Despertar. Hacer el desayuno. Ponerme el barbijo. Salir. Mantener distancia con la gente. Mirar los precios. Volver. Poner la ropa a lavar. Desinfectar lo que compramos. Limpiar la casa. Trabajar. Cocinar. Separar a los/as chicos/as para que no se sigan peleando. Chequear lo nuevo que mandó la escuela. Trabajar. Sentar a los/as chicos/as a hacer la tarea. Responder sus preguntas. Ordenar la casa. Trabajar. Dormir. Volver a empezar.
Esta dinámica circular, dura, por decirlo de alguna manera, es solo un ejemplo de todo lo que se está viviendo en el interior de cada hogar en aislamiento. Varía si se está en pareja o solo/a, varía si los/as chicos/as están en edad escolar, varía si hay personas mayores que requieren cuidados especiales o si alguien en la casa es persona de riesgo. Entender cómo las distintas tareas recaen en cada una de las personas dentro de la familia es clave para comprender cómo en este contexto, el autocuidado parece imposible. Nos autocuidamos porque no nos exponemos al virus, pero al mismo tiempo estamos totalmente estresados/as y agotados/as por un exceso de tareas que antes distribuíamos diferente.
Los datos preliminares de la encuesta realizada por Grow, y que seguirá abierta mientras dure el aislamiento, ponen en evidencia que en los hogares con niños y niñas se tiene la sensación de que los días son más largos que antes: el peso de las tareas no está igualmente distribuido y quienes lo sienten en mayor medida son los hogares monoparentales encabezados por mujeres.
Con la encuesta queríamos observar si el aislamiento llevó a una mejor distribución del cuidado, lo que incluye el tiempo dedicado a limpiar, cocinar, atender a chicos/as, acompañarlos/as en las tareas o cuidar a personas adultas mayores. Lo que observamos, hasta el momento, es que tanto mujeres como varones aumentaron el tiempo de cuidado, lo cual está directamente relacionado con el cierre de las escuelas y la imposibilidad de tener ayuda en casa, pero hay una diferencia de género: mientras que en promedio las mujeres dedican alrededor de diez horas y media a estas tareas, los varones dedican siete.
Por otro lado, los varones usan una hora más que las mujeres para dormir, una hora y media más para el trabajo remunerado y una hora más para actividades relacionadas al ocio y el entretenimiento.
Esta distribución pone de manifiesto que, en los casos en que se pueda, es necesario revisar cómo son los acuerdos dentro de la pareja. Un dato llamativo es que los varones en mayor proporción que las mujeres tienen la percepción de que las tareas se distribuyen de manera equitativa entre los/as miembros de la familia, mientras que las mujeres consideran que “a veces las ayudan”. Esto puede deberse a que las mujeres siguen sosteniendo las tareas de organización dentro de la casa: esto refiere a la gestión del cuidado, es decir, quién hace qué y cuándo.
En el caso de las familias monoparentales, todas estas tareas se daban en un marco donde no estaba permitido que los/as niños/as alternaran entre ambos progenitores. Y por lo tanto no era posible repartir estas tareas.
Desde Grow queremos visibilizar, con estos datos, que estamos hablando ya no de una “doble carga” de trabajo entre lo productivo y reproductivo, sino de una tercera y cuarta carga en algunos casos. Si bien hoy en día está más habilitado que antes hablar de las tareas del hogar como un peso o una carga, es necesario que todas las instituciones revisen qué es lo que pueden hacer en este contexto para equiparar el juego.
Desde el Estado se deberán repensar estrategias que prioricen la situación que viven las mujeres que ejercen en gran medida la mayoría de las tareas de cuidado, ya que esto no solo tiene un impacto directo en su tiempo disponible para trabajar, sino también en su salud mental. Es responsabilidad estatal repensar una salida de la crisis con ofertas de cuidado para las familias con mayores necesidades, y a mediano plazo, establecer las bases para una oferta integral de cuidado que tenga en cuenta las necesidades de las mujeres que trabajan.
Por otro lado, las instituciones empleadoras tendrán que asumir que los tiempos de trabajo, tanto para sus empleados como para sus empleadas, se han reducido y que no pueden sostener las dinámicas de trabajo anteriores a la crisis. Sería un mensaje muy positivo que promovieran la distribución de las tareas de cuidado para apoyar el cambio que se necesita en las dinámicas familiares. Más importante aún, deben pensar estrategias para que la vuelta al trabajo no implique solamente una vuelta de sus empleados varones.
Los sindicatos deberán introducir la temática en las negociaciones colectivas y en la agenda pública, porque si no se visibiliza el problema, el cuidado seguirá recayendo sobre el mismo grupo poblacional. Hoy tenemos una oportunidad única para repensar estas dinámicas y sentar las bases para un sistema integral de cuidado, tan necesario como urgente.
*Cofundadora de Grow (www.generoytrabajo.com).