Este nuevo ejemplar del L’ Osservatore Romano en lengua española está encabezado por el Encuentro de Oración por la Paz, convocado por el Papa Francisco. Desde la portada de esta edición, el sumo pontífice llama a “Cambiar las relaciones entre los pueblos y de los pueblos con la tierra”. "Menos armas y más comida, menos hipocresía y más transparencia, más vacunas distribuidas equitativamente y menos fusiles vendidos neciamente".
Esta fue la petición del Papa Francisco en el discurso pronunciado el jueves 7 de octubre, durante la ceremonia de clausura del encuentro de oración por la paz organizado por la Comunidad de San Egidio: "Pueblos hermanos, tierra futura. Religiones y culturas en diálogo".
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El encuentro, que tuvo lugar ante el Coliseo, contó también con la presencia de Ahmed Al Tayyeb, Gran Imán de la Universidad de Al-Azhar, Pinchas Goldschmidt, presidente de la conferencia de rabinos europeos y el patriarca Bartolomé. En el discurso completo y oficial que se incluye en este periódico vaticano, el Sumo Pontífice expresó además que: “Les ruego, en nombre de la paz, que en toda tradición religiosa desactivemos la tentación fundamentalista, cualquier insinuación a hacer del hermano un enemigo. Mientras muchos están atrapados por antagonismos, por facciones y maniobras partidistas, nosotros hacemos resonar aquel dicho del Imán Alí: “Las personas son de dos tipos: tus hermanos en la fe o tus semejantes en la humanidad”. Pueblos hermanos para soñar la paz. Pero el sueño de la paz hoy se conjuga con otro, el sueño de la tierra futura. Es el compromiso por el cuidado de la creación, por la casa común que dejaremos a los jóvenes. Las religiones, cultivando una actitud contemplativa y no depredadora, están llamadas a ponerse a la escucha de los gemidos de la madre tierra, que sufre a causa de la violencia”.
La palabra del Papa Bergoglio en forma completa y oficial se destaca en esta edición también en su discurso en el encuentro “Fe y ciencia: hacia la Cop26”.
En dicho encuentro, celebrado el 4 de octubre en el Aula de las Bendiciones, Francisco expresó que: “El encuentro de hoy, que une muchas culturas y espiritualidades en un espíritu de fraternidad, no hace más que reforzar la conciencia de que somos miembros de una única familia humana. Tenemos cada uno nuestra propia fe y tradición espiritual, pero no hay fronteras y barreras culturales, políticas o sociales que nos consientan aislarnos. Para iluminar esta mirada queremos comprometernos con un futuro modelado por la interdependencia y por la corresponsabilidad. Este compromiso se debe solicitar continuamente al motor del amor: 'Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro'. Sin embargo, la fuerza propulsora del amor no se “pone en marcha” una vez para siempre, sino que va reavivada día a día; esta es una de las grandes aportaciones que nuestros credos y tradiciones espirituales ofrecen para facilitar este cambio de rumbo que nos hace tanta falta. El amor es espejo de una vida espiritual vivida intensamente. Un amor que se extiende a todos, más allá de las fronteras culturales, políticas y sociales; un amor que integra, también y sobre todo en beneficio de los últimos, quienes son muchas veces los que nos enseñan a superar las barreras del egoísmo y a romper las paredes del yo. Es este un desafío que nos pone frente a la necesidad de contrastar esa cultura del descarte, que parece prevalecer en nuestra sociedad y que se sedimenta sobre aquellos que nuestro Llamamiento conjunto denomina “semillas de conflicto: avidez, indiferencia, ignorancia, miedo, injusticia, inseguridad y violencia”. Son estas mismas semillas de conflicto las que causan las graves heridas que provocamos en el ambiente como los cambios climáticos, la desertización, la contaminación, la pérdida de biodiversidad, llevando a la rotura de «esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos». Este desafío a favor de una cultura del cuidado de nuestra casa común y también de nosotros mismos tiene el sabor de la esperanza, porque no hay duda de que la humanidad no ha contado con tantos medios para alcanzar este objetivo como los que tiene hoy”.
«Ciencia y ética de la felicidad. Caritas, amistad social y el final de la pobreza» es el tema del encuentro dedicado a la primera Bienaventuranza —Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos (Mateo 5,3)— que tuvo lugar del 3 al 4 de octubre por iniciativa de la Pontificia Academia de las ciencias sociales en la sede de la Casina Pío I V, en los Jardines Vaticanos.
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Se publica en esta edición el mensaje enviado por el Papa Francisco a los congresistas, que fue difundido la mañana del domingo 3, en la apertura del encuentro. En el mismo, Francisco enfatizó que: “Junto al aumento masivo de la pobreza, la otra consecuencia del paradigma materialista predominante es el creciente incremento de la grieta de las desigualdades, lo cual causa el malestar social y generaliza el conflicto, no sólo poniendo en peligro la democracia, sino también debilitando el necesario bien social. Este trágico y sistémico aumento de las desigualdades entre grupos sociales dentro de un mismo país y entre las poblaciones de los diferentes países tiene también un impacto negativo en el plano económico, político, cultural e inclusive espiritual. Y esto a causa del progresivo desgaste del conjunto de relaciones de fraternidad, amistad social, concordia, confianza, fiabilidad y respeto, que son el alma de toda convivencia civil. Naturalmente, la avaricia que mueve el sistema ha dejado de lado ya, desde hace mucho tiempo, la principal consecuencia económico-social y política del “espíritu de pobreza”, aquella que exige la justicia social y la co-responsabilidad en la gestión de los bienes y de los frutos del trabajo de los seres humanos. Para superar esta avaricia, estamos llamados a realizar un movimiento global contra la indiferencia que cree o recree instituciones sociales inspiradas en las bienaventuranzas y nos impulsen a buscar la civilización del amor. Un movimiento que ponga límite a todas aquellas actividades e instituciones que por su propia inclinación tienden sólo al lucro, especialmente las que san Juan Pablo II llamó “estructuras de pecado”. Entre ellas la que definí como “globalización de indiferencia”.
CP