luego sobrevenga la ruptura o el desamor, el desenlace trágico, y la vida se vuelva gris, pesada, invivible.

Pregunto, ¿la frase en cuestión, además de responder a un criterio economicista, no apunta a evitar el sufrimiento y la tristeza inherentes al amor?, observar que el amor sólo empobrece, ¿no tendrá como doble fondo el miedo a lo ingobernable, el pánico a caer, para emplear un anglicismo, en el amor? 

3 Ya sea por temor o economía (la economía del temor), en la racionalidad de la frase prima el cálculo. Sobre esta primacía se expresó Martin Heidegger en una conferencia de 1955 (segundo anacronismo) titulada “Serenidad”. El filósofo dijo que el pensamiento calculador, propio de la sociedad tecnocientífica, que “caracteriza a todo pensar planificador e investigador […] sigue siendo cálculo aun cuando no opere con números ni ponga en movimiento máquinas de sumar ni calculadoras electrónicas […] El pensamiento calculador no se detiene nunca, no se para a reflexionar, no es un pensamiento que medite sobre el sentido que impera en todo cuanto existe”, y advirtió que el verdadero peligro para la humanidad no era la bomba atómica, sino concebir esta clase de pensamiento como el único válido, vigente y practicable, con la consecuente indiferencia ante la reflexión.   

En varias oportunidades, la politóloga destacó la importancia de las medidas, los datos, los números. “… Esa que parece una frase así nomás”, dice sobre su enunciado, “cuando vamos al dato, el dato está”, con el “dato podes profundizar”. Desconfío del optimismo cuantitativo, el dato duro es tremendamente blando, maleable, los datos no hablan por sí mismos, somos nosotros quienes les otorgamos el habla, según nuestros intereses o afectos particulares.

A mi entender, la escritora asume (como síntoma, olvidémonos, entonces, del nombre propio, del género, de la edad), sin reparos ni reticencias el discurso del capitalista, un discurso que reduce el cariño al número, la reflexión al cálculo, el tiempo al dinero, el sujeto al objeto, el deseo al goce, el amar al facturar. Es un discurso de carácter empresarial, con raíces en el emprendedorismo norteamericano, el coaching y la autoayuda: el individuo que se hace solo, o sola, hombres y mujeres cuyo único obstáculo para conquistar la felicidad es el otro. 
De acuerdo a este discurso, una vida de éxito consistiría, siguiendo la estela heideggereana, en ser-sin-el-otro, es decir, una vida sin perspectiva amorosa, por ende, sin conflicto, porque sabemos que el otro no sólo es fuente de alegría y ternura, sino también (o sobre todo) de desestabilización anímica y afectiva. Ser-sin-el-otro representa una fantasía letal, fantasma abyecto de un discurso mortífero vendido como liberador y revolucionario: un discurso perdidamente enamorado de la muerte.

4 Frente al pensamiento calculador, un poema de Idea Vilariño:

“El amor”

Un pájaro me canta / y yo le canto / me gorjea al oído / y le gorjeo / me hiere y yo le sangro / me destroza / lo quiebro / me deshace / lo rompo / me ayuda / lo levanto / lleno todo de paz / todo de guerra / todo de odio de amor / y desatado / gime su voz y gimo / río y ríe / y me mira y lo miro / me dice y yo le digo / y me ama y lo amo / –no se trata de amor / damos la vida– / y me pide y le pido / y me vence y lo venzo / y me acaba y lo acabo.


*Manuel Quaranta es profesor de Filosofía y magister en Literatura Argentina. Publicó dos novelas y lo pueden seguir en instagram.com/manuel.quaranta.1979/