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Nueva sede para una nueva república

En abril de 1986, cuando la democracia era todavía una novedad para muchos en la Argentina, el entonces presidente, Raúl Alfonsín, anunció un proyecto que incluía el traslado de la capital federal de Buenos Aires a Viedma, en Río Negro. El objetivo era descentralizar el poder político y económico del país y fomentar el poblamiento de la Patagonia. Dos tareas todavía pendientes y oportunas, según el autor.

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Raúl Alfonsín | TELAM

Me enteré de la existencia de la idea cuando todavía no era un proyecto acabado. El presidente Alfonsín me citó a su despacho, me explicó en que consistía, me conectó con el equipo que estaba trabajando en la iniciativa, y me encomendó que empezara a analizar cuál sería el diseño institucional de la ciudad de Buenos Aires cuando dejara de ser capital de la República.

En su novela “Viedma”’, Gonzalo Álvarez Guerrero relata cómo se enteró su padre, Osvaldo Álvarez Guerrero, por entonces gobernador de la provincia de Rio Negro: el presidente Alfonsín voló a Viedma y en una comida a solas le contó sobre el proyecto.

Al principio la idea era el traslado de la Capital Federal a la ciudad de Viedma, pero fue el entusiasmo de la vicegobernadora de la provincia de Buenos Aires, la arquitecta Elva Roulet, lo que llevó a incorporar la ciudad bonaerense de Carmen de Patagones al proyecto. Ambas ciudades, que habían sido una sola en su primer siglo de vida, ahora se volverían a unir y, en palabras de la arquitecta Roulet, no como la avanzada de frontera que tuvieron en su origen, no como fortines, sino como arco simbólico de entrada a una Nueva República.

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La idea de una Nueva República como el instrumento para hacer perdurar la democracia recuperada y dotarla de fuerza transformadora estuvo en la base del proyecto desde el principio.

Cuando Alfonsín tenía una idea a la que le otorgaba capacidad transformadora, no era de procrastinar. En el mes de mayo de 1986, presentó el anteproyecto de ley ante el Consejo para la Consolidación de la Democracia, órgano asesor del presidente integrado por destacados dirigentes del justicialismo, radicalismo, desarrollismo, democracia cristiana, socialismo, partidos provinciales y una decena de destacados miembros de la sociedad civil.

La idea era someter el anteproyecto a un debate que permitiera que el resultado final tuviera un gran consenso antes de ser puesto a consideración del Congreso de la Nación.

Los problemas que quería resolver el proyecto se profundizaron todavía más

El punto de partida de la idea era entender que lo desmesurado de la megalópolis alrededor de la Capital Federal había distorsionado las fuerzas de todo el país, deformando en los hechos el sistema político nacional y atentado contra el desarrollo económico del interior, acentuado las diferencias entre las distintas regiones y generando asimetrías abrumadoras.

Frente a este estado de situación, se proponía una reconstrucción del federalismo argentino, no como una idea nostálgica del pasado, sino como la incorporación a la administración del Estado de formas modernas y eficientes, en línea con las naciones más avanzadas del momento. La descentralización como un elemento asociado al federalismo y  la modernización eran los otros ejes de la propuesta.

Por otra parte, el área elegida para el emplazamiento de la nueva capital, asentada sobre las márgenes del Rio Negro, en el límite de la pampa húmeda y la planicie patagónica, se proponía como una invitación a que, desde lo que era el sustento de la prosperidad nacional, se proyectara hacia la inmensidad del sur la posibilidad de un nuevo impulso al desarrollo y la prosperidad. Una gran esperanza asociada a la recuperación de la democracia.

Los recursos energéticos de la Patagonia, la posibilidad de incorporar enormes extensiones de tierra a sistemas de regadío modernos, ampliando la capacidad de producción de alimentos, la explotación del litoral marítimo, el potencial turístico de la zona andina, los recursos hídricos, forestales y agropecuarios necesitaban de las inversiones en infraestructura para posibilitar su desarrollo. 

La provincialización de Tierra del Fuego impulsada por Alfonsín formaba parte de la misma visión estratégica de fortalecer la proyección hacia el Atlántico Sur.

Había que entender que Buenos Aires es una megalópolis desmesurada

Siguiendo lo expresado en el mensaje que acompañaba la presentación del Anteproyecto al Consejo para la Consolidación de la Democracia, queda claro que era mucho más que un proyecto de reordenamiento territorial. Impulsaba lo que denominó “mística del servicio” en el marco de una modernización de la administración pública que apuntara a que la burocracia estatal fuera un instrumento apto para la formulación y ejecución de políticas públicas al servicio de la población. 

También se mencionaba que la decisión debía complementarse con la creación de una nueva provincia que incluyera a la ciudad de Buenos Aires junto a los municipios con los que conformaban el área metropolitana.
El entusiasmo de Alfonsín en la iniciativa y el trabajo que se desplegó para dotarlo de consenso tuvieron un buen resultado. 

El proyecto de ley ingresó por la mesa de entradas del Senado el día 30 de julio de 1986, y fue sancionado como ley del Congreso de la Nación en la sesión del 27 de mayo de 1987, bajo el número 23.512.

Hoy, a más de tres décadas de la sanción de aquella ley que continúa vigente y que nunca fue implementada, los problemas que apuntaba a resolver se han profundizado.

Victor Hugo dijo: “No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”. 

En este caso, lamentablemente no fue así, el traslado de la capital de la República Argentina es una idea poderosa que aún hoy no encuentra su tiempo.

A mi juicio, continúa siendo una idea poderosa por muchas razones. Además de aportar una perspectiva distinta para un ordenamiento territorial que apunte a revertir la enorme concentración que se ha profundizado a lo largo del tiempo, es además una puesta en valor de la condición de nación marítima y a favor del fortalecimiento del federalismo.

Si bien el cambio en la matriz productiva con un creciente papel del complejo agroindustrial, el de la industria del conocimiento, algunos proyectos energéticos y mineros, entre otros, han creado algunos polos de desarrollo en el interior, sigue vigente la enorme concentración poblacional en el área metropolitana de la que la capital de la república es el centro geográfico y económico.

Así como Alfonsín demostró creatividad y originalidad con su propuesta de traslado de la Capital, los gobiernos que le sucedieron no han llevado adelante ninguna iniciativa para resolver el gran problema que nos plantea el área metropolitana. 

Persiste en el tiempo una realidad sociodemográfica, que es una unidad territorial en sí misma a la cual no se le ha dado un sistema de gobernanza adecuado.

Ojalá que el espíritu innovador y transformador que llevó al presidente Alfonsín a proyectar el traslado de la Capital, nos inspire para encarar con esa impronta los problemas que hoy enfrentamos, que siguen siendo los mismos de entonces pero agravados por la inacción en el tiempo.

Publicado originalmente en la revista Panamá