Siempre se dijo que la mente de Ronald Reagan era un verdadero enigma, pero tal vez menos impredecible que el presidente Donald Trump. Algunos de sus colaboradores y muchos de sus adversarios lo describían como un hombre que tenía ciertas deficiencias intelectuales, pero que políticamente era un "peso pesado", un líder cuyos instintos e intuición a menudo solían ser más acertados que sus análisis. Hasta alcanzar la presidencia, fue subestimado por parte de la clase política, y mucho más por los medios periodísticos y los ámbitos académicos, hecho que terminó siendo para él una ventaja, ya que sus opositores nunca esperaron tanta determinación y fuerza en su acción en la Casa Blanca, aun con ese estilo relajado y delegante, muchas veces cercano a formas de desatención o desinterés.
Para Reagan, las verdades eran simples y las conocía. Podía ceder momentáneamente si sentía que no había otra alternativa política, pero casi invariablemente volvía a sus principios. Era duro y obstinado en ese sentido, sabía lo que hacía, cuándo ceder y cuándo luchar. Según sus colaboradores, era un creyente sincero, pero también lo describían como capaz, en el terreno de la política, de maniobras sofisticadas, que no excluían las formas usuales del engaño.
Sus críticos atribuyeron a menudo los éxitos como presidente del Sindicato de Actores Cinematográficos, como gobernador de California y como presidente de los Estados Unidos a su talento como "gran comunicador" o a una torpe buena suerte. El creía que algunos lo subestimaban por su ocupación previa como actor, porque sólo una generación atrás no se permitía el entierro de los actores en el cementerio de una iglesia. Pero esto no le preocupaba en absoluto.
Una y otra vez durante su presidencia, Ronald Reagan demostró su implacable determinación de salirse con la suya.
Cuando lo creyó necesario, agravió a sus partidarios, utilizó sofismas, y hasta cambió totalmente su posición al punto de negarla. Los presidentes anteriores pasaban sus días leyendo largos informes, reuniéndose con expertos, manteniéndose al tanto de los acontecimientos internacionales. Reagan generalmente mostraba poco conocimiento acerca de la mayoría de los temas en debate. Y se dice que su participación en las discusiones terminaba a menudo luego de leer en voz alta la información que su gabinete le había preparado en pequeñas tarjetas recordatorias.
Los libros nunca jugaron un papel importante en sus primeros años, aunque al presidente le gustaba decir que era un "lector voraz" y un "entusiasta de la historia", pero ni él ni sus amigos, cuando se les preguntó, pudieron dar el nombre de un libro particular de historia que hubiese leído o de un historiador que fuese de su preferencia. Por ello parecería que las ideas de Reagan acerca del mundo fluyeron de su vida, de su historia personal más que de sus estudios, desarrollando no tanto una filosofía coherente, sino un conjunto de convicciones, alojadas en su mente como máximas. Reagan siempre se concentraba en el gran cuadro, dejando los detalles para sus ayudantes, y dándoles un poder sin precedente entre sus antecesores.
El día que Nelson Castro incomodó a Ronald Reagan con una pregunta
A menudo no era la lógica de un argumento lo que Reagan recordaba o a la que recurría, sino una circunstancia o historia que conectaba la cuestión del momento con un conjunto de sus principios básicos, y esas anécdotas eran frecuentemente las últimas palabras que cerraban un asunto, esperando que sus funcionarios siguieran luego adelante implementando sus deseos. Así también, sus asesores se sentían en libertad de debatir abiertamente frente a él, siempre que no cuestionasen en forma directa sus creencias básicas.
En la mayoría de las reuniones, Reagan escuchaba en silencio, y si adelantaba una opinión, raramente la fundamentaba con un razonamiento previo.
En ocasiones, daba un viraje repentino por su cuenta en una dirección completamente distinta y no probada. A menudo guardaba sus opiniones para sí. Cuando envió a los marinos al Líbano, declaró que la viabilidad de esa nación era vital para la seguridad americana. Cuando los retiró en un solo día, luego de la muerte de 241 de ellos por una bomba terrorista, y el Líbano quedó envuelto en el caos, insistió en que su misión había sido cumplida, aunque ni él mismo lo creía. Igual audacia mostró cuando se trató de tomar la decisión que llevó a duplicar el déficit federal. Según decía un veterano funcionario de la administración, el presidente estaba en pleno conocimiento de que ese aumento conduciría a una seria pendiente económica.
