Un 20 de enero cada 4 años, bajo el sol del mediodía asume un presidente en Estados Unidos. “Juro solemnemente que desempeñaré fielmente el cargo de Presidente de los Estados Unidos y que, en la medida de mis posibilidades, preservaré, protegeré y defenderé la Constitución de los Estados Unidos. [Así que Dios me ayude.]", repite cada uno a su turno durante el acto ceremonial del juramento al flamante cargo.
Este mismo juramento ya fue pronunciado sin variantes durante 72 veces por 45 presidentes diferentes. Así lo indica el artículo II, Sección 1 de la Constitución de los Estados Unidos.
Sin embargo, no fue siempre tan así, porque excepto el discurso juramental, indicado en la Carta Magna, la llegada y la partida de un presidente tuvo sus bemoles. Algo que debía ser rápido y sencillo, como quería George Washington, se terminó convirtiendo en un evento internacional y mutimediático de jornada completa.
Cuando no racista: tener un nuevo presidente no era una fiesta para negros. La primera vez que se les permitió a los afroestadounidenses presencial un desfile cívico presidencial fue en 1865, cuando Lincoln ordenó que los dejaran acercarse.
En ocasiones, el cambio de figuritas fue una excusa para recaudar. Cuando James Madison asumió, en 1809, pidió cobrar US$ 4 a los comensales que ingresaban a la recepción en la Casa Blanca, consumición y baile de gala incluidos.
Cada presidente con su jura
Empezando por la fecha, todo fue cambiando. La jura del presidente de Estados Unidos, un affaire interno que no obstante tiene repercusiones e interés planetario fue primero el 30 de abril, pero luego se corrió al 4 de marzo, precisamente a partir de la modificación que estableció la XX Enmienda de la Constitución de Estados Unidos.
El escenario también se fue desplazando. Sin ir más lejos, el mismo Washington juró su primera vez el 30 de abril de 1789, en Nueva York, y luego, para renovar su mandato, el 4 de marzo de 1793, en Filadelfia (que fue durante 10 años la capital de Estados Unidos).
Thomas Jefferson, además, fue el primero que caminó hacia su jura de mando en el Capitolio de Washington, y luego del trámite, salió por donde había llegado y también se fue caminando.
En 1817, James Monroe cambió los tantos al decir que prefería tomar posesión del cargo al aire libre, frente al Capitolio de Old Brick, gesto que otros sucesores replicaron.
¡Buena idea!, pensó Franklin D. Roosevelt, hasta que se convirtió en el primer presidente a quien le tocó asumir su cargo debajo de un aguacero, en el frío invierno de 1937.
En 1921, Warren G. Harding fue el primero en ir a su inauguración en auto. Tras la sombra del asesinato de Kennedy, Lyndon Johnson llegó a su jura de 1965 en una limusina blindada.
En 1977, la espontaneidad de Jimmy Carter rompió el molde. Sin previo aviso, bajó de la limusina que lo trasladaba por la Av. Pennsylvania y siguió a pie, 15 cuadras, hacia la Casa Blanca. Muy al estilo Mauricio Macri, iba tomado de la mano de su esposa Rosalynn y de su hija Amy, que entonces tenía 9 años. Su gesto inauguró una tradición que repitieron los presidentes que le siguieron.
El escenario de la jura
La mayoría de los juramentos se hicieron en el Capitolio de Washington (54) y sólo 6 en la Casa Blanca. Sin embargo, no faltaron las juras de apuro en lugares insólitos.
En 1841, el presidente John Tyler y, en 1865, el presidente Andrew Johnson dijeron “sí, juro” en un hotel. El primero, en el Hotel Brown’s sobre Avenida Pennsylvania y, el segundo, en Kirkwood Hotel, sobre la misma avenida, minutos después de que balearan a Abraham Lincoln durante una representación teatral.
El presidente Chester Arthur juró en privado en su propia casa de Nueva York (1881) y Franklin Roosevelt, sin Biblia y tan solo alzando la mano a las apuradas tras el asesinato de Willima McKinley (1901), en la casa de un amigo de Búfalo (NY), casi con lo puesto.
Pintoresca fue la elección de Barack Obama para su jura del 2009: el Salón de los Mapas. Y fatídica la de Lyndon Johnson: sobre un avión.
Lyndon B. Johnson fue el primer y único presidente que prestó juramento al cargo a bordo de un avión, el Air Force One. Y fue obligado por las circunstancias: era el 22 de noviembre de 1963 y John F. Kennedy había sido asesinado. A su lado, pálida, shockeada y dopada la primera dama Jackeline Kennedy lo escoltaba luciendo su conjunto rosa Chanel ensangrentado: no tuvo tiempo de cambiárselo; ni siquiera de preguntarse si seguía siendo la primera dama.
“Yo juro”
George Washington tenía fama de hombre de pocas palabras y su ceremonia inaugural lo corroboró; sobre todo para dar por inaugurado su segundo mandato en el que le bastaron 135 palabros para dar el asunto por terminado. El discurso más corto jamás pronunciado.
William Henry Harrison, a su turno, fue el que más habló en 1841, cuando adormeció a todos con su perorata interminable de 10.000 palabras.
