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América Latina, frente a una Era Reagan 2.0

Allá por los ochenta se inició en el continente una revolución conservadora que tiene muchos puntos de contacto con la ola que comenzó con el pospopulismo y se cristaliza en Brasil.

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Reagan y Bolsonaro. Conservadores en las costumbres, liberales en lo económico. | cedoc

En 1980, el republicano y ex actor Ronald Reagan asumía como nuevo presidente de los Estados Unidos de América. Comenzaría lo que después fue denominada Era Reagan, el regreso del movimiento conservador en el país de América del Norte con políticas económicas ortodoxas de libre mercado y posiciones de derecha en asuntos sociales y morales, con la bendición de los grupos religiosos. Terminaba así el gobierno de Jimmy Carter, signado por la música disco –símbolo de libertinaje para los grupos conservadores–, y la visibilización de minorías sexuales.

La retórica política de Reagan apuntaba al enemigo principal de los Estados Unidos en aquellos años: la Unión Soviética, el “imperio del mal”, al que había que combatir interna y externamente –doctrina Reagan–, para el triunfo final de Occidente y así terminar con la Guerra Fría. Luego de dos mandatos consecutivos, su legado se mantuvo en las presidencias republicanas de George Bush y su hijo George W., quienes permanecieron fieles al ideario conservador pero ya en un mundo que había cambiado con la caída del Muro de Berlín en 1989 –el fin de la dialéctica del siglo XX y la irrupción del neoliberalismo como única verdad–, y el atentado contra las Torres Gemelas en 2001, con la aparición del terrorismo islámico.

Cristianos. La derecha cristiana norteamericana fue el think tank moral de las dos presidencias de Reagan. Con la excusa de evitar “la decadencia moral de Estados Unidos”, plantearon una serie de demandas para recuperar el ser norteamericano, dañado por el “libertinaje” sexual de las minorías sexuales que promovían la promiscuidad y atentaba contra los valores que “habían hecho crecer a la sociedad norteamericana”. El sociólogo Daniel Bell fue uno de los intelectuales más influyentes en esta reacción conservadora. Su libro Las contradicciones culturales del capitalismo (1976) planteaba que el consumo desmedido y el hedonismo extremo habían provocado el fin de la ética del  trabajo y la austeridad, valores vitales del protestantismo norteamericano. Para los grupos conservadores, el regreso a los valores religiosos y nacionales era la única forma de recuperar a una sociedad perdida en sus excesos. Sin embargo, a diferencia de lo que hoy ocurre bajo la presidencia de Donald Trump, la política económica de Reagan se desarrolló bajo la ortodoxia liberal.

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Conservadores en red. Hoy varios países de América Latina están viendo cómo los movimientos conservadores –otrora invisibilizados por los medios y lo “políticamente correcto”–, están recuperando fuerza en la lucha política en la calle y en las redes sociales a través de algunos intelectuales, artistas, políticos y trolls. Este resurgimiento de la derecha política cobró fuerza institucional –con el ascenso al poder de Jair Bolsonaro en Brasil y de Iván Duque en Colombia–, y fuerza callejera y mediática con la irrupción de sectores conservadores en discusiones sociales como el aborto, el matrimonio igualitario y la educación sexual en escuelas en diversos países del continente. Comenzaron a atravesar la corrección política primero a través de la visibilización mediática. Tenían algo para decir y era diferente a lo que se solía escuchar en los medios de comunicación, especialmente en temas sexuales, religiosos y sociales. Y las redes sociales fueron vitales para la proliferación de sus mensajes.

El caso brasileño se convirtió en el paradigma, especialmente por la irrupción de los movimientos conservadores y el regreso a la ortodoxia liberal económica. Las demandas por la inseguridad considerada de extrema gravedad por la opinión pública en las principales ciudades brasileñas y por las acusaciones de corrupción a los gobiernos de Lula da Silva, Dilma Rousseff y Michel Temer establecieron el marco ideal para la llegada de un candidato que escuchara estos reclamos y discursivamente planteara un escenario de soluciones claras, directas y extremas.

Homofobia. Ese candidato fue Bolsonaro, quien, a través de una retórica homofóbica, xenófoba y racista, supo entender que estos nuevos tiempos brasileños exigían palabras que golpearan –figurativamente–, la vida cotidiana de sus compatriotas. En un principio, apareció como una caricatura de los fascismos del siglo pasado. Sin embargo, su imagen comenzó a crecer cuando reafirmó la polarización contra un enemigo compartido por una mayoría ávida de venganza: el Partido de los Trabajadores (PT), sus expresidentes –Lula y Dilma–, y sus herederos políticos –Fernando Haddad–.

Sus mayores interlocutores –y futuros votantes– fueron los grupos conservadores ligados al movimiento evangelista brasileño, críticos de una sociedad que había caído, según su mirada, bajo el yugo de la “ideología de género” –nombre utilizado por estos segmentos para conceptualizar y rechazar la diversidad sexual y la perspectiva de género–, el “marxismo cultural” y la incidencia demasiado activa de movimientos sociales cercanos al PT. Todos estos factores estaban destrozando los “valores tradicionales de la familia”. Además, parte de los jóvenes brasileños comenzaron a observar a este candidato caricaturesco como una posibilidad real de cambiar Brasil. La retórica pro dictadura militar de Bolsonaro no impidió que lo miraran como el candidato perfecto para resolver los problemas del país: estos jóvenes veían –y ven–, lejanos los crímenes del terror militar en los sesenta y setenta. Y tampoco creen que Bolsonaro sea capaz de llevar adelante ese terrorismo de Estado, a pesar de su reivindicación explícita de aquella etapa oscura de la historia brasileña.

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En otros países de América Latina, los grupos conservadores también han decidido combatir tanto en el terreno intelectual como en el mediático a través de estas construcciones ideológicas para seducir a sectores de la opinión pública. En Argentina, la discusión sobre una ley por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, aprobado en la Cámara de Diputados y rechazado en el Senado en 2018, visibilizó voces que parecían acalladas durante los últimos años. Luego, la batalla ideológica se trasladó al campo educativo, donde estos mismos conservadores comenzaron a criticar la implementación de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) en establecimientos educativos. En Perú, los colectivos Con mis Hijos no te Metas y Padres en Acción criticaron al presidente Martín Vizcarra por el anuncio en julio de 2018 de implementar la Política Nacional de Igualdad de Género por la creciente ola de feminicidios en este país. Apelaron a la potencial incidencia del Estado peruano en sus creencias, su estilo de vida y hasta en el peligro de la inconstitucionalidad de la ley. En Colombia, durante la campaña del plebiscito sobre la aceptación o el rechazo al Acuerdo de Paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el ex presidente Alvaro Uribe fue uno de los líderes del “No” a este pacto entre el ex mandatario Juan Manuel Santos y los jefes militares de la guerrilla. “Reiteramos la necesidad de estimular los valores de la familia (...) defendidos por nuestros líderes religiosos y pastores morales”, señaló Uribe.

Paso. La configuración de una mirada ideológica sobre los derechos de las minorías, el feminismo y la violencia de género fue el primer paso de estos grupos conservadores para comenzar su visibilización en la opinión pública y así debatir lo que hoy se considera “lo políticamente correcto”. Si bien la Era Reagan fue un período determinado en la historia norteamericana y con gran influencia en los países de América Latina de los ochenta, hoy la región vive la proliferación de sectores de la derecha que buscan generar una disrupción. El caso Bolsonaro es un ejemplo del papel que los sectores más conservadores están pidiendo protagonizar en una configuración regional.

* Director de Taquion y profesor en la carrera de Comunicación Social de la Universidad de San Isidro.