Tal vez más que ningún otro en la política norteamericana, Reagan, como locutor de radio, estrella cinematográfica, y presentador de televisión en el programa de General Electric, fue la personificación de la era de la comunicación, de la era de símbolos en los Estados Unidos del siglo XX, que convirtieron la ficción en el centro de la vida diaria, haciéndola más real que la propia realidad. Así avanzó Reagan fácilmente y sin mucho trabajo o esfuerzo aparente.
La confianza en sí mismo y el optimismo se encarnaron en su forma de ver las cosas.
De su madre, que gustaba citar la Biblia, le vino cierto tipo de fundamentalismo que le hizo crecer con una visión del mundo como el campo de batalla del bien contra el mal. Durante su presidencia del Sindicato de Actores Cinematográficos desde 1947 a 1952, mientras luchaba contra una toma del sindicato por los comunistas, su nacionalismo comenzó a teñirse de un ferviente anticomunismo. Y éste se convirtió casi en una total cosmovisión, expresada en una dura retórica antisoviética, en una profunda desconfianza respecto de negociar con los soviéticos y en frecuentes demandas de un poder militar americano cada vez mayor.
Otro elemento se incorporó al conjunto de sus creencias mientras Nancy Reagan comenzaba a incluir ejecutivos de las grandes empresas en su vida social: se convirtió en Republicano. Y se las arregló para conciliar su nueva devoción por el capitalismo con su populismo, insistiendo en que si se reducía el tamaño del gobierno, se produciría una expansión comercial que distribuiría prosperidad a todo el pueblo.
Sus viejos amigos y asesores creen que en ese momento hizo ciertas suposiciones sobre su futuro. Porque el público en raras oportunidades ha elegido ideólogos para puestos ejecutivos, y nunca para la presidencia. En cuanto al sistema del presidente para obtener información, fue un factor crítico en sus tomas de decisión. Según decían sus asesores, él descansaba primordialmente en "memos" de su gabinete. Reagan pasaba por encima de los titulares de varios periódicos, buscando esencialmente material anecdótico y posiciones de editoriales, sin leer por lo general las noticias del día. Por su lado, los amigos le enviaban artículos de revistas, extractados principalmente de publicaciones conservadoras.
Un holograma "vuelve a la vida" a Ronald Reagan en museo estadounidense
Algunos críticos vieron a Regan como un hombre de mente simple. Pero sus ex asesores sugieren que, más bien, era un simplificador, esto es, reductor de lo complicado a símbolos simples y a imágenes del bien y del mal: americano o antiamericano. Esto le permitía tomar un atajo entre las complejidades que desconciertan y que no interesan al público en general, para colocarse exactamente en la onda de pensamiento de ese público, que era la suya propia. El tipo de mentalidad del presidente y su técnica política le facilitaron una oportunidad primordial para dar nueva forma a las actitudes de su nación acerca del papel que debía desempeñar el gobierno en la economía, y de la necesidad de un presupuesto militar mayor.
De hecho, dos aspectos de la gestión Carter, la inflación de dos dígitos con altos intereses y la invasión soviética de Afganistán, le dieron a Reagan una ventaja en sus esfuerzos por convencer al país de la verdad de sus creencias. El pensamiento y la técnica de Reagan tuvieron un éxito enorme durante su primer mandato en la tarea de atacar al gobierno sobredimensionado, y de golpear retóricamente a la Unión Soviética. Estos eran blancos relativamente fáciles. Ya durante el segundo mandato, las cosas fueron complicándose, recayendo sobre su sucesor, George H. W. Bush, pesada carga que le costó su derrota a manos de Bill Clinton. Sin embargo, Reagan siguió siendo algo así como un ícono cultural-antropológico y político, representante de valores -retomados por los Bush, y olvidados de alguna manera por Clinton y Obama- pero como hemos visto todavía muy vigentes en la sociedad norteamericana, hasta hipertrofiados por su impredecible forma de mostrarlos, hoy, por el presidente Trump.
* Periodista, escritor, diplomático.