En 1953, Franklin Pierce prefirió pronunciar “afirmar” en vez de “jurar” y sentó un precedente al no querer besar la Biblia.
En el otro lado de la escena, John F. Kennedy, fue el primero en solicitar una Biblia católica apostólica y romana para que la palabra de Dios fuera testigo de las propias.
¿Quién fue el presidente más original en términos lingüísticos? John Fitzgerald Kennedy, cuando contrató al legendario poeta Robert Frost, para que escribiera un poema para la ocasión y el bardo octogenario se apareció con The Preface.
Sin embargo, más ciego que un murciélago, no había manera de que distinguiera lo que decía el papel así que, lo dejó a un costado y se puso a recitar The gift outright, también propio, pero ese lo sabía de memoria.
Curioso fue el caso de Barack Obama. Durante su primer mandato (2009), quedó atrapado en un blooper lingüístico que increíblemente lo hizo jurar dos días consecutivos: el 20 y el 21 de enero.
Tanto Obama como el presidente de la Corte Suprema John G. Roberts Jr., que le tomaba el juramento, no daban en la tecla con lo que tenían que decir y para evitar que se impugnara la jura por errores protocolares, cortaron por lo sano: decidieron repetirlo al día siguiente.
Como a las palabras se las lleva el viento, cómo registrarlas fue siempre una preocupación en la Casa Blanca. En 1845, el discurso inaugural de James Polk se transmitió por telégrafo. En 1897, el juramento de McKinley fue rodado como una película; en 1925, el de Calvin Coolidge se transmitió por radio.
La segunda asunción de mando de Harry S. Truman (20 de enero de 1949) fue la primera en ser televisada.
En 1985, Ronald Reagan sacó provecho de su experiencia como actor y pidió una cámara en el interior de la limusina que lo trasladaba del Capitolio a la Casa Blanca.
El 20 de enero de 1997, le correspondió a Bill Clinton protagonizar la primera jura presidencial que se transmitía en vivo por internet.
Desplantes en la jura
El 4 de marzo de 1801, John Adams no quiso estar presente durante la ceremonia protocolar de su sucesor, Thomas Jefferson. En verdad, para la Constitución de Estados Unidos el gesto no es ley sino sólo cortesía.
Por eso, en 1837, Andrew Jackson y Martin Van Buren eligieron un gesto simbólico para demostrar que un presidente saliente podía llevarse bien con su sucesor oponente: fueron a la ceremonia del Capitolio juntos, en el mismo carruaje.
Un gesto que quebró, por primera vez en la historia de Estados Unidos, Donald Trump, quien no apareció por la ceremonia de asunción de Joe Biden, el año pasado, tras haberlo acusado de fraude electoral.
Podría considerarse un dato de color con reflexión a posteriori que Donald Trump solicitó hacer su propia jura, en 2017, sobre la Biblia que había utilizado el patriarca Abraham Lincoln; la misma que, a su turno, también había usado su antecesor de 2013, Barack Obama.
Mujeres y sorpresas en la jura presidencial
Justamente ese día, el 20 de enero del 2021, los 400.000 fallecidos que hasta entonces se había cobrado la pandemia en Estados Unidos obligó a Joe Biden quitar de la agenda el habitual desfile y procesión de los flamantes mandatarios hacia su nuevo domicilio, la Casa Blanca. En su reemplazo, se hizo un “desfile virtual”, otra novedad.
En vez de poesía, el 46º presidente de Estados Unidos, Joseph Robinette Biden Jr., más conocido como Joe Biden, eligió a la desestructurada cantante Lady Gaga para que cantara el himno nacional enfundada en una falda roja cinco veces más amplia y acampanada que las de las damas antiguas de 1810.
Biden, además, sumó otros records y curiosidades a su asunción: mientras el presidente juraba sobre una Biblia de su propia familia, que había legado desde el recóndito siglo XIX y sostenía su esposa, Bill Clinton se quedó dormido en la ceremonia. Kamala Harris, de todos modos, logró sobreponerse al marco que la opacaba y fue la primera mujer en la historia del país del Norte en asumir el cargo de vicepresidenta.
Las mujeres también hicieron historia en Washington cuando, en 1917 las dejaron presenciar el desfile inaugural de la segunda presidencia de Woodrow Wilson.
Y aunque se piense que la moda es cosa de mujeres, no siempre fue así. Un clásico protocolar fue el sombrero de copa. Sin embargo, en 1953, Dwight D. Eisenhower prefirió un modelo Homburg, el sombrero de ala corta que era el preferido de Winston Churchill. En 1961, su sucesor, John F. Kennedy volvió al look clásico, para que no se perdiera la costumbre.
El nefasto 22 de noviembre de 1963, cuando asesinaron a JFK, una mujer también alcanzó otro récord al ser la primera en tener el honor de tomar un juramento presidencial. Fue Sarah T. Hughes, de Texas, y sucedió minutos antes de que el avión oficial despegara de Dallas rumbo a Washington.
Hasta hoy, ninguna mujer logró ocupar el mayor cargo político de los Estados Unidos. Tal vez nos den otra sorpresa el 20 de enero de 2025.