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Salinger y los patos

Hace 40 años, asesinaban a John Lennon cuando bajaba de una limousina

Mark Chapman mató al Beatle por la espalda. Comprender su crimen internó a los investigadores en las bibliotecas para leer un best seller de los años 50, una novela que también obsesionó a otros dos asesinos.

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John Lennon | captura de pantalla

Cuando Mark Chapman asesinó a John Lennon por la espalda, tenía 25 años y Lennon, 40. Fue hace cuatro décadas, el 8 de diciembre de 1980 y el homicida todavía sigue su condena perpetua en el estado de Nueva York, en Wende Correctional Facility, el presidio de Alden. Sus abogados pidieron 11 veces la libertad condicional y siempre se la denegaron.

Chapman había merodeado por la casa todo el santo día. A la mañana, se camufló entre sus fans y habló con el encargado del edificio Dakota en donde el ex Beatle vivía con Yoko Ono y el pequeño Sean. Luego, al verlo salir con la esposa, se acercó y le pidió firmar la portada de su último disco (foto principal de esta nota), Double Fantasy. Lennon le estrechó la mano y luego se subió a la limousina que lo llevaría a Record Plant Studios. 

“En ese momento, mi parte buena ganó y quería regresar a mi hotel, pero no podía. Esperé hasta que regresó. Él sabía dónde van los patos en invierno y yo quería saberlo”, declaró Chapman, enigmático, ante la policía. Después del asesinato, no intentó huir. Se sentó en el cordón herido con la sangre del hombre que imaginaba la paz en el mundo y se puso a leer “El guardián entre el centeno”, esa novela que fue maldita y polémica desde el día en que había llegado a las librerías, en 1951. 

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Chapman, que había intentado suicidarse tres años antes, puso el pie en el cuartel policial, con la novela bajo el brazo. En la primera página había escrito: “Ésta es mi declaración”; y la firmó Holden Caulfield


Para desentrañar las causas del asesinato, las fuerzas del orden tuvieron que ir a la biblioteca. Y luego  detenerse a pensar en la sociedad en la que se habían criado, en los años 50.

Holden Caulfield –que revive en la ficción algunas experiencias autobiográficas del autor- es el protagonista de “El guardián entre el centeno”. Es el chico de 16 años, de clase media acomodada, flacucho, irresponsable y sagaz, que preferiría ser leñador precoz en Vermont antes que abogado como su padre. 

Holden, cuya conducta le resulta inexplicable a la sociedad, cuenta su historia desde un hospital neuropsiquiátrico en California. En su horizonte de incertidumbres, con un padre ausente y una madre verborrágica y pueril, sólo una hermana de 12 años logra hacerlo tirar un cable a tierra. Cuando ella quiere acompañarlo en la fuga, se siente responsable por ella y aborta su plan. Moraleja: en vez de tratar a un adolescente como una criatura, dale una responsabilidad y verás qué pasa.

Si la británica  J. K. Rowling logró que los jóvenes de fin de siglo leyeran relatos maravillosos que los alejaban de la realidad, el estadounidense J. D. Salinger permitió que la problemática real de los adolescentes del medio siglo fuera genuina materia literaria. Y entre pasiones y prohibiciones, The catcher in the rye, que mereció dos traducciones diferentes en español (“El cazador oculto” y luego, “El guardián entre el centeno”) sigue siendo inspiradora, sobre todo entre los teens


Una novela brillante no puede ser juzgada por la mala praxis de sus lectores. 


Como en todo policial de enigma, habría que preguntarle a la psiquiatría por qué Chapman mató a Lennon, luego de odiarlo y admirarlo en partes iguales. Pero en el acertijo hay una frase clave: “porque él sabe a dónde van los patos en invierno”.

Esa es precisamente la obsesión de Holden, el antihéroe que huye de la escuela antes de que lo echen por tener malas notas. El chico que ve a un estudiante tirarse por el balcón antes que retractarse; el que detesta los granitos y espía el cuerpo torneado de su compañero de cuarto; el de los mil interrogantes sobre su propia sexualidad; el que aborrece una situación ambigua delante de su profesor preferido; el que admira a un hermano que vendió su talento a Hollywood y  conversa en secreto con Allie, el otro hermano muerto


En su plan de evasión, Holden Caulfield nunca se va a ningún lado.

Camina y recuerda la cantidad de veces que se quedó soportando el diluvio delante de la tumba de Allie. En el cementerio, la gente sale despavorida cuando hay tormenta, pero los muertos se quedan, solos y fríos como los patos. ¿O desaparecen? ¿O es que estarán esperando la primavera para renacer?

Holden Caulfield recorre Nueva York hundiéndose a cada paso en la nieve y la depresión.

La vida y la muerte en todo su fulgor; en eso piensan los adolescentes cuando parece que no pensaran. Y Salinger fue uno de los primeros en exponerlo. O padecerlo
A mediados del siglo XX y sólo cinco años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos buscaba recuperarse abroquelándose en la familia tipo, los estereotipos, los roles parentales y el consumo. A un ritmo frenético, los estadounidenses hacían resurgir la economía, pero no podían frenar las protestas raciales ni el apogeo del psicoanálisis.

En Yo amo a Lucy, Lucille Ball desplegaba sus flamantes electrodomésticos mientras Dorys Day entonaba “¿Qué será?"  A la par que el sexólogo Alfred Kinsey desnudaba el comportamiento sexual de hombres y mujeres, la sociedad conservadora bramaba como el Etna. Dieciocho años antes ya lo había descripto Aldous Huxley: para que una sociedad progrese, exterminen el ocio y erradiquen todo anhelo.

En 1944, el psiquiatra Robert Lindner había escrito “Rebelde sin causa: la historia de un psicópata criminal”, que once años más tarde fue protagonizada en cine por James Dean.

En 1953, tras el éxito de Salinger, Lindner decía que eran falsas y peligrosas las terapias que pretendían reencauzar a las personas hacia las expectativas de la sociedad. Proponía en cambio “transformar la protesta negativa del paciente en la expresión positiva de la urgencia por rebelarse”.

Abrumado por la hipocresía de una sociedad consumista, hueca y sin afectos genuinos, Holden –a quien todos mandan al psiquiatra-  conversa con cualquiera que se le cruza; tan cínico como sus compañeros del Colegio Pencey, quiere que lo acepten y hace lo que critica. Miente, se inventa un futuro, finge historias de amor pero una sola obsesión le ronda por la cabeza: ¿en invierno, a dónde van los patos del Central Park? 

Atormentado por la melancolía y el clima pre-navideño, Holden es frágil, se inventa un amor que no siente, se regodea en la angustia, se esconde en su propia casa y evade un diálogo sensato que hubiera puesto cada cosa en su lugar. Curiosamente, el único pasaje de la novela en la que el protagonista se siente feliz es cuando visita el zoológico con su hermana y da vueltas en el carrousel


Holden es adolescente y como tal, no encuentra su lugar. Sus problemas para crecer son, a los ojos de la sociedad, un desorden emocional, material psiquiátrico.  

A los defensores de la sociedad de consumo les parece inverosímil que su método pueda ser objetable. ¡¿Nocivo?!  Jamás.

“Cómo vas a saber qué vas a hacer hasta que lo hacés?”, se pregunta Holden en los últimos párrafos, encerrado.  

Estoy seguro de que la mayor parte de mí es Holden Caulfield, el resto de mí debe ser el Diablo. En ese momento, mi parte buena ganó y quería regresar a mi hotel, pero no podía. Esperé hasta que [Lennon] regresó. Él sabía dónde van los patos en invierno y yo quería saberlo”, dijo Chapman, ya en el cuartel de policía. 

En 1981, John Hinckley intentó asesinar al entonces presidente Ronald Reagan. En 1989, Robert John Bardo acosó y mató a la actriz Rebecca Schaeffer,  quien sólo tenía 21 años. En la investigación policial, ambos declararon que estaban obsesionados con la novela de Salinger. 

mm / ds