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Hace 40 años moría Armando Bo, el precursor del “sexploitation” del cine nacional

Primer eslabón de una generación de cineastas, Armando Bo llevó el deporte al cine nacional, rodó el primer desnudo total de nuestra historia y fue el precursor del cine erótico argentino. Descubrió a Isabel Sarli, pasó junto a ella el resto de su vida, pero nunca se divorció.

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Armando Bo | CEDOC

Hace 40 años moría Armando Bo. Si hay alguien que en el cine argentino empezó desde abajo, ese fue él. Y si hay alguien que construyó una carrera entre escándalos, también fue él. 

Había sido extra en Ambición (1939, Adelqui Millar) y actor de varios repartos (La novela de un joven pobre, Se abre el abismo, La maestrita de los obreros, La caraba, La cabalgata del circo, etc), hasta que le llegaron los roles protagónicos con Muerte civil.

Una cartelera intensa que sacó el mejor provecho de la estampa atlética de Armando Bo, una buena salida para sus dos amores: crack en las canchas, el pasto y el ring; y primera figura del deporte en varias de las mejores películas del cine nacional

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Armando Bo produjo Pelota de trapo en 1948 e inauguró la pata local del neorrealismo italiano.

Cuando llegó a los estudios de cine, Armando Bo llevaba muchos años jugando al básquet, un berretín que había comenzado bien de pibe, en el Sporting Club de Villa Ortúzar, y que lo había llevado hasta la copa, en 1942. En el medio, el tabique roto y una pasión irrefrenable por Independiente, hasta el fin de sus días. 

Armando Bo y el cine deportivo

Nunca dudó en dar grandes saltos y siempre encontraba alguien que los diera con él. Gracias a Armando Bo y a su propia productora, SIFA, varios héroes deportivos de los años 40 y 50 llegaron al celuloide: los futbolistas Tucho Méndez, Juan Carlos Salvini, Vicente de la Mata, Higinio García, Saúl Ongaro, Oscar Sastre, José Marante, Fernando Bello, y el entrenador Guillermo Stábile, quienes hicieron de ellos mismos en Pelota de trapo (1948); Angel Labruna, Mario Boyé, Pedro Dellacha y Walter Gómez pasaron por El hijo del crack (1953); José María Gatica actuó en Su última pelea, de 1949; Juan Manuel Fangio fue el homenajeado en Fangio, el demonio de las pistas, en 1950; en nombre del básquet, Oscar Furlong, Héctor Armendáriz, Roberto y Enrique Viau dijeron presente en 1953, con En cuerpo y alma.

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El hijo del crack, un hito del cine futbolero dirigido por Leopoldo Torres Ríos

Sin mencionar, claro, el papel que les cupo a periodistas deportivos como Enzo Centenario, Argentino Ardigó, Joaquín Carballo Serantes alias Fioravanti, y los varios guiones que escribió con el periodista de El Gráfico, Ricardo Lorenzo alias BorocotóPelota de Trapo, 1948; Su última pelea, 1949, Sacachispas, 1950; Pelota de Cuero (Historia de una pasión), de 1963, etc-. De alguna manera quiso que todos ellos prorrogaran en el cine su propia gloria.

En toda su saga deportiva, Armando Bo se lució como un actor de carácter que nunca pasaba desapercibido en los sets. Sin embargo, en esa antología se hizo de rigor citar su paso memorable por la filmografía de Leopoldo Torres Ríos (Pelota de trapo, El hijo del crack, En cuerpo y alma), cada vez que se quiere sacar lustre a su curriculum. Y es lógico, ya que con él compartió el celuloide que le daba la chapa de “pata argentina” del neorrealismo italiano de mitad del siglo XX.

Armando Bo, el Roger Vadim argentino

El año 1958, sin embargo, fue el ángulo de inflexión de su carrera. El trueno entre las hojas, la coproducción paraguaya que realizó con libro y guión cinematográfico del mayor escritor paraguayo del siglo XX, Augusto Roa Bastos, cambió su vida para siempre. Allí sumó a su trabajo a la desconocida Isabel Sarli.  

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El debut cinematográfico de la dupla Bo-Sarli.

Una buena sociedad que volvió a reunir a los tres en Sabaleros, pero que pegó un volantazo definitivo en el umbral de la década del sesenta con el insinuante título “…Y el demonio creó a los hombres”, la triste historia de una mujer que no puede librarse del acoso de los hombres desalmados. El "plot" que la filmografía de Bo reiteraría tantas veces con escasas variantes y que jamás privaría a Isabel Sarli de un lago, un bosque, una isla desierta, la nieve o la selva en donde recordarle a la humanidad que sí, Eva existió y con ella, la tentación desnuda.

La fórmula que hoy suena remanida, hace sesenta años estaba condenada al éxito, porque si dios había creado a la mujer, Roger Vadim había descubierto al mayor símbolo sexual de Francia, Brigitte Bardot, y él, Armando Bo, a la mayor bomba sexual de la tierra gaucha, la impactante Isabel Sarli. 

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Armando Bo, un deportista lanzado al cine.

En efecto, Armando Bo fue una especie de Roger Vadim nacional o, si se prefiere el John Derek argentino que había descubierto el potencial de una secretaria entrerriana nacida en Concordia, que a los 26 años ya era Miss Argentina y buscaba el título de Miss Universo. 

El encuentro entre ambos fue eléctrico y Armando Bo la convenció de protagonizar su película más pretensiosa hasta la fecha, precisamente “El trueno entre las hojas”, destinada a hacer correr ríos de tinta y de celuloide: en ella, la ignota Isabel Sarli protagonizaba el primer desnudo total y frontal del cine argentino, una bomba de neutrones para derretir las audiencias pacatas que habían dejado varias décadas de un cine nacional con aristocráticas escaleras de mármol, caiditas de ojos y guantes blancos.

Isabel la “Coca” Sarli  fue el torbellino sexual con quien rodó 22 películas entre 1958 y 1981, con quien nunca se casó, pero con quien mantuvo una relación extramatrimonial durante 25 años, que todos admitían y conocían, pero a la que nadie llamaba por su nombre, comenzando por la propia Isabel Sarli. “Armando Bo fue para mí, el padre que nunca tuve”, solía repetir ella…

Juntos desarrollaron un cine que comenzó siendo pudoroso, blanco-y-negro, audaz en su época, y que los envolvió siempre en una polémica que no hacía sino sobredimensionar una libertad expresiva (no ideológica, esa es otra cuestión) que defendían como criterio estético y que los gobiernos militares y los espacios conservadores intentaban censurar. 

Mientras tanto, Armando Bo vendía sus películas en América Latina y Japón e iba cosechando su fama de “director de culto”, con fanáticos en varias latitudes del Viejo y el Nuevo continente, comenzando por el estadounidense John Waters (Hairspray), que lo elogiaba abiertamente. 

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Isabel Sarli, la belleza agreste que Armando Bo descubrió en la década del 60.

La despreocupación casi infantil de Isabel Sarli encarnando personajes sin variedad temática en filmes ajenos a complejidades argumentales no hacía sino resaltar su belleza desbordante, nativa, natural. Una resistencia que “la diosa trigueña” encarnó hasta devenir un icono de la cultura pop.

Un olfato y una sociedad profesional, la de Bo-Sarli, que los convertiría en pioneros del sexploitation, con una violencia situacional que, si se exhibía en cámara, se sostenía más con sorna, kitsch y pudor que con desgarramiento

Por caso, Carne (1968), la historia –una vez más- de una mujer humilde y honesta que solo aspiraba a casarse con su novio (Victor Bo, hijo del director en la vida real), pero que un hombre cruel sometió a varias vejaciones en el camión frigorífico del matadero donde trabajaba. 

Simbología obvia, profundidad escasa y una narrativa demasiado simple que desembocaba siempre en escenas torpes, eróticas pero sin sexo explícito, y con desnudos deliberadamente prolongados que no hacían sino resaltar la belleza de una actriz que, de haber recibido mayor coaching actoral, podría haber sido “la Sofía Loren” nacional. 

Lo que Armando Bo dejó

Incondicional hasta último minuto, fue Isabel Sarli (“una samaritana única” dijo él) quien lo llevó del brazo hasta el hospital St. John, en Santa Mónica, California, en donde lo operaron a la media hora de llegar, con una bandera argentina en el quirófano.

De todos modos, Armando Bo intuía su final: “a los que les hice mal, que me perdonen; a los que les hice un bien, que me recuerden”, pidió en 1981, en una entrevista que concedió a Jorge Jacobson.

El roble finalmente se desmoronó el 8 de octubre de 1981, en la casa de su esposa oficial, Teresa Machinandiarena, de quien nunca se había divorciado. Junto a él, en los últimos minutos, también estuvo Isabel Sarli, sosteniendo su mano. Armando Bo tenía entonces 67 años y poco después, enigmas del destino, también fallecería su esposa Teresa.

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Armando Bo Jr. y Víctor Bo, nieto e hijo de Armando Bo; tres generaciones de cineastas.

Armando Bo había nacido el 3 de mayo de 1914 en Buenos Aires y fue el padre de Victor Bo, actor y productor de cine, y el abuelo del director y guionista Armando Bo Jr (El último Elvis; Animal y los guiones de Biutiful y Birdman). 

Con su propio hijo, Victor Bo, el director que falleció hace cuatro décadas compartió varios títulos: Y el demonio creó a los hombres (1960); Pelota de cuero (Historia de una pasión), de 1963;  La tentación desnuda (1966); La señora del Intendente (1967), La mujer de mi padre (1968), Furia infernal (1973) y El último amor en Tierra del Fuego (1979).

En casi todos, Victor Bo fue el galán de Isabel Sarli mientras Armando Bo los dirigía. En cada escena erótica, si había una mano que tocaba y acariciaba el cuerpo de Sarli, en primer plano, siempre fue la de Armando Bo. 

Tal como en Setenta veces siete (1962), la película en la que Bo “le prestó” Isabel Sarli a Leopoldo Torre Nilsson, algo que la diva morocha del cine erótico nacional, nunca dejaría de aclarar, en las escasas entrevistas que concedió hasta su propia muerte, en 2019, a los 83 años.