Conocí a Andrew Graham-Yooll allá por mediados del 1976, poco antes de que tuviera que exilarse amenazado por la dictadura más sangrienta de todas las que ha sufrido Argentina. Fue en la quinta de Robert Cox en Don Torcuato, que los fines de semana se convertía en cancha de fútbol improvisada para los cinco hijos e hijas de Cox y su infinita cantidad de pequeñas amistades.
Andrew tenía apenas 32 años, Bob 42, y eran los dos únicos periodistas que estaban cubriendo la violencia que había lanzado la dictadura sobre nuestro país. Pero lo que más me impactó ese día entre copas de vino, asado, canciones y guitarra, eran sus dos frondosas barbas. Eran la clase de barba por la cuál los militares te estigmatizaban de "subversivo" o cualquier patrullero te levantaba de la calle para rasurarte en la comisaría más cercana.
Con apenas 22, yo ya escribía colaboraciones para el Herald. También ya había sido arrestado por policías de civil que me dejaron ir de la comisaría donde me llevaron, donde se escuchaba gente siendo torturada, porque estaba en compañía de una novia inglesa y prefierieron no meterse en problemas con eso.
Buenos Aires Herald: tres testimonios de una gesta editorial
Al igual que miles de otros argentinos, yo leía el Herald, el Herald de Bob y Andrew, para enterarme de qué estaba pasando en realidad en Argentina, y no la fantasía acaramelada que nos vendían los grandes medios, Clarín, La Nación y, de alguna manera, hasta La Opinión. Existe la idea conspiranóica de que el Herald pudo hacer lo que hizo porque eramos "ingleses". Es una idea con la cual se reconfortan los periodistas que encubrieron a la dictadura, porque justifica su cobardía, y que inflama las mentes sulfurosas de los negacionistas de cualquier arco político.
La respuesta en una palabra es: "No." Andrew era Argentino nacido en Argentina, con doble nacionalidad británica, a pesar de la cual tuvo que huir de Argentina ya en el 1976 al poco tiempo de yo conocerlo.
Aunque pronto se afeitó la baraba porque era demasiado peligroso andar por ahí así, Bob también tuvo que exilarse con su mujer argentina, sus cinco hijos argentinos, y su perro, a fines de 1979. Yo entré a la redacción en abril de 1977, no para reeamplazar a Andrew, que era ireemplazable debido a sus contactos y su capacidad investigativa, sino simplemente porque su partida abrió un lugar en la planilla de sueldos para alguien nuevo.
Pero ese día que lo conocí en la quinta de Bob, Andrew era de alguna manera el mismo Andrew que vi por última vez en una reunión en Buenos Aires hace un par de meses. Esa tarde hace 43 años me recriminó porque una canción que yo canté a los postres no era lo relevante políticamente. Era una muestra de su humor cáustico que nunca lo abandonó, identificar la zona confilcitiva y ahí meter la púa. El mismo método que empleaba en sus investigaciones periodísticas. Ir a donde los demás no osaban.
Este domingo, en el Centro Cultural Haroldo Conti, a las 18hs, voy a presentar el documental "El Mensajero", sobre Robert Cox y el Buenos Aires, un trabajo donde Andrew aparece varias veces. Allí Andrew dice algo que lo retrata a él mismo, que retrata al Herald y retrata la diferencia entre el Herald y el resto del periodismo de aquela época, con esa mezcla de frialdad británica y astucia argentina que era el sello de Andrew: "Por supuesto teníamos miedo en el Herald. Pero una cosa es tener miedo y otra cosa es ser cobarde". Pienso dedicar a Andrew esa proyección de "El Mensajero.