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A la deriva

Jacintos acuáticos: para algunos son una peste y para otros, el futuro

La NASA publicó imágenes de plantas taponando las reservas de agua dulce en varios países tropicales. Los suizos dicen que son un problema, pero varios países de África ya los utilizan como bioetanol y fertilizantes.

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Invasión de Jacintos. | Shutterstock-NASA

Durante los últimos sesenta años, la reserva Valsequillo fue víctima de una de las más invasivas plantas acuáticas que existe: el jacinto. Valsequillo se encuentra en el municipio de Puebla, una ciudad central de México. Y esta ciudad no es el único espacio acuático con este problema. Las crecidas y las inundaciones están llenando los ríos de muchas partes del mundo con plantas invasoras.

Lilas, blancas, amarillas, ¿quién podría negar la belleza de esas flores nativas del Amazonas? Sin embargo son una plaga.

Aparecen en manojos por todas partes, obstuyen acuaductos, diques, asfixian otras plantas e impiden que el sol penetre la superficie del agua para que también crezca otra visa subacuátia, en el lecho marino.

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“Hay cierta ironía en la situación. Los jacintos se exportan por su belleza, pero pronto se transforman en un monstruo”, comenta R. Scott Winton, miembro del Instituto Federal Suizo de Tecnología (ETH). “Si se miran otras reservas de agua en otras partes del mundo, se ve un patrón similar”. Winton integró un equipo interdisciplinario que, durante 30 años, estudió 20 reservas ubicadas en zonas tropicales y subtropicales. Descubrieron que el sustancial aumento de población acuática de jacintos se disparó en los últimos diez años. Al analizar esas áreas con la tecnología provista por la Agencia Espacial Europea, el equipo concluyó que la creciente urbanización costera explicaba el 61% de la superpoblación de jacintos. “La urbanización veloz suele venir acompañada de aguas residuales que se mezclan con el agua potable, que tiene nutrientes que fertilizan las plantas”, sostiene Fritz Kleinschroth, ecologista suizo. “Interpretamos que detrás de esa invasión vegetal hay un problema de polución de agua”.

La NASA acaba de publicar material fotográfico comparativo que demuestra cómo la invasión de jacintos no dio tregua en Valsequillo, entre el 10 de enero del año 2000 y el 9 de enero de 2020. Las imágenes infrarrojas (en la galería fotográfica) combinan longitudes de onda de rojo y verde para ayudar a diferenciar entre tierra y agua. El agua clara es azul y la vegetación es rosa (cuanto más brillante es el rojo, más tupida es la presencia vegetal). Sin embargo, todo problema viene con una solución.

Se descubrió que los jacintos intrusos venían con un pan bajo el brazo: pueden utilizarse para producir biogás y bioetanol, a pesar del alto contenido de agua de los tallos.

Así lo están haciendo en Nigeria y Kenya, en donde el biogás del Jacinto ya está reemplazando la leña.
En Zambia, por ejemplo, no sólo generan bioetanol a partir de los jacintos sino también del Limnobium laevigatum, otra planta acuática de hojitas redondas, carnosas, presente en muchas geografías y permeable a la incansable imaginación popular que la bautiza “rana de Indias” o esponja del Amazonas” en una libre generación de metáforas. 
Sin embargo, no todos miran los jacintos con idéntico recelo. En el Lago Koka, un embalse en el centro de Etiopía que nació tras la construcción de una represa en el río Awash, los jacintos y la vegetación acuática en general son como el maná del cielo.

Los utilizan como fertilizantes de las tierras adyacentes. Sostienen que las hierbas flotantes transportan nutrientes del agua que, con las crecidas, regresan a la tierra y enriquecen los cultivos. 


En este punto, los habitantes del Lago Batujai, en Indonesia, comparten idéntica perspectiva que los etíopes y los ingenieros agrónomos citan un estudio publicado por Carina Gunnarsson y Cecilia Petersen, en la revista holandesa Elsevier. En 2018, las investigadores suecas relevaron que, en Koka, 48% (o 7,34 km2) y en Batujai, 77% (o 2,1 km2) de la flora acuática “indeseable” estaba varada en las orillas y se entretejía, al menos parcialmente, con los campos cultivados. Sostuvieron que “la captura de nutrientes del agua y el subsecuente transporte a los sistemas terrestres durante las crecidas y sequías, puede derivar en el beneficio doble de reducir el riesgo de eutrofización (enriquecimiento excesivo del agua) mientras contribuyen a la fertilidad del suelo. Al reemplazar con agua de los jacintos los fertilizantes sintéticos, los agricultores evitan el costo de estos últimos y que los nutrientes se escapen en el curso del agua”.

En definitiva, el aporte de R. Scott Winton y sus seis compañeros concluye con una salida salomónica: “La invasión de jacintos (Eichhornia crassipes) son un enorme problema global para pescadores, la generación de energía hidroeléctrica y el transporte (…) La biomasa se emplea cada vez más como un biocombustible renovable. Proponemos una perspectiva con más matices al tratar estas invasiones, alejándonos de los inútiles intentos de erradicación hacia una estrategia de manejo ecosistémico que minimice los impactos negativos a la par que integre los beneficios sociales y medioambientales